11 de septiembre 1973 – 2001: la aviesa condición humana

Por GERMÁN AYALA OSORIO

Por motivaciones ideológicas, mediáticas y políticas, la conmemoración de los infaustos hechos ocurridos el martes 11 de septiembre de 1973 en Chile, hace 50 años, jamás tuvieron la trascendencia de los que ocurrieron también un martes 11 de septiembre -pero de 2001- en Nueva York.

Gracias a la visita que a Santiago de Chile hace el primer presidente de izquierda que gobierna a Colombia, Gustavo Petro, podremos recordar ese 11 de septiembre como nuestro y quizás ocupe un lugar en la memoria. Y por un instante compita en trascendencia e importancia con el 11 de septiembre de 2001, que enlutó la vida de muchos norteamericanos, por los ya conocidos hechos de terrorismo. Petro viaja a Chile para acompañar a su homólogo Gabriel Boric en los actos de conmemoración de tan trágico martes 11, cuando fue atacada la casa presidencial donde estaba el presidente Salvador Guillermo Allende Gossens. En medio del ataque de la aviación chilena Allende optó por suicidarse, en lugar de dimitir o entregarse a las fuerzas golpistas dirigidas por el general Augusto Pinochet.

Desde el 2001 cada 11 de septiembre el mundo, de la mano de la prensa hegemónica occidental, vuelve sus ojos hacia Estados Unidos para recordar esa aciaga tarde en la que fueron sacudidos los cimientos democráticos de la tierra del Tío Sam, derrumbando los dos más grandes símbolos del capitalismo y de la ingeniería: las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York.

Mientras que después del ataque militar al Palacio de la Moneda y el derrocamiento de Salvador Allende -primer presidente socialista elegido por voto popular- se desató en Chile la cruel dictadura liderada por el general golpista con el apoyo del gobierno de Richard Nixon y la CIA, el 11S o 9/11 de los americanos desató una cruzada contra el mundo musulmán, en un doble juego moral que debería de servir para castigar a  Osama Bin Laden, “monstruo” criado por los propios gringos durante la respuesta militar por la invasión rusa a Afganistán y para despejar las sospechas de que los atentados terroristas fueron obra del propio régimen americano.

La dictadura chilena y sus caravanas de la muerte sirvieron de ejemplo a la derecha colombiana para enfrentar, de manera extendida, a las guerrillas, declaradas el enemigo interno, principio que militares colombianos aplicaron con severidad y violencia a profesores, líderes políticos y sociales, defensores de derechos humanos y simpatizantes de las ideas de izquierda.

Los hechos del 11S o 9/11 ocurridos en Estados Unidos también le sirvieron a la derecha colombiana, liderada por Álvaro Uribe Vélez, para imponer la tesis negacionista del conflicto armado interno y por esa vía desconocer los derechos de las víctimas que dejó la aplicación del Estatuto de Seguridad durante el gobierno de Turbay Ayala (1974-1978) y la posterior política de defensa y seguridad democrática aplicada a rajatabla por Uribe durante sus dos tenebrosos mandatos (2002-2010). Uribe Vélez en su política de seguridad señaló que en Colombia no había un conflicto armado, sino una «amenaza terrorista». Es decir, de un plumazo, el entonces mandatario borró de la historia política las circunstancias objetivas que legitimaron el levantamiento armado en los años 60. Bajo esa política de seguridad, fueron asesinados cobardemente 6.402 jóvenes, presentados falsamente como guerrilleros caídos en combate.

Así, este lunes 11 de septiembre debemos mirar hacia Chile y Nueva York para recordar y ojalá jamás olvidar, que tanto la dictadura de Pinochet Ugarte, como los ataques terroristas, confirman la aviesa condición humana, fundada en la mayor pulsión que como especie tenemos: el poder y su expresión, la biopolítica, con la que se decide, en un escritorio, quién merece vivir y quién, no.

@germanayalaosor

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