Por JORGE GÓMEZ PINILLA
Lo que acaba de ocurrir con el sorpresivo nombramiento del exmagistrado Iván Velásquez como ministro de Defensa nunca habría podido darse si Gustavo Petro no hubiera contado con el unanimismo que se percibe entre todos los partidos que no quieren quedarse por fuera de la repartija del poder tras la elección de Gustavo Petro como presidente. Esto le dio margen de maniobra.
Otra circunstancia favorable, pues ayudó a crear el clima político adecuado, reside en que la decisión fue anunciada el mismo día en que Petro se reunía con una delegación del gobierno de Joe Biden, encabezada nada menos que por el asesor adjunto de Seguridad Nacional, Jon Finer. Como hecho llamativo, se reunió primero con Petro y luego con Iván Duque. “Primero lo primero”.
Lo segundo es que ese nombramiento podría entenderse como un reto a los “cientos de Zapateiro” que el general ídem (Zapateiro) dijo que había dejado diseminados dentro del Ejército. En tal sentido es previsible más de un acto de insubordinación, de pronto hasta de sublevación, y es de esperar que no lo haya de conspiración.
Pero un aspecto donde se ubica el mayor mérito del nombramiento es en lo relacionado con la corrupción que ha venido imperando dentro de las fuerzas armadas. Y esto no es opinión mía. Transparencia por Colombia en un informe del año pasado, luego de analizar 2.026 registros periodísticos sobre hechos de corrupción en los últimos cinco años, encontró que el sector del gobierno donde se presentaron más casos de esta naturaleza fue en la Fuerza Pública, y tenían que ver sobre todo con la venta de información reservada o de armas de uso privativo a grupos al margen de la ley. (Ver informe).
Así las cosas, con la llegada de Iván Velásquez a ese ministerio es posible citar a su tocayo Iván Duque cuando en un contexto muy diferente dijo que “se les acabó la guachafita”. Pues bien, a todos esos oficiales que vivían como reyes mediante la repartición de comisiones en la adjudicación de contratos, se les acabó su guachafita, sí señores. El enigma está ahora en saber si los afectados se van a quedar quietos, o de qué modo podrían reaccionar para no perder tales privilegios. Y no es por asustar a nadie, pero dentro de esa institución hay francotiradores expertos en la tarea de dejar huella… pero no rastro. Así que señor ministro, pilas: soldado avisado no muere en guerra.
Lo cierto es que el nuevo ministro de Defensa llega con una visión por completo antagónica a la de María Fernanda Cabal, quien concibe al Ejército como “una fuerza letal de combate que entra a matar”. Aquí se da un giro de 180 grados, pues ahora la tarea estará puesta en una defensa vertical y protección de los Derechos Humanos, tanto dentro de las tropas como hacia afuera, en el trato con “los civiles”.
Llegados a este punto, habría que concederles la razón a quienes se les ve preocupados por la llegada de Gustavo Petro a la presidencia, en un tema específico: el de las expropiaciones. Ciertamente, no se debe poner en duda que el ministerio de Defensa en general y el Ejército en particular les han sido expropiados… al Centro Democrático. Son apenas comprensibles entonces las preocupaciones de las más prestantes figuras de ese partido, desde un Álvaro Uribe que se despacha con un trino enigmático (“el hábito hace al monje”), pasando por una Paloma Valencia que afirmó que habían nombrado a un “enemigo acérrimo del partido y del jefe del partido de oposición, y que esto constituía no solo un desafío, sino una amenaza. Y está también más hilarante y paranoica de todas las reacciones, la del abogado Enrique Gómez Martínez: “Velásquez es un instrumento de Petro para su vendetta contra el Ejército. A lo mejor es una salmuera mientras eligen al ELN como Policía de Colombia y a las Farc como nuevo Ejército”.
En todo caso, a Paloma Valencia habría que aclararle -como dije en trino donde le respondí a ella- que Iván Velásquez no es enemigo de nadie. Es amigo de aplicar la justicia, cáigale a quien le caiga.
Lo que pretenden soslayar, en últimas, es que se trata de la misma persona que en su condición de magistrado investigador no se dejó amilanar por la persecución que en su contra desató el gobierno de Álvaro Uribe desde su propia central de inteligencia (hablamos del extinto DAS) y logró llevar a la cárcel a muchos funcionarios, parapolíticos y personas cercanas al entonces presidente a la cárcel, entre ellos a su primo hermano y carnal, Mario Uribe.
Tienen por tanto evidentes motivos para estar preocupados en el Centro Democrático, inclusive para no dormir tranquilos. Sobre todo el dueño del letrero, en consideración a que dentro del Ejército debe haber más de un oficial interesado en congraciarse con el nuevo ministro, y qué mejor manera de hacerlo que suministrándole lo que en el argot castrense se conoce como “información reservada”.
Información reservada, por ejemplo, sobre el modo en que desde los mismos cuarteles se planeó y ejecutó la horrorosa práctica genocida de los ‘falsos positivos’, nombre benigno para designar las 6.402 ejecuciones sumarias que se llevaron a cabo durante los dos periodos de gobierno de Álvaro Uribe, asunto en torno al cual hay todavía mucha tela por cortar y muchas verdades por conocerse.
Por todo lo anterior, no puede caber duda en que el nombramiento de Iván Velásquez como ministro de Defensa es algo “de ataque”. Ciertamente, de ataque cardiaco para más de uno.
Ya para terminar, hablando de cosas hilarantes -o más bien delirantes- está la declaración del saliente Iván Duque, quien abrazado al general Eduardo Zapateiro declaró que este le había enseñado a decir Ajúa. Lo llamativo es que tan infantil declaración deja ver a las claras dónde residió el verdadero poder durante su mandato: no en el estamento civil, sino en el estamento militar. Y sirve a la vez para entender por qué el nombramiento de Velásquez constituye ante todo una movida revolucionaria: porque vuelve a poner las cosas en su sitio, desde lo institucional. El poder de la nación en cabeza del comandante supremo de las Fuerzas Armadas, el verdadero presidente de la República, Gustavo Petro Urrego.
Fin del comunicado, rompan filas… ¡AR!