Por JAIRO LEÓN CANO
Creo acertar si digo que Vicente Fernández alcanzó a despedirse de Colombia, particularmente de Medellín, en más de seis ocasiones. Fue aquí indiscutido ídolo popular.
Medellín fue en las décadas 80 y 90 algo así como un rancho ardiendo, porque el género de las rancheras, más que el tango, entusiasmaba a entusados y enamorados, a la vez que envalentonaba a machos y remachos.
Recuerdo que durante las décadas 80 y 90 del siglo pasado la calle Colombia de la capital paisa estuvo plagada de establecimientos nocturnos, cada uno con su grupo de mariachis de planta. Era la época fina de la violencia de los narcos, con su música ranchera de fondo, en la que hasta las pompas fúnebres de los miembros de las bandas de sicarios asesinados eran amenizadas con mariachis fastuosamente trajeados, a quienes amigos y parientes del caído en armas hacían coro mediante estridentes voces, luego de jurar venganza y que eso no se quedaba así.
Vicente estaba en la casi totalidad de esas ceremonias, todos los duelos eran reyes y el difunto era otro de ellos, pero caído.
El cementerio de San Pedro fue escenario de actuación de repetidos grupos de mariachis pagados por familiares y amigos del gánster hecho óbito. Las canciones rotas de ‘Chente’ estaban en la boca de sus cantantes, porque seguía siendo el rey. Un lugar de reflexión y oración se impactaba con las intimidantes honras fúnebres ofrecidas a tantos muchachos cuyas vidas nunca valieron nada, pero se la jugaban por jugosos pagos ofrecidos por quienes sumaban en el bajo mundo millones de dólares con los que taparon bocas, sobornaron funcionarios, montaron presidentes, eligieron congresistas, enriquecieron artistas plásticos mediocres, hicieron reinas de belleza, movieron la construcción, hicieron estrambóticos edificios y compraron curas.
Un mausoleo dotado de música ranchera de difusión perpetua se instaló en pleno campo santo a la memoria de un Muñoz Mosquera, tenebroso sicario. Y quién cuántos combos más fueron encadenados a esas fabulosas fortunas en cuyo centro ejerció el rey narco, El Patrón, El Doctor, El Rey, Don Pablo o, simplemente Pablo.
Cariacontecidas ante su público y vestidas de negro, las presentadoras de Noticias Caracol del mediodía casi lloraban durante las dos horas de transmisión de múltiples pasajes de la vida de Vicente, ante la noticia de su muerte. ¿Y por qué? Porque era y sigue siendo El Rey.
También se manifestó afligido el otro Gran Patrón de medio país, mentor del desprestigiado presidente actual de Colombia, quien se despidió del cantante con estas sentidas palabras: “Duele la partida de Vicente Fernández, que siga inspirando desde el cielo. Que sigan los aplausos “Si ustedes no se cansan de aplaudir, su Chente no se cansa de cantar”.
En síntesis, cultura popular en duelo, en decadencia y desencadenada.