Por PUNO ARDILA
La Iglesia ha tenido al pueblo como su proveedor en casi dos mil años que tiene de vida; y también ha conservado, como respuesta a esa generosidad consciente o inconsciente, la misma actitud desagradecida.
Un botón para la muestra: en el Socorro se construyó uno de los templos más bellos de Colombia, con esfuerzos y dineros del pueblo; y la Iglesia, la administradora del templo, se empoderó para dictaminar quién canta, quién habla, quién entra y quién no. Pero el templo sigue siendo del pueblo, como lo demuestra la respuesta popular frente a la amenaza de que esta obra se venga abajo. Es el pueblo el que paga impuestos, hace estudios y busca recursos; la curia solo mira.
De nuevo, en vez de gratitud y trabajo en equipo y reconocimiento por quienes apoyan la causa, la respuesta de los representantes de la Iglesia para el pueblo es apenas desgano, ingratitud y displicencia.
Para ilustrar la indignación causada por la ingratitud de los “administradores” del templo, he aquí algunos testimonios de socorranos, que se han entregado en cuerpo y alma por la defensa de su Pueblito Viejo, y más ahora, debido a que su monumento principal está en grave peligro:
«… Los templos del espíritu (como la casa de la cultura, el CUS, la plaza de mercado, las iglesias y sobre todo la Catedral) pertenecen a la comunidad. Las instituciones o las personas que administran le hacen un favor a la comunidad, pero no son los propietarios. Si los templos en donde la comunidad encuentra su identidad se caen, los pueblos se convertirán en paradero de buses, sin tradición ni identidad. La catedral es una extensión material de la comunidad, así como la música o la literatura son extensiones del espíritu».
«La catedral es nuestra, no del párroco de turno. El reconocimiento justo al trabajo en pro de la restauración lo tenemos todos los demás socorranos. Estamos mal de representantes políticos y eclesiásticos, pero ellos ni son socorranos ni son permanentes; nosotros sí».
«Ha sido una constante de la curia. Ellos no se conectan con la realidad y el sentir ciudadano; solo piensan y creen que al final tienen la razón, y con esa prepotencia y el egoísmo de dueños de la verdad es que actúan. Hay que recordar que los socorranos hicimos un “Nocturnal Comunero” en la iglesia de San Gil, porque el cura no nos permitió hacerlo en el Socorro. Nobleza, cortesía y decencia obligan al señor cura a reconocer en público nuestro valioso, desinteresado y oportuno trabajo».
«El desconocimiento de la curia a nuestro trabajo muestra la cara poco cristiana del cura. Él está de paso, pero nosotros permanecemos».
«Hay que deponer los celos de protagonismo y, por el contrario, convocar a todas las personas y entidades que puedan aportar a la solución del problema. Y que la mejor forma de mantener cohesionado ese equipo y alimentar su mística y su entusiasmo en pro de la causa es haciéndole a cada participante el justo reconocimiento de su aporte, como es el caso de nuestro trabajo. Hay que decirle, además, que este no es un asunto exclusivo de la diócesis, de la curia, o del párroco de turno, sino de todos los socorranos, que reconocen en ella no solo un recinto religioso, sino un monumento histórico, un ícono de la identidad socorrana y un baluarte turístico».
«La catedral es un símbolo para los socorranos, y trasciende lo religioso; por tanto, ningún individuo u organización puede abrogarse el derecho de quién sí y quién no puede participar».
Lo único que ha dicho el cura (como para decir que sí ha mencionado a los socorranos que trabajan por la recuperación del templo) fue cuando «se organizó la velatón para que el pueblo tomara conciencia de la gravedad del estado de la basílica, el señor cura les reconoció desde el pulpito: “… Hay por ahí unas señoras haciendo terrorismo que la basílica se va a caer; eso no es cierto, no hay por qué creerles…”».
Es triste que la gente todavía no haya aprendido nada. La pandemia nos está dejando regresar a una normalidad cambiada, pero la humanidad no cambia; la Iglesia, menos: intenta verse en el mundo moderno, pero sus ideas siguen siendo las mismas, la de crecer y multiplicarse, la de prosélitos esclavos y pecadores cuya única posibilidad de salvación ha de ser el tributo a manos llenas.
«El cura se olvida de que fue sacristán», y la Iglesia nada que mejora. Debiera, cuando menos, haber aprendido a dar las gracias; pero ni eso. ¡Prelados estos!, como diría Cantinflas.
@PunoArdila
(Ampliado de Vanguardia)