Por JORGE SENIOR
- La obscena desnudez de la ciencia
En cosa de cuatro meses la diva ciencia quedó en cueros, como la ausencia de Dios la trajo al mundo. Un virus travieso y sin remilgos la exhibió in vitro, cual voluptuosa ninfa en el distrito rojo de Amsterdam. Para muchos resulta desconcertante la obscena desnudez de la paradigmática, estereotípica y arquetípica fémina que en el imaginario popular viste siempre de bata blanca y gafas rojas, como parodiando a la Parody, pero sin acento gomelo. Algunos, más creativos, la recuerdan en traje de exploradora, a lo Lara Croft, de aventura en aventura en el trabajo de campo, pero jamás desnuda como la petrista Amaranta Hank.
La biociencia suele ser una dama discreta y recatada, perfumada con aroma de laboratorio y maquillada en enigmáticas letras en recónditos proceedings de ISI y de Scopus. No una mujer pública, prostituida en redes, difamada en medios de desinformación, manoseada por pervertidos y sometida a los bajos instintos de políticos ineptos. Pero masas y gobiernos exigen preñez inmediata, embarazo corto, ecografía permanente transmitida en vivo y en directo por toda la infoesfera, y parto feliz de rozagantes vacunas y tratamientos para espantar la peste vírica y que no cunda el pánico.
Se entiende la urgencia. Una tasa de contagio alta sumada a una letalidad baja, pero significativa, producen un coctel viral que puede mandar a la nada absoluta a millones, quizá decenas de millones de personas. En contraste, la gripe común, que aquí llamamos gripa, nojoda, apenas mata medio millón anual y la malaria sólo poco más de un millón de individuos de la subdesarrollada zona intertropical en ese mismo lapso.
Pero aquí interviene el abogado del diablo. Somos tantos que, por espeluznante que parezca, la cifra más pesimista no llega siquiera al 1% de la humanidad (que serían unos 76 millones). De hecho, cada año mueren 56 millones de personas y nacen más del doble. Así que, ¿por qué tanta alharaca? Sencillo: porque es una ruleta rusa donde todos somos potencialmente vulnerables, una lotería macabra para la que todos compramos boleto, seamos de la élite o de la plebe. A diferencia del mucho más letal ébola o del VIH-Sida, la Covid-19 es una enfermedad de tan fácil transmisión que su contagio es a la larga inevitable, por lo que el confinamiento sólo sirve para ganar tiempo, evitar el colapso de los sistemas de salud y esperar que aparezca tanto vacuna como tratamiento por virtud de la gaya ciencia.
Y esto nos lleva de nuevo a madame Biociencia. Colgada en el panóptico, sola en su candorosa desnudez, ya no medita en el amor como el rapado terruño acantilado del genial bizco de Cartagena. Más bien corre empelota como las chicas que hacían streaking en los estadios. La muchedumbre esperanzada se desconcierta al observarla en trapos menores con discusiones y enredos, pues en la escuela les enseñaron una ciencia edulcorada, administrada en inconexas pastillas dogmáticas o vestida de etiqueta en impolutos libros de texto. Nunca conocieron la ciencia real, la del debate ardiente, con sus batallas de argumentos armados de afiladas evidencias que hacen correr la sangre de hipótesis moribundas. La crítica es la esencia de la ciencia -argumento va y argumento viene- hasta decantarse la verdad objetiva con el paso de los años, luego de miles de experimentos y pruebas. Pero en la actual emergencia, tiempo es lo que no hay.
En el río revuelto del miedo y los afanes pescan los oportunistas y conspiranoicos. Desde estafadores que venden dióxido de cloro, como otrora menjurjes de ganoderma o cualquier otra “droga milagrosa”, hasta premios Nobel que vociferan tonterías sin fundamento en su afán de recuperar el protagonismo que alguna vez tuvieron. Las redes sociales resuenan con sus cámaras de eco y los medios, que jamás supieron cómo se hace periodismo científico, amplifican las mentiras, incrementando los decibeles de ruido. Cierre ese telón y otee lo que sigue.
