Por DANIEL MANRIQUE CASTAÑO*
Me llamo Daniel Manrique Castaño. Soy neurobiólogo, además uno de los pocos profesionales del ramo que ha escrito sobre Álvaro Uribe Vélez. Y debo decir que es un psicópata. Pero no se confunda, no pretendo insultarlo, solo lo describo en términos médicos.
El señor Álvaro Uribe es un psicópata. Sí. Y usted debe saber que esto no es ningún insulto ni una forma de denigrar de una persona. Por el contrario, la psicopatía es un constructo que cuenta con el respaldo de más de 200 años de investigación clínica y forense, y está caracterizada por las ciencias cognitivas y la neurobiología, mi área de profesión.
Un psicópata es alguien que carece de empatía y sensibilidad, y que hace un uso sin apegos de las personas. Son sujetos propensos al comportamiento criminal, que pueden infligir un daño emocional muy grande a sus víctimas; impulsivos o ejecutores de crímenes bien planificados. Una de sus principales características es que no sienten remordimiento o arrepentimiento por sus actos y el daño que causaron a otros. Cabe resaltar, por supuesto, que no todos los criminales son psicópatas, ni viceversa.
En el cerebro de un psicópata no se activan áreas responsables de generar un sentimiento de culpa. Es primordial entender esto, no se trata de que no demuestre u oculte la culpa, es que sencillamente no se siente culpable. Su cerebro le dice que no ha hecho nada malo.
Los científicos consideran que la psicopatía tiene dos aspectos: el biológico y el social. El primero hace referencia a los factores genéticos/biológicos que llevan a un inadecuado funcionamiento de diversos circuitos cerebrales, principalmente el circuito orbitofrontal. La corteza orbitofrontal es el área del cerebro que se encuentra inmediatamente detrás de sus ojos.
El segundo aspecto de la psicopatía, el social, hace referencia a circunstancias de índole social, económicas y culturales que rodean al individuo durante su desarrollo y que inhiben o facilitan las conductas criminales y mal adaptativas que ocasionan la disfunción del circuito orbitofrontal.
Para nadie es un misterio que el señor Uribe es un sinvergüenza. Esto tampoco es un insulto, estimado lector. Las conductas y el discurso del señor Uribe dejan ver explícitamente que ese sentimiento que usted y yo sentimos cuando hacemos algo malo, no hace parte de su vida interior. Uribe no tiene la capacidad de sentir vergüenza porque su circuito orbitofrontal, y particularmente la corteza ventromedial, no funcionan de la manera que lo hace en la mayoría de nosotros.
Gracias a un adecuado funcionamiento cerebral, podemos sentir la pena de alguien más cuando perdió a un ser querido y expresamos nuestro pésame; o evitamos insultar a nuestros seres amados. En otras palabras, el circuito orbitofrontal nos permite sentir que hicimos algo mal (vergüenza) o el dolor ajeno (empatía), haciendo que evitemos conductas que pueden dañar a otros.
A él no le da vergüenza pararse frente a un micrófono cuando se le pregunta por algunos de sus crímenes. Por supuesto, a diferencia de Luis Alfredo Garavito, Uribe no suelta confesiones desenfrenadas sobre sus crímenes en contra de la humanidad, no por vergüenza (como lo haría un criminal no-psicópata), sino porque sabe que si lo hace iría a la cárcel. Su cerebro no le provee una evaluación afectiva sobre sus conductas, pero sí sobre el contexto y la ley.
En otras palabras, el cerebro del señor Uribe no le permite sentir que desaparecer gente, matarla o quedarse con sus posesiones es algo malo; algo que a la gente no le gusta que le hagan. Él sabe que es malo, no porque lo sienta, sino porque en el colegio y en la universidad sus profesores probablemente le dijeron que no se le debe hacer eso a la gente. A personas no psicópatas, como usted o yo, nuestro circuito orbitofrontal nos dice que ordenar el homicidio de personas para satisfacer nuestros propósitos es algo que no es bueno. Mandar a descuartizar personas nos genera repugnancia (activación de la amígdala), y sabemos que la gente no se siente bien cuando la descuartizan (empatía). Si por casualidad esto le parece un comentario irónico, déjeme decirle que no lo es; carecer de la inhibición conductual que nos procura un adecuado funcionamiento del circuito orbitofrontal es una condición clínica muy grave y devastante para las personas que rodean al individuo.
Así las cosas, mi hipótesis es que una disfunción biológica, inadvertida gracias a las particulares y cómodas condiciones sociales y económicas del señor Uribe, impide que lo emocional haga parte de su razonamiento y vida interior. El señor Uribe puede manejar un discurso sobre las víctimas y las masacres que ocurrieron en Colombia como algo que aprendió que es malo, pero no como algo que él sienta que es indebido. Por esta razón, cuando personas como Javier Villalba, Jesús María Valle y Nancy Ester Zapata fueron asesinadas después de denunciar la participación de Uribe en la masacre del Aro en 1997, Álvaro Uribe dice “Dios sabe cómo hace sus cosas”. Si alguna vez usted se sintió tan mal como yo frente a esta respuesta cínica (que creo que se dio en un contexto similar), probablemente la disfunción del circuito orbitofrontal le permitan explicar cómo es esto posible.
