Por HUBERT ARIZA*
Termina 2024 con un país más polarizado, en guerra y plena efervescencia electoral, en el que el Gobierno nacional busca superar las talanqueras a su estrategia de reelección del proyecto político del cambio; la derecha explora el escenario en procura de un candidato que seduzca, aglutine y garantice su retorno al poder, en sintonía con el pensamiento de Trump, Milei y Bukele; y el centro político afina el nombre de una persona que convenza al electorado de que es hora de apostarle a una salida alternativa a la crisis permanente para vencer el miedo, la polarización, la corrupción y la inseguridad, después de cuatro años de populismo de izquierda.
Colombia define su futuro precisamente cuando sopla con fuerza la tormenta de la extrema derecha trumpista, de multimillonarios revanchistas, xenófobos y proteccionistas, que pretende redefinir un nuevo orden internacional, en el que la desaparecida doctrina del monroísmo intenta resucitar como mandato imperialista en esta esquina del continente. I took Panama resuena como un sonido de ultratumba que anuncia con desplomar la poca estabilidad regional y alienta a los gobiernos progresistas a levantarse en bloque e izar las viejas banderas del antiimperialismo. El alegato de Trump sobre la devolución a Estados Unidos del Canal de Panamá, desconociendo el Tratado Torrijos-Carter, es un golpe a la estabilidad mundial, como lo es el reclamo de China sobre Taiwán o de Rusia sobre una parte de Ucrania.
El año que termina deja una estela de ruinas, muertes, huérfanos y criminales de guerra. Un pésimo balance para la paz mundial, con las guerras de Ucrania y Gaza, el genocidio del pueblo palestino y la implosión de Siria, convertida en teatro de ejércitos religiosos apoyados por diversas potencias regionales que se disputan ese territorio.
El orden que dio vida a Naciones Unidas, en 1948, agoniza. Un nuevo orden marcado por el caos toma vida, teniendo como telón la amenaza de una tercera guerra mundial, que hoy es más latente. El uso del poderío nuclear ruso, el eventual accionar de armas no conocidas contra países neutrales, el aliento del armamentismo, el terror estatal como arma política, han dejado poco espacio para la confianza en la solución pacífica de las controversias. En Europa se respira miedo a un ataque nuclear. El mundo no duerme con los ojos cerrados, mientras China se consolida como una superpotencia que desafía a Occidente con su poderío tecnológico y su superpoderosa chequera. El futuro made in China ya no es utilería en amplias zonas del planeta.
En Colombia, la guerra tiene otro significado. El miedo nunca se ha ido. La muerte acecha en amplios territorios. El país lleva más de 60 años padeciendo el cruel accionar de grupos armados ilegales, la depredación sistemática de los derechos humanos, el irrespeto a la vida, el asesinato de los líderes sociales, el aumento sostenido de las cifras de muerte y destrucción de la sociedad civil y la naturaleza. Un Estado incapaz de controlar el territorio levanta la bandera de la reconciliación sin éxito. La paz parece hoy solo un anhelo, un canto al viento que no redime la violencia.
El narcotráfico y la minería criminal son el combustible de esas guerras que el Gobierno nacional ha querido apagar con una política pública de negociaciones con actores armados ilegales, de izquierda y derecha, llamada Paz Total, que después de dos años de aplicación ha fracasado y no pareciera tener alientos para revivir la esperanza. En 2024 no solo la guerra se hizo más sonora, sino que los grupos armados ilegales, llámense guerrillas, paramilitares, bandas criminales, se han hecho más robustos, ocupando más territorio, dominando las economías ilegales, imponiendo su ley y demoliendo la democracia local, a la que suplantan con el fusil en el hombro.
En este campo el balance es negativo. Por desgracia, 2024 tampoco fue el año de la paz total en Colombia. Habrá que esperar que pasa en 2025, pero no hay que hacerse ilusiones. La historia ha enseñado que en pleno año electoral los guerreros nunca ceden, porque siempre apuntan a incidir en las elecciones y negociar con los ganadores. Incluso, como en 1998, las guerrillas fueron las ganadoras. Y en 2002, los paramilitares.
Es conocida la táctica de guerrilleros de izquierda y paramilitares de derecha. Su apuesta es la prolongación del conflicto y beneficiarse de manera inmediata de la nueva administración nacional. Es un círculo vicioso de ilusionistas de la paz, que se saben todos los trucos para engañar a Colombia. Habrá que esperar qué logra el Gobierno de Petro en 2025 en este campo, pero es bien sabido que una administración saliente solo obtiene promesas a cambio de cese al fuego.
En predecible que en 2025 la agenda nacional estará copada por las elecciones presidenciales y regionales. El Gobierno nacional hará malabares con las finanzas públicas para garantizar la inversión social, tratando de hacer milagros después del fracaso en el Congreso de la ley de financiación. Buscará, además, demostrar que es indestructible su lealtad con los más débiles en la lucha contra la desigualdad. Pero nada garantiza que más subsidios se traduzcan en más votos, aunque sí en más vetos de la derecha a la agenda progresista.
En 2025 la economía estará en el centro del debate político, porque la olla estará raspada y el Congreso de la República recibirá el permanente ataque gubernamental por su negativa a aprobar las iniciativas presidenciales. Es bien probable que la recién aprobada reforma al Sistema General de Participaciones tenga un freno de mano, dado que el recorte fiscal se sentirá con mayor fuerza en las finanzas territoriales. Será una prueba ácida a la lealtad de las regiones a los congresistas que les dieron la espalda en el Congreso. Petro buscará echarle sal a las heridas que dejó ese lamentable episodio.
La polarización subirá de nivel en los meses venideros y es imposible pensar en un acuerdo nacional, un concepto que tenía validez comenzando el Gobierno de Petro, pero no al final. Quizá el más importante acuerdo nacional que se necesita ahora es uno que garantice la estabilidad democrática, blinde el sistema político, garantice el cumplimiento del calendario electoral, la realización de unas elecciones pacíficas en todo el territorio, y la entrega del poder el 7 de agosto de 2026 al ganador de las elecciones, como manda la Constitución y el país espera.
En conclusión, el 2025 pinta un pronóstico reservado, de mucho escepticismo, en el que hay que actuar con bastante prudencia y pensar con cabeza fría para no caer en el pánico económico electoral que generarán sectores de la extrema derecha, como lo han hecho en el pasado tratando de pescar en río revuelto, ni en la cacería de brujas que promoverán las bodegas de izquierda. El centro político deberá mover cada ficha con inteligencia para no perder la partida en medio del odio y la polarización.
El mundo girará más rápido en 2025. Sin duda, lo que ocurra con Ucrania, tendrá mucho impacto global, pero afectará a Colombia más lo que suceda con Panamá, o con Venezuela. El 10 de enero se sabrá qué tan maduro está Petro para recibir la nueva era que inaugurará Trump. Por supuesto, Petro se radicalizará mucho más en el próximo año e insistirá en jugar de armador, director técnico, estratega y, en lo posible, ser árbitro del proceso electoral en ciernes.
@HubertAriza
* Tomado de El País América