Por JORGE SENIOR
Termina la primera parte de la campaña presidencial con un giro inconcebible: una victoria de izquierda opacada por el sorprendente ascenso de un fenómeno populista de derecha que hace pocas semanas nadie veía venir.
Ya de por sí es histórico el triunfo en primera vuelta de un candidato de centroizquierda que logró atraer sectores de centroderecha, obteniendo una votación récord de 8,5 millones, esto es, 3,8 millones más que lo que Gustavo Petro logró en la primera vuelta del 2018. Es la primera vez en 200 años de vida republicana que sucede algo así. Pero esta victoria inicial se ve opacada por la dificultad que se vislumbra para superar el segundo escollo en un sistema de dos vueltas y de verdad derrotar al orden conservador que impera en Colombia desde el siglo XIX. La victoria no fue lo suficientemente contundente para ganar en primera con el 50% + 1. Y ahora enfrentamos un escenario que podría parecerse al que sucedió el año pasado en Ecuador.
En la primera vuelta de Ecuador el candidato Andrés Arauz, con 33%, superó por 13 puntos a Guillermo Lasso, quien ni siquiera llegó a 20%, apenas un pelo por encima de Yaku Pérez, quien quedó de tercero. En segunda vuelta Lasso, con 52,3% venció a Arauz que obtuvo el 47,6%. Esto sucedió por las alianzas en un sistema multipartidista que tenía más de una decena de candidaturas que marcaron significativamente.
En Colombia la artimética parece más simple: Petro ganó con 8,5 millones, pero Hernández y Gutiérrez suman 11 millones y se supone que los votos de Fico se irán con Rodolfo por una razón sencilla, el antipetrismo, sembrado durante dos décadas en la friega de la batalla contra el uribismo. Quedan volando los 900.000 votos de Fajardo que aún si se fueran para el Pacto Histórico resultarían insuficientes. Y están los que no votaron. Pero todo esto es mera futurología, pues en política 2 + 2 no son 4. En asuntos electorales la aritmética siempre es más complicada y esto aún no está definido. Volvamos a los hechos.
Los partidos tradicionales y el gobierno Duque -unidos en gavilla- quedaron derrotados porque sus votantes se fueron con el populista. Faltando menos de 48 horas para las elecciones, los partidos “Centro Democrático” y “Cambio Radical” hicieron una jugada extraña: anunciaron que dejaban “en libertad” a sus votantes, cuando en todo el proceso estuvieron con Federico Gutiérrez. Esta traición de último minuto muestra que ya tenían información, seguramente por encuestas privadas, de lo que iba a suceder.
En realidad, los partidos del establecimiento no fueron derrotados, pues a las élites, a la derecha, al uribismo, lo único que les interesa es que Petro no gane. “Cualquiera menos Petro” es su consigna. Ese antipetrismo cala y se vuelve visceral, porque se basa en una mentira repetida mil veces, que explota las emociones: el miedo, el odio, la rabia. Tal mentira es un meme, una matriz de opinión que equipara a Petro con comunismo, socialismo, Venezuela. En esencia es el mismo viejo cuento del “castrochavismo”, aunque esta palabreja ya se desgastó. Sembrar esa mentira ha sido el gran logro del uribismo. Petro puede hacer lo que sea, pero nada les saca de la cabeza a un sector de la conservadora sociedad colombiana que Gustavo es el demonio, así lleve 30 años de destacada trayectoria institucional y sea un abanderado de la defensa de la Constitución.
La derecha decía que Petro era un “populista” y que representaba “un salto al vacío” y ahora está de plácemes con un candidato que sí es ambas cosas: demagogo e impredecible como el que más. La derecha está de plácemes porque ahora tiene un candidato que asombrosamente combina la bandera anticorrupción y el respaldo de los corruptos. ¡Cosas que hay que ver en esta vida! Ni siquiera importa que esté imputado por un acto de corrupción. Su discurso simplón y el tiktokeo parecieran suficientes para embaucar. ¿Recuerdan que cuando irrumpió el fenómeno Uribe se hablaba del teflón y del embrujo? Llegó el momento de comprobar si el señor Hernández, a quien le parece una delicia exprimir a los pobres con hipotecas y manda a la mujer a quedarse en la casa, tiene teflón para evitar un efecto antirrodolfista.
El principal enemigo de Hernández es él mismo. Sus salidas de tono, su patanería, su misoginia, su desconocimiento del país, su impulsividad, su demagogia barata y su carencia de ideas en cualquier momento pueden pasarle cuenta de cobro. A medida que la gente lo vaya conociendo, ahora que los reflectores lo alumbran, puede desinflarse. Quizás. No somos ingenuos. Los pueblos no son infalibles (ver columna). Los colombianos con pensamiento crítico bien lo sabemos, pues Uribe fue un fenómeno popular que logró ganar en primera vuelta y miren lo que pasó después. A los pueblos parecen encantarles estos personajes chabacanes como Bolsonaro, Donald Trump, Abdalá Bucaram, Fujimori, Pedro Castillo. Aplauden sus payasadas, bravuconadas y shows. Son taquilleros. Y en cambio poco aprecian a intelectuales como Alejandro Gaviria, Sergio Fajardo, Humberto De la Calle, Carlos Gaviria Díaz. En filosofía política a esto se le denomina democracia doxástica y tiene mucho que ver con las debilidades del sistema educativo.
La oligarquía colombiana es la más sagaz del continente como lo revela su longevo modelo de dominación que combina todas las formas de poder, y de seguro cree que puede domar al potro salvaje pues, al fin y al cabo, es uno de los suyos. Pero en elecciones el pueblo tiene la oportunidad de decidir. A los columnistas nos toca la tarea de desnudar al personaje, poner en evidencia al embaucador, ayudar a que la gente en medio de su pasión no trague entero un “cambio” que no cambia nada. Tantos aspectos repugnantes del confeso admirador de Hitler quizás logren el milagro de producir una reacción antirrodolfista que haga caer en cuenta, incluso a parte de sus votantes de primera vuelta, que constituye una opción nefasta para Colombia que nos llevaría de Guatemala a Guatepeor.
Coletilla: en la oscuridad de su cueva el genio tenebroso sonríe; sabe que entre imputados se entienden.