Por FERNANDO MILLÁN*
Leí hace unos días un completísimo informe periodístico de Guillermo Franco sobre la realidad de los periódicos colombianos. Dijo lo que muchos saben y no se atreven a contar. Hace parte de esos secretos de los administradores, como las familias que evitan que otros se enteren que sus cosas no van bien.
Guillermo es el más importante periodista e investigador colombiano de este mundo inacabado del ecosistema digital. Gerente de contenido de eltiempo.com y creador de Pulzo, con una publicación que ha estado en las aulas de muchas universidades del mundo por el juicioso análisis de las diferencias entre escribir para un periódico y hacerlo para internet: ‘Cómo escribir para la Web: Bases para la discusión y construcción de manuales de redacción ‘online’’.
Tiene además toda la autoridad para hablar del tema de los periódicos, porque tiene una larga carrera que lo llevó a ser de la Mesa Central de El Tiempo, un modelo que repartió entre varios editores de alto nivel la administración del contenido del periódico.
Pues bien, lo que Guillermo publicó originalmente en La República, en donde es habitual colaborador, terminó en una inexplicable (¿o explicable?) censura. La versión corta se publicó en el impreso y aunque el informe extenso apareció en la página web del medio solo estuvo unas pocas horas al aire. Mágicamente desapareció. A los tres o cuatro días reapareció, pero con ajustes no consultados con el autor. Y creo que a estas alturas no hay una explicación satisfactoria (si la hubiera) sobre lo ocurrido. Así de incómodo fue lo escrito por Guillermo, que pasó lo que pasó.
Palabras más, palabras menos, lo que dice el artículo, republicado por La Silla Vacía, para fortuna de la verdad, es que los periódicos en Colombia están moribundos, que la circulación es una mueca de lo que pasaba hace cinco años, que sus ingresos están en el piso, que desdeñaron la oportunidad de tener versiones digitales poderosas y de vanguardia, que prefirieron el ahorro a la inversión. En otras palabras, han preparado el suicidio.
Guillermo se apoyó, entre otras cosas, en cifras oficiales y en algo connotativo: no volvieron a echarle mano al Estudio General de Medios, la herramienta principal para la venta de publicidad, porque ya no hay manera de tapar el sol con las manos y de mostrarles a los anunciantes que circulan más de lo que en realidad ocurre y que su alcance resulta un buen negocio para ellos.
En conclusión, el ahorro y la falta de visión los tiene con la soga al cuello.
Soy el creador periodístico del diario gratuito ADN de Colombia y su director por una década. Metí las narices en todo desde antes del comienzo y conocí de cerca los forcejeos que se dan para sostener cifras de circulación y seguir sumando en ingresos frente a la presión de los financieros por ahorrar gastos, mantener los ingresos y mostrarle al jefe mayor que sí cumplen con las metas. Definitivamente, dos mundos conviviendo bajo el mismo techo, pero con miradas totalmente opuestas.
Por allá a comienzos de los años 90, se decía en el rincón del café de la de redacción de El Tiempo que lo peor que le había pasado al oficio periodístico era el involucramiento de los administradores en nuestro quehacer diario. «Es costoso ese cubrimiento, mejor cojan la información de las agencias», decían en medio del desconcierto.
O algo peor. Una de esas firmas que buscan la optimización empresarial se atrevió a sugerir hace pocos años: «Mejor hagan sus reportajes por teléfono en lugar de viajar; así el ahorro es mayor», ¡Ahorro! Esa parece ser la palabra mágica en todo eso.
Pues bien, por allá en el año 2012, un auditor me preguntó qué cosas habían cambiado de la última versión del manual de estilo de El Tiempo con lo que ocurría en ese entonces. Por supuesto, no incluía a Internet, ni a las redes sociales, inexistentes para el momento de esa edición.
Pero había algo que nada tenía que ver con la modernidad, sino con las formas y el fondo de la labor periodística: Antes de finales del siglo XX, nadie, ninguna fuente podía invitar (con todos los gastos pagados) a un periodista a hacer un cubrimiento, salvo con autorización expresa del director. Para el momento de la pregunta del auditor la situación era radicalmente opuesta: cualquier fuente podía invitar a cualquier periodista a hacer un cubrimiento, incluso a los confines de la tierra, con todos los gastos pagos y más. «Antes era la excepción, ahora se da en 90 por ciento de los casos», le respondí.
Con la excusa de las crisis económicas, los medios ‘se bajaron los calzones’ y permitieron que los anunciantes hicieran y deshicieran y que los responsables de mercadeo y de la parte comercial ‘metieran goles’ cuando quisieran. Pasó con la famosa portada falsa, que no era otra cosa que, a cambio de una millonada, la redacción les cedía a los anunciantes ese espacio privilegiado.
No profundizo en ADN porque es como contarle al vecino cosas del hijo. Pero quienes manejaban la casa editorial en su momento le cortaron las alas a la versión web por el miedo a que se volviera un competidor fuerte de eltiempo.com. Y un alto gerente ordenó bajar la circulación a rajatabla. Ingenuo o ventajoso al creer que haciendo ese ahorro se mantenían los ingresos, sacó pecho con las cifras ante los jefes y les cumplió, pero condenó al medio a una crisis inaudita cuando era el que mayores utilidades dejaba en la casa editorial. Después recortaron la independencia.
Guillermo Franco ha sido riguroso con las cifras y con la argumentación. Quizá ese texto deba convertirse en el capítulo de un libro que analice la situación de los medios de comunicación en Colombia: unos construyendo el futuro y otros quedándose con el freno de mano en las glorias del pasado.
Tomado de Fernando-millan.blogspot.com/
* Fernando Millán es periodista y escritor. Creó el diario ADN y lo dirigió por diez años. Fue editor de eltiempo.com y del diario El Tiempo. Es editor del Al Día News, de Filadelfia (EE. UU.). Guionista, realizador de documentales y de programas de televisión. Autor de ‘Con ojos de mujer. Relatos en medio de la guerra’.