Por GERMÁN AYALA OSORIO
En la extensión del conflicto armado interno y en las disímiles formas de violencia que se manifiestan a diario en Colombia, confluyen elementos asociados no solo a procesos civilizatorios fallidos por cuenta de una equivocada idea de ser Macho, sino al egoísmo como valor social, político y económico, fruto de una comprensión equivocada del capitalismo. Al final, todas las diversas expresiones de nuestras violencias siguen atadas a un ethos mafioso derivado de un débil aparato productivo que lo reproduce en tanto que genera pobreza, desigualdad, inequidad y profundas incertidumbres sociales.
La precariedad del aparato productivo es fruto de una élite precapitalista que ha vivido cómoda con el modelo económico agro extractivo, los monocultivos -legales e ilegales- y la ganadería extensiva. En consonancia con su mezquindad, esas familias que conforman el Establecimiento colombiano jamás entendieron el sentido de lo colectivo que acompaña al Estado como una forma de dominación soportada en la voluntad colectiva, expresada para que este sirva a los intereses de las grandes mayorías.
Para efectos de este documento, la condición de precapitalistas se entiende porque la clase empresarial colombiana ostenta esa condición: a pesar de que creen en el mercado y están instalados en el sistema capitalista, asumen la competencia como un riesgo. De allí que procuran generar monopolios, restringir la entrada de competidores. Gutiérrez Ramos (2002) sostiene que en ellos conviven valores y actitudes contradictorios.
Romper el perverso carácter sistémico de estas señaladas circunstancias contextuales implica, según el economista Mario Valencia, “iniciar una transformación cultural, económica, social y política que desencadene fuerzas en materia de prosperidad”. Ser modernos, pensar y actuar como tales es una materia pendiente no solo para aquellos que hoy insisten en la toma del poder mediante las armas, sino para una clase política y empresarial que a pesar de sus privilegios y de formarse en universidades de gran prestigio nacional e internacional, siguen actuando bajo principios premodernos, que devienen innobles, inmorales y deshumanizantes.
A todo lo anterior se suma la profunda ideologización de la discusión alrededor de ideas y conceptos como el capitalismo, el desarrollo y el bienestar. Cuando el presidente Gustavo Petro y su ministra de Minas y Energía, Irene Vélez expusieron el concepto del decrecimiento, y mucho antes el gobierno hablara de justicia tributaria y de retomar las bases de una truncada industrialización, entonces la clase empresarial, acostumbrada a la comodidad que les ofrece a sus miembros el actual modelo económico agro extractivo, se sintió confrontada y renuente al cambio. Por ello, señalo que los graves problemas del país no se superan exclusivamente con el garrote que aplicaron los antecesores de Petro a quienes insisten en la violencia armada, sino con un profundo cambio cultural de todos y en todas las capas de la sociedad para superar viejas taras, fruto de endogamias políticas, sociales y económicas.
Como esos cambios implican desacomodarnos, y quizás aceptar que llevamos años equivocándonos, entonces lo más lógico es que broten resistencias de aquellos que siendo élite, no han logrado entender que los conflictos y dificultades del país siguen atadas a su corta visión y a la mezquindad que producen los privilegios de clase, alcanzados, en gran parte, a través de disímiles formas de violencia.
@germanayalaosor