1917: Una película para parque temático (alerta de spoiler)

Por PAME ROSALES

No sabe uno si celebrar o lamentar que las tres más opcionadas para ganar el Óscar a mejor película –Historia de un matrimonio, 1917 y El irlandés– parezcan remakes de otras grandes nominadas o premiadas en el pasado: Annie Hall, Kramer vs. Kramer, Rescatando al soldado Ryan, Patrulla infernal, Buenos muchachos, Casino. Por mi parte, lo celebro en los casos de Historia de un Matrimonio y El irlandés. No así en 1917, una película a la que le falta tanto pelo para la moña como a la cabeza de la estatuilla de la cual ya es, de acuerdo con los que conocen el intríngulis electoral de la Academia de Artes y Ciencias, casi segura ganadora.

Gracias a la producción digital, nadie nunca consideró a Jurassic Park una gran película. Aquí pasa lo mismo.
Gracias a la producción digital, nadie nunca consideró a Jurassic Park una gran película. Aquí pasa lo mismo.

Creo que si no fuera por la tirria que le tiene el influyente Steven Spielberg a todo lo que huela a Netflix, 1917 ‘sólo’ sería una fuerte candidata, como lo son todas las producciones que tienen a la guerra como tema central, máxime si en ellas asistimos a los horrores del frente de batalla, y más si se trata de la Segunda Guerra Mundial. Aunque también clasifican las que se refieren a la de Vietnam, y -por supuesto- a las de la Primera, la Gran Guerra, que es durante la que, como ya lo sabemos por el título, se desarrolla la historia de 1917.

Y ese es justamente el problema: la historia. Sí, porque el supuesto gran mérito que le atribuyen a la película no está en el fondo, sino en la forma: en la manera como Sam Mendes, ese británico que nos regaló hace dos décadas esa maravillosa Belleza americana, nos mete con todo y cámara en las trincheras británicas y alemanas y nos arrastra por todo tipo de recovecos y vericuetos, en larguísimos plano-secuencia que no se interrumpen ni siquiera cuando sacamos la cabeza de ese pantano de mierda (si el Infierno existiera así sería, tal cual) y paseamos por los engañosamente apacibles campos franceses o vamos de puntillas entre fantasmagóricos edificios derruidos por los bombardeos.

De hecho, dan ganas hasta de intentar una selfi en pleno teatro, sí, pero hasta ahí llega el prodigio. Nada que no consigamos en un parque temático, porque Mendes no nos dice nada nuevo. En cuanto a la forma está el plano-secuencia, como ya se dijo, largos, larguísimos, como quizás nunca se habían hecho antes. Pero ni Mendes se inventó el plano-secuencia, ni hizo nada que no hubiera hecho cualquier otro de haber tenido al alcance los recursos que ahora son posibles gracias a la producción digital: creo, por poner solo un ejemplo, que nadie nunca consideró a Jurassic Park una gran película sólo porque los dinosaurios allí no se movían como robots de sangre fría, que es como siempre se habían movido hasta entonces.

¿Y el guion? Están las ratas, claro, como en todo filme de trincheras que se respete, pero eso ya es un lugar tan común que quizás esa abandonada trinchera alemana nos habría sorprendido más sin ratas; y está el amigo muerto, con la consiguiente ceremonia de la entrega de sus efectos personales al familiar que recibe la noticia con heroica resignación; y también el francotirador solitario, y la zambullida en el río turbulento, y los mutilados dando alaridos de dolor… y todos los demás elementos del Manual de Guiones Bélicos para Dummies.

Pero nada más: ningún dilema ético o moral, ninguna situación inusual, ningún giro insospechado…ni siquiera se presentan obstáculos demasiado grandes para que el cabo William Schofield, uno de los protagonistas, pueda llevar su misión a feliz término: lo más peligroso a lo que se enfrenta es a un par de soldados alemanes borrachos, a una lluvia de tiros fallidos mientras vadea una corriente colgándose de un puente destruido, y a un fusilero mediocremente parapetado. (Hay, eso sí, un irrelevante encuentro con una francesita que se ha encontrado por ahí a un bebé y lo esconde en una catacumba improvisada).

Más arriba dije que Sam Mendes no nos cuenta nada nuevo en 1917, que no propone una obra que nos haga formularnos nuevas preguntas sobre la Gran Guerra. No es así: en el film nos damos perfecta cuenta de la pésima puntería de los soldados alemanes, e inevitablemente nos vemos obligados a preguntarnos cómo es que la rendición de Alemania, oficializada con la firma del armisticio entre los aliados y el Imperio Alemán, no se produjo mucho antes del 11 de noviembre de 1918.

Tal vez en el mismísimo 1917, por qué no…

@samrosacruz

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