Por GERMÁN AYALA OSORIO
Negociar el fin del conflicto armado con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) parece complicarse con cada declaración del gobierno o de Antonio García, uno de sus comandantes, cuando cada uno expone su visión sobre la construcción de la paz. Hace unos días señaló que “estar o no en el parlamento no es lo que garantiza que el país cambie para bien de los colombianos. Tampoco las desmovilizaciones han producido las transformaciones esperadas. La paz no es sinónimo de dejación de las armas ni de cupos en el parlamento”.
En su declaración hay una crítica a sus camaradas de las Farc-Ep, a quienes juzga por haber firmado el armisticio a cambio de diez curules y por haber entregado las armas al Estado, aunque insiste en llamar a esa realidad militar y política “dejación de armas”. En su valoración negativa de la negociación de La Habana, García alude de manera indirecta a los proyectos productivos que, en buena medida, están fundados en el trabajo de los desmovilizados.
La verdad sea dicha, no es fácil contener la molestia que generan sus palabras en una sociedad que creyó que la construcción de una paz estable y duradera estaría garantizada por los factores que el comandante eleno critica en su declaración. Por supuesto que la construcción de una paz estable y duradera no se logra con desmovilizaciones masivas, curules y dejación armas. Se requieren cambios sustanciales en las maneras como el régimen uribista ha hecho operar al Estado: con un sentido privatizado y con un carácter violento, que lo hace temible.
También se requiere ajustar los modelos económico y político, aspiración que los elenos traducen en un régimen socialista. Igualmente, se requiere sacar las armas de la política, consigna con la que los farianos llegaron a La Habana y que el Estado no cumplió, porque desmontar las estructuras de poder que hacen posible la circulación de armas y su uso criminal implicaría tocar a figuras con alto poder económico o político. Y todos sabemos que esa circunstancia es compleja, porque el régimen de poder uribista construyó entre 2002 y 2010 toda una lógica perniciosa en torno a la operación de un “doble Estado” representado por organizaciones sicariales como la Oficina de Envigado.
¿Qué estará pensando Antonio García cuando advierte que no creen en desmovilizaciones, dejación de armas ni curules en el Congreso? He aquí algunas puntadas de lo que podría ser una tesis y aspiración de la comandancia federada de esa guerrilla. Quizás esté pensando en la integración de los guerrilleros a estructuras armadas resultantes de un eventual acuerdo de paz con el Estado colombiano. Estamos hablando, por supuesto, de una fuerza armada rural amparada en una ley que le dé vida como una institución oficial orientada a cumplir dos funciones básicas: una, ejercer control policial en los territorios donde el ELN hoy opera y tiene garantizada una legitimidad social y política. Y dos, ser garantes de las transformaciones que en materia económica, social y política los elenos vienen exigiendo de tiempo atrás, asumiéndose ellos como mediadores entre el Estado y agentes de la sociedad en la discusión sobre cómo deben ser las transformaciones que requiere el país en materia de infraestructura y formas de producción, entre otros aspectos.
Esa fuerza armada rural sería el refugio de los guerrilleros en armas, cuyas vidas no las conciben por fuera de las lógicas bajo las cuales operan ejércitos propiamente dichos. Esta es una condición si se quiere psíquica en las masculinidades violentas de hombres en armas. Eso sí, con una salvedad: sus actuaciones estarían sometidas a la Constitución y la ley. No se puede imaginar que se trataría de una fuerza armada pensada para fracturar la soberanía popular y mucho menos para crear “repúblicas independientes”.
Ya veremos en qué queda dicho proceso de diálogo. En particular, no creo en que sea posible consolidar una paz en los territorios donde opera el ELN, por varias razones: el carácter mesiánico de los comandantes elenos, su arrogancia y el saber que, al no tener la capacidad de tomarse el poder por la vía militar, el único camino que les queda para justificar su existencia es insistir en que no hay condiciones para construir la paz y por eso, continuarán echando bala y secuestrando soldados y civiles.
Llevan 50 años haciendo lo mismo y, al parecer, no tienen ningún afán de cambiar de vida.
@germanayalaosor