Por GERMÁN AYALA OSORIO
Después de cinco años de haberse firmado el acuerdo de paz entre las entonces Farc-Ep y el Estado colombiano, las “causas objetivas” que dieron vida al conflicto armado siguen vigentes, así como los enemigos de la verdad, la reconciliación y la consolidación una paz estable y duradera.
Cinco años después se ha venido consolidando una paz «a la colombiana». Esto es, imperfecta, por cuanto se dejó por fuera al ELN debido a una errada decisión política compartida entre el gobierno de Santos y los miembros del Comando Central (COCE). Ahora bien, no es imperfecta solo por ello, sino porque el acuerdo de La Habana se hizo a nombre del Estado colombiano, pero se desestimaron los alcances de ciertos actores políticos, militares y económicos que no quieren dejar de beneficiarse con la guerra interna y de todo lo que a su favor producen los desplazamientos, sobre todo en adquisición de nuevas tierras. A esto obedece la desconfianza ciudadana general en el Estado y una creciente incertidumbre, en especial entre quienes no viven sino sobreviven en selvas y zonas rurales. Al final, esos actores enemigos de la paz confluyen en el interés de concentrar la tierra en pocas manos, extender la potrerización y las grandes plantaciones de caña de azúcar, coca y palma africana, para terminar en un lucrativo negocio de especulación inmobiliaria.
Volvamos a esa idea de imperfección, atada a una consuetudinaria forma de hacer las cosas en este país: a medias, o a las patadas. Y esa casi enfermiza forma de pensar y actuar de políticos, ciudadanos, contratistas, en particular los encargados de obras civiles (carreteras mal hechas, y viaductos y puentes que se caen) influye de manera decisiva en la implementación del acuerdo de paz, torpedeado por decisiones administrativas del gobierno de Iván Duque y alimentadas por la férrea oposición de la bancada uribista en el Congreso, cuyos miembros hacen resistencia sobre todo a la reforma agraria integral. Se suma a lo anterior la inercia de una institucionalidad estatal permeada por el clientelismo, y la ineficiencia de burócratas que aún no alcanzan a comprender el valor que tuvo y tiene el haber desmantelado al más grande grupo guerrillero del continente americano.
Hoy es posible apreciar un mayor compromiso en los excombatientes farianos, que en quienes tienen la responsabilidad o la obligación estatal de cumplir con la palabra empeñada en el acuerdo de paz, y en el derecho constitucional a la paz consagrado en la Carta de 1991.
Si las dinámicas del conflicto armado interno lograron eclipsar, por más de 50 años los problemas estructurales que vienen surgiendo de una compleja relación entre el Estado, la sociedad y el mercado, la pobreza, el desempleo, el subempleo y la inseguridad en las calles, vienen empequeñeciendo el valor de haber acordado el fin del conflicto con las Farc-Ep. Después de cinco años hay que decir que el valor de lo logrado en Cuba, parece que viene perdiendo terreno en amplios sectores societales.
Y hoy, que asistimos a una degradación generalizada de las condiciones de vida de millones de habitantes en ciudades capitales, la idea de esa paz estable y duradera se viene vaciando de sentido no solo porque hacer pedagogía por la paz no quedó como una obligación estatal, sino porque hay una creciente incertidumbre sobre el futuro del país, en virtud a los intereses de unos grupos de poder asociados al ideario de Laureano Gómez, en particular, con aquella idea de “hacer invivible la República”. Esa vieja idea fue recogida por el uribismo hasta el punto en que, después de un corto proceso simbiótico, la nueva apuesta esté expresada en el objetivo de “hacer trizas ese maldito papel que llaman el acuerdo de paz”.
Haber firmado la paz entre el Estado y las Farc-Ep sin haber logrado cambiar culturalmente a una parte de la sociedad que jamás se conectó moralmente con quienes sufrieron y sufren los horrores de la guerra, no constituye un error político entre los plenipotenciarios que por largos tres años negociaron el fin del conflicto. Pero sí es hoy, cinco años después, el mayor obstáculo para alcanzar la anhelada paz en este sufrido país.
@germanayalaosor