2. La guerra viral
Estimado lector: tome nota de la dimensión de esta guerra mundial. Enfrentados a un ejército de incontables virus nanométricos, el imaginario estado mayor de la especie humana abre cuatro frentes de guerra y despliega cientos de operaciones investigativas. Veamos:
Primer frente: Virología molecular. Objetivo: conocer al enemigo SARS-CoV-2 y encontrar sus puntos débiles. La partícula viral no es un ser vivo, pero comparte con estos material genético, replicación, mutación y evolución. Su ciclo reproductivo incluye cuatro fases: infección, replicación, ensamblaje y escape para diseminarse por el entorno. Cada fase es un potencial punto débil para ser atacado. El teatro de operaciones es el laboratorio y hace falta mucha investigación básica para derrotar al minúsculo enemigo. Mes a mes el trillonario ejército viral se va diversificando, no porque sea astuto -ya que carece de inteligencia- sino por variación y selección, como nos enseñó Darwin.
Segundo frente: Fisiopatología para el contraataque clínico. Objetivo: mejorar las defensas de los Homo Sapiens. En este frente subimos al nivel de tejidos, órganos y subsistemas del organismo humano. Tratamos de entender cómo afecta el virus la salud de las personas hasta eventualmente matarlas, sin sevicia ni alevosía, pero sí a la manera implacable de la naturaleza. Pulmones, hígado, corazón, tormentas de citoquinas, porfirina, hemoglobina, son muchos nuestros potenciales puntos vulnerables, aunque el Sapiens, como todo animal, tiene su propio sistema inmune para defenderse de invasores. Pero nuestro sistema inmune tampoco tiene inteligencia, sino mecanismos falibles de reconocimiento químico que algunos llaman “memoria”. Y puede equivocarse. No deja de ser irónico que uno muera, no por acción directa del virus, sino por sobrerreacción inmunológica. Es como si un mosquito te está picando en el brazo y le disparas con un revólver 38 y mueres desangrado. Conocer los mecanismos fisiopatológicos de la Covid lleva su tiempo. La presión lleva a los científicos a publicar preprints con todo tipo de resultados a medias, parciales, inconclusos. A veces la desnudez de la ciencia puede volverse un tanto grotesca: a la luz de los reflectores, médicos desesperados y también algunos oportunistas ensayan tratamientos a ciegas, volándose los protocolos refinados por siglos de experiencia.
Tercer frente: la epidemiología. Objetivo: obtener información sobre el despliegue de fuerzas enemigas en las poblaciones y tratar de prever sus futuros movimientos. En este frente tenemos una poderosa arma: la matemática. Esa es la buena noticia. La mala es que esa arma funciona con municiones que escasean: los datos. Sin olvidar que en cada país son muchas las variables en juego pues este terreno pertenece a las ciencias sociales. En este frente no se gana la guerra, su función estratégica radica en ganar tiempo, para que el segundo frente pueda dar los golpes decisivos. Al aconsejar la estrategia del repliegue económico adrede, como hizo la URSS en la segunda guerra mundial trasladando fábricas a la retaguardia, la epidemiología expone a la sociedad un difícil dilema: economía vs salud. No faltan los que torpemente quieren matar al mensajero. Tal dilema es objetivo, no un invento de los epidemiólogos. La sociedad decide o deja que los gobiernos decidan por ella.
Cuarto frente: salud pública. Objetivo: garantizar la logística de guerra. Se resume en camas, UCI, respiradores, hospitales, contingentes de profesionales de la salud, laboratorios, testeos, bases de datos, producción de elementos necesarios para implementar protocolos sanitarios y de bioseguridad, financiación de investigaciones, racionalización de recursos, accesibilidad a tratamiento igualitario. Desafortunadamente este frente sufre de politización e ideologización crónica y notoria ausencia de cientificidad. La capacidad de los sistemas públicos de salud en muchos países ha sido socavada por décadas de neoliberalismo y la privatización pone la vida humana en las manos amorales del mercado. Si el virus pensara, diría: “en este frente gano la guerra, pues tengo muchos aliados entre los políticos”.
He ahí el panorama sanitario, que no bélico. ¿Qué puede hacer la ciudadanía? Apoyar y aprender del primer y segundo frente, y ser un proactivo partisano comprometido en los frentes tercero y cuarto. Hasta la victoria.