Por JORGE SENIOR
Una posible manera de definir lo que significa comprender algo es: “volver familiar lo desconocido”. Al menos, cuando eso se logra, dá la sensación de que comprendemos, aunque strictu sensu es apenas una aproximación. Quizás por eso en el lenguaje de la divulgación científica se utiliza mucho la analogía, el simil, la comparación, la metáfora.
Un caso ejemplar es el astrofísico y cosmólogo norteamericano Lawrence Maxwell Krauss, que en su libro Atom del año 2001 (en español Historia de un átomo, Laetoli, 2005) hace un notable uso de ese recurso retórico.
En la página 77 trae un párrafo de ocho renglones que incluye las siguientes palabras, en ese orden: vida, destino, infierno, desesperados, cocción, vacaciones. ¡Alto! Deténgase aquí y piense por un momento, ¿de qué pueda estar hablando el autor en este párrafo?
Este ejercicio lo ofrecí en varios sitios de facebook, sin mencionar el libro ni el autor, y dio lugar a una serie de respuestas que en el juego de “frío, frío, caliente, caliente” tendrían la apariencia de un témpano. Todo el mundo helado.
El tema era el Big Bang, quién lo creyera. Y en el párrafo había otras palabras como: protones, neutrones, partículas, átomo, oxígeno, universo, nuclear, minutos, segundos, período. A diferencia de la primera lista, aquí podemos reconocer conceptos científicos precisos.
La “vida” a que hacía referencia es la “vida del universo” y el “destino” se refiere a la evolución del universo. El “infierno” es el propio Big Bang por su alta temperatura. La “cocción” atañe a las reacciones nucleares y las “vacaciones” a un período más calmado o menos energético que sobrevino después de los “desesperados” primeros minutos. Se construye así una narración que combina lo familiar y cotidiano con una terminología científica para describir de un manera atractiva un proceso en curso. Sin embargo, en este caso no hay una analogía general del fenómeno a la manera de una imagen metafórica, sino una serie de pequeñas metáforas que salpican el texto con su condimento.
Para no dejarlos con la curiosidad y que puedan apreciar la sazón literaria de Krauss, éste es el párrafo:
“Fueran protones o neutrones en sus inicios, hoy podemos identificar las 16 partículas de nuestro átomo de oxígeno con partículas concretas, sin relación entre ellas, existentes en el universo cuando éste tenía unos pocos minutos de vida y a las que sólo el destino conectó más adelante. Dado el intenso infierno de los primeros segundos, seguidos de los desesperados minutos de cocción nuclear, de la que se salvaron algunas partículas mientras otras se perdían para siempre, el período que siguió podría parecer unas vacaciones increíblemente largas.”
Por cierto, esas “vacaciones increíblemente largas” se abordan en el siguiente capítulo, titulado Cien millones de años de soledad. ¿Les suena?
El párrafo en mención y todo el libro está narrado como una historia de aventuras donde el protagonista es un átomo individual de oxígeno y los 16 hadrones que constituyen su núcleo. Primo Levi, el famoso escritor judío superviviente del holocausto, hizo un ejercicio parecido con un átomo de carbono en su libro El sistema periódico publicado en 1975.
Todo la obra se basa en una idea ontológica equivocada: suponer que las partículas, sean subatómicas o átomos, tienen identidad, algo que no es consistente con la física cuántica. Pero podemos suponer que es una licencia literaria para desarrollar el truco mayor: hacer una exposición de tipo narrativo y no descripciones analíticas que pueden resultar aburridas o muy abstractas a muchos lectores del gran público. Es un truco que tiene un fundamento psicológico si lo que se quiere es llegar a una vasta audiencia.
En las páginas 230 y 231 hay otro párrafo que contiene las siguientes palabras: violenta, despreocupada, valioso, acompañantes, niños, madre, esclavizados, campos de trabajo, cuerda de presos, bombean, aguijonean, parientes. Y en el siguiente aparecen expresiones como “trabajador explotado” e “inmigrantes”. Y otra vez, ¿de qué estará hablando?
Pues bien, los niños separados de su madre, esclavizados en campos de trabajo y moviéndose en una hilera de presos son… ¡los electrones! Son ellos los que aguijonean a sus parientes, que no son otros que… los protones. Y el trabajador explotado e inmigrante es… el átomo de oxígeno. La despreocupada y violenta es una señora reacción química y el valioso es el doctor hidrógeno. El tema, entonces, no es una historia de la antigua Roma sino la fotosíntesis. ¿Quo vadis, oxígeno?
Cuando Krauss asegura que “la respiración es cosa de expertos” se refiere a las bacterias no a los yoguis y para mostrar el estado químico de reducción en que se encontraba la Tierra hace más de dos mil millones de años, anuncia que “el planeta entero pedía a gritos ser oxidado”. El sistema solar se formó en un disco de acreción acumulativo que lleva a nuestro autor a sentenciar: “Los ricos se enriquecen y los pobres se empobrecen, lo mismo en los cielos que en la Tierra”. La pluma del astrofísico se deleita contando uno de los acontecimientos más poderosos del universo, el estallido de una supernova: “la mayor parte del resto de la estrella permanece felizmente ignorante de lo que ha ocurrido; al igual que el coyote, el personaje de dibujos animados que permanece suspendido en el aire después de andar o saltar un acantilado, el resto de la estrella todavía no sabe que tiene que derrumbarse. Y lo cierto es que nunca lo sabrá.”
El estilo de Krauss me recuerda una frase del gran bioquímico húngaro Albert Szent-Gyorgy que cita Nick Lane en La cuestión vital: “la vida no es más que un electrón buscando dónde descansar”. Por cierto, tal frase fue utilizada por el poeta mexicano Edgar Artaud Jarry (pseudónimo del más prosaico Edgar Altamirano) para titular uno de sus libros de poesía de la corriente infrarrealista. ¡Vaya! He aquí a la flamante poesía copiando a la humilde ciencia. Por eso les digo a mis amigos poetas: ¡que no te cojan con el electrón cansado!
Concluyo señalando que la divulgación científica o popularización de la ciencia es un puente con un pilar en la vida cotidiana y su lengua coloquial y el otro pie en el terreno riguroso de la ciencia. Constituye, sin duda, un legítimo “juego de lenguaje” en el sentido del filósofo e ingeniero austríaco Ludwig Wittgenstein y un exquisito género literario que los ministerios y burócratas de la cultura desconocen por completo.
No puedo despedir esta columna sin agradecer a mi amigo Hugo González que un día, antes de abandonar para siempre al espacio-tiempo, la materia y la energía, compró el libro de Lawrence Krauss en una librería de Barranquilla sin imaginar que yo habría de heredarlo para viajar al espacio en una cuarentena e hilvanar una columna en el año de la peste.