Por PUNO ARDILA
De niño y de joven vi cómo se organizaban en la región “reinados de la simpatía”, cuyo propósito (muchas veces loable, por cierto) era conseguir recursos para una obra de la comunidad o para un proyecto de beneficio colectivo. En la contienda se armaban equipos de trabajo para organizar bailes, bazares, fiestas, reuniones, rifas, juegos y espectáculos. Todo con la intención de conseguir dinero, no de demostrar que Fulana Primera (así era con todas: el nombre, seguido de “Primera”) era la más linda o la más inteligente, sino la mejor respaldada por un equipo que hacía de todo para engordar el marrano (marrano de alcancía, digo).
Ganaba entonces la candidata que consiguiera más dinero (es decir —en teoría—, la más simpática), no la más bonita; y muchas veces era la familia la que se metía la mano al dril para evitar jornadas extenuantes y —más bien— lograr alguna de las coronas.
Pues bien; pareciera que la campaña presidencial fuese algo así: un reinado de la simpatía; un intercambio de golpes, altos y bajos; una pelea de comadres, a ver quién dice peores cosas de los otros. Y, como en el reinado de la simpatía, no ganará el más lindo (en este caso el mejor, el de mejores ideas y mejores propuestas, ni el más digno y más honrado), sino el que tenga más dinero y más maquinaria, y sea más corrupto y más cochino: una competencia por reunir la mayor cantidad de dinero para comprar votos y conciencias. Pero que se interesen en verdad los candidatos por exhibir conocimientos del país, o plantear propuestas de gobierno, o trazar planes administrativos… nada. Parece una campaña de estas más bien una competencia de reguetoneros, a cuál más insensato, a cuál más ignorante.
Uno de los candidatos ni siquiera se toma la molestia de presentarse en los debates organizados por los medios. Él sabe que queda como el bobo que es, lo mismo que el actual dizque presidente, que solo asistió a los debates en medios que le suministraban previamente las preguntas, y cuyas respuestas llevaba libreteadas y aprendidas de memoria; porque —al igual que este bobazo— también él sabía que si asistía sin llevar las respuestas aprendidas de memoria quedaría como el bobo que era (y que sigue siendo). Este candidato que evita los debates sabe que —como en los reinados de la simpatía— la familia termina poniendo la plata para lo que se necesite, y así el niño no tiene que complicarse con actividades ni enfrentarse con las preguntas, para que —insisto— no lo vayan a dejar como el bobazo que es.
Mensæ tegumentum. Editorial Crítica presenta “Republicanos negros. Guerras por la igualdad, racismo y relativismo cultural”, de José Figueroa. La importancia de los afrodescendientes en la promoción y evolución del liberalismo radical, del republicanismo popular, y de la igualdad.
«Figueroa desarrolla dos historias de republicanos negros: la del Partido Independiente de Color en Cuba y a la masacre racista de sus miembros en 1912, y la Guerra de los afro-esmeraldeños, ocurrida entre 1913-1916 en Ecuador, un evento casi desconocido incluso en ese mismo país a pesar de que la ciudad de Esmeraldas fue bombardeada por las fuerzas de la reacción. Figueroa ilustra las semejanzas entre los movimientos del republicanismo negro y la reacción racista a pesar de que ocurrieron a miles de kilómetros de distancia. (…) Tenían que organizarse como afrodescendientes para confrontar el racismo. Sin embargo, lo hicieron sin abandonar el universalismo, que era su meta, y adoptaron una política que Figueroa llama “universalismo situado,” que define como la combinación “de una lucha que buscaba eliminar el racismo y sus secuelas personales y culturales, y construir comunidades políticas basadas en el principio de igualdad”».
@PunoArdila
(Ampliado de Vanguardia)