Por PUNO ARDILA
—La queja del día se refiere a la desproporción y a la desigualdad en el manejo del poder —propuse el lunes pasado, 16 de mayo, como tema de conversación para romper el silencio.
—A mí no me parece desproporcionado nada —reviró Osquítar—; porque es importante que los servidores públicos entiendan que no deben meterse en política, así que una suspensión no es desproporcionada, y no puede decirse que desigual, porque fueron suspendidos alcaldes de los dos lados.
—En realidad —le respondí— sí es desproporcionado, porque la procuradora no tiene potestad para suspender funcionarios de elección popular; y sí es desigual, porque no ha volteado a mirar lo que hace su exjefe, el Duque, ni el generalísimo Zapateiro… En fin; aunque es muy oportuno el comentario, yo me refiero a la fuerza pública, cuyas proporción y desigualdad pueden percibirse en su ausencia en el llamado “paro armado”, pero volean plomo a diestro y siniestro cuando se trata de marchantes desarmados.
—Pues, ya que hablan ustedes de ser oportunos —interrumpió el ilustre profesor Gregorio Montebell— yo les cuento que precisamente hoy hace treinta y ocho años la fuerza pública se metió a la Universidad Nacional en Bogotá y arrasó a moto y a plomo con los manifestantes dentro del campus.
—¿A moto?
—A moto y a plomo. Se metieron a la brava en moto al campus, después de quitarse los chalecos y los accesorios de identificación, y dispararon hacia los grupos de estudiantes. A algunos de ellos los arrinconaron contra las paredes y los detuvieron; y andaban tan tranquilos, tan “como Pedro por su casa”, que los noticieros de las siete de la noche mostraron unas imágenes aterradoras, como la antesala a un cierre de un año de la Universidad.
—Pero, ¿a moto?
—Claro; a moto. Los agentes se metieron a los edificios montados en las motos, y las pasaban por encima de lo que encontraran. Por ejemplo, forzaron las puertas de los dormitorios de las residencias y destrozaron todo, quizá por el placer de acabar con lo que encontraran; quizá por el mero placer de demostrar quién tiene las armas, quién tiene el poder, quién manda aquí.
Me queda grabada en la memoria la imagen del Danilo con el clavijero de su tiple, que guardó como recuerdo de su compañía en horas de descanso en las residencias universitarias, y que fue lo único que le dejaron, porque el cuerpo del instrumento quedó completamente destrozado, con las huellas de las llantas marcadas en la laca de las tapas y los aros. Al parecer, según la poca lógica que se le puede poner a un hecho de estos, a los policías les despertó fuertes sospechas que un estudiante portara un tiple, un aparato tan extraño para ellos, que solo han tenido en sus manos un arma.
Pero eso fue lo de menos. Lo de más fue que las investigaciones, oficiales y “no oficiales”, registraron cerca de una centena de capturas, casi cincuenta heridos, alrededor de setenta detenidos de manera irregular y diecisiete estudiantes desaparecidos —que nunca volvieron a aparecer—, hasta que mensajes venidos de quién-sabe-dónde llamaron a la prudencia y a aquietar a los investigadores. Y ahí estamos. Y nada ha pasado.
@PunoArdila
(Ampliado de Vanguardia)
* Foto de portada, tomada de El Espectador