Por GERMÁN AYALA OSORIO
Los días 6 y 7 de noviembre, se conmemoran 37 años del holocausto del Palacio de Justicia. De los hechos acaecidos en la toma y retoma del edificio son responsables la entonces guerrilla del M-19, en particular quienes planearon el operativo militar; de igual manera, los militares y la cúpula tropera de la época, que ordenó la recuperación de la edificación, guiados sus miembros por el grotesco sentido patriótico que expresó el coronel de Caballería, Alfonso Plazas Vega a través de la frase “aquí defendiendo la democracia, maestro”. El reduccionismo de Plazas fue enorme. Su frase, surgida en el fragor de los hechos, no soporta un análisis por cuanto el régimen democrático jamás estuvo en riesgo por la incursión armada del grupo subversivo.
La tristemente célebre frase del coronel Plazas Vega sirvió para ocultar lo que la cúpula tropera le hizo a la democracia: por más de 48 horas el Ejecutivo, en cabeza del presidente Belisario Betancur Cuartas, fue remplazado en sus funciones por la cúpula militar. Eso solo se tiene un nombre: golpe de Estado, aunque pasajero, pero golpe, al fin y al cabo.
En perspectiva histórica, la toma y la retoma del Palacio de Justicia dieron cuenta de la temprana degradación de los actores armados que participaban del conflicto armado interno. Del lado de los militares, hay que decir que al proceder guiados por el odio institucional hacia el M-19 por el robo de las armas del cantón Norte, traspasaron todos los límites y violaron protocolos humanitarios. El simple hecho de ordenar lavar el edificio para borrar pruebas, a lo que se sumó la tortura, el asesinato y la desaparición de magistrados y empleados de la cafetería, entre otros, dejaron ver el talante inmoral de un ejército cuyos altos oficiales ya enfrentaban investigaciones por la violación de los derechos humanos.
Del lado de la guerrilla del M-19, hay que decir que la toma del Palacio de Justicia fue un grave error militar y político, que los acercaría a las fronteras de una guerrilla temeraria y desquiciada. Haber ignorado o desestimado la enorme animadversión que generaba en las huestes castrenses obedeció a un mal cálculo político de quienes lideraron la toma del edificio. La espectacularidad y la consecuente mediatización de otros eventos, incluido el robo de las 5.000 armas del Cantón Norte, quizás cegó el análisis de los posibles escenarios que se desatarían una vez se confirmara el ingreso de los guerrilleros al Palacio de Justicia.
Son ya 37 años de un doloroso hecho político y militar en el que perdieron todos los actores armados. La derrota ética y moral que sufrieron el Ejército y los guerrilleros no es suficiente para mitigar el dolor de las víctimas y los efectos psicosociales en la vida de millones de colombianos que, para la época, giraba casi que exclusivamente en lo que ocurría en el marco del conflicto armado interno.
La toma y la retoma del Palacio de Justicia representaron muy bien lo que años más tarde sería la constante en el comportamiento de guerrilleros y militares: la subvaloración de la vida de los civiles. Luego vendrían los secuestros masivos de civiles cometidos por las Farc y el ELN y los crímenes de Estado (Falsos positivos) a manos de militares. Insisto, en perspectiva histórica, los hechos del Palacio de Justicia quizás ya nos advertían de la hoy probada degradación de los actores armados.
Que esta conmemoración sirva para que los familiares de las víctimas del holocausto que aún buscan justicia y verdad encuentren algo de consuelo en saber que el país no olvida semejante episodio, cuando la vida de los civiles fue despreciada por quienes se erigieron como salvadores, guiados unos por una causa revolucionaria y otros, solo con el propósito de recuperar un edificio. La placa que hace unos días se expuso con el listado de las víctimas es la constatación de los horrores cometidos por hombres en armas, contra civiles inermes.
@germanayalaosor