Cuando personas no diagnosticadas como psicópatas ven una fotografía de un tierno cachorro de oso panda, y por otro lado una de una terrible masacre, diferentes áreas del cerebro se activan y hacen que la persona se sienta distinta cuando ve ambas fotos. Lo mismo ocurre cuando usted cierra los ojos durante la película de horror en el momento en el que el asesino se acerca por detrás para degollar a la joven chica rubia que se cayó mientras todos huían. Si usted siente ese disgusto por la escena, quiere decir que su amígdala está funcionando de manera adecuada. De seguro, este horror no lo genera la escena de un perrito meneando la cola. En el caso del degollamiento podemos describir lo que sentimos como algo negativo o desagradable, mientras que los sentimientos frente al perrito podríamos describirlos como positivos o agradables.
En los psicópatas, como creo que es el señor Uribe, esta diferencia no existe. Para él las fotografías de la masacre del Aro tienen el mismo efecto que la foto de una montaña o unos niños jugando en un parque. Aunque parezca increíble, el señor Uribe probablemente, no puede juzgar o diferenciar una experiencia neutral, de una negativa o positiva. Por ello es posible que ordene la masacre de personas mientras vigila todo el procedimiento desde un helicóptero, de la misma forma como vigilaba a sus hijos en el parque.
Hay otros aspectos que pueden destacarse de este personaje. Según Uribe, sus subalternos (muchos prófugos de la justicia) cometieron todo tipo de crímenes “sin su conocimiento”. Sus secuaces adquirieron a precio de huevo tierras de personas desaparecidas, masacradas o desplazadas (sin él saber nada); sus hijos se enriquecieron ilícitamente (pero aparentemente eso no es malo para él) y su jefe de seguridad traqueteaba bajo sus narices, pero él nunca lo supo. Por supuesto, todo como un aspecto del psicópata que se conoce como “falla para aceptar la responsabilidad” o “falta de culpa.”
Estoy seguro de que el señor Uribe es consciente de todos estos hechos y es culpable de la mayoría, tal vez de todos los crímenes que se le imputan. Sin embargo, su cerebro no le envía señales que lo hagan sentir mal, avergonzado o arrepentido. En serio, el señor Uribe no posee la capacidad de sentir, como la mayoría de las personas, que hizo algo malo. Por eso a todos nos parece tan cínica, por decirlo de alguna manera, su forma de actuar. Esta es otra razón por la cual él vuelve una y otra vez a dar discursos en los lugares donde es abucheado e insultado. Para una persona del común esta situación es una experiencia desagradable y por eso es deseable evitarla. Si usted cree que el señor Uribe vuelve a los mismos lugares donde es desaprobado, y cree que es debido a su verraquera y sus ganas de hacer patria, desengáñese: él lo hace porque no siente vergüenza de volver allí.
Uribe no siente nada por las víctimas, hablar con él sobre muertos es como hablar de edificios o piedras. Las víctimas son números, instrumentos para hacer política, porque en su cerebro no existe una señal que le diga que una persona se siente muy mal cuando le descuartizan a su esposo.
Todo esto, dejando de lado lo lucrativa que ha sido para el señor Uribe y sus secuaces la guerra y su “temor” a que se sepa la verdad. Utilizo la palabra temor entre comillas, porque mi hipótesis indica que el señor Uribe no conoce muy bien lo que otra persona llamaría miedo o temor, debido a su disminuida actividad neuronal en la amígdala. Solamente sabe que si los señores de la guerra empiezan a hablar, él podría ir a la cárcel y perder sus beneficios civiles. Incluso para él sería muy tedioso empezar a matar a las decenas de personas que testimoniarían en su contra, ni tampoco podría extraditar para que sus incriminaciones no se conozcan.
Lo interesante de esto es que no requiere de un criterio ético o político para ser validado o desmentido; requiere de ciencia. Ubicar por algunas horas al señor Uribe en una unidad de resonancia magnética funcional, y hacer una evaluación clínica con el uso de test y herramientas cognitivas, podrían decirnos si la disfunción que propongo es una realidad o no.
De nada sirve que lo pongan a declarar, porque a diferencia de los criminales nazis que reconocieron su responsabilidad en muchos hechos e incriminaron a muchas personas más, Uribe nunca sabe nada. Y si algo se ha hecho, ha sido a sus espaldas, sin su conocimiento ni consentimiento. Por supuesto, también habría lugar para que se ofrezcan herramientas que beneficien su salud, calidad de vida, y de quienes le rodean.
¿Ha estado Colombia en manos de una persona con el juicio comprometido, en manos de alguien cuyo cerebro presenta las mismas respuestas frente a un cachorro de perrito y una masacre? La neurociencia podría no solamente brindarnos la respuesta, sino ayudarnos a construir un mejor país.