La Paz total y el nuevo (y desolador) escenario de la violencia

Por HORACIO DUQUE

A pesar del noble y audaz esfuerzo del presidente Gustavo Petro para poner fin al conflicto armado con su propuesta de paz total, el escalamiento de la violencia social y política muestra una persistencia desoladora que genera confusión, perplejidad y desaliento. Estamos atrapados en una violencia irracional que, a mi juicio, no hemos logrado entender en toda su complejidad, en sus causas, sus actores, escenarios y tendencias demenciales.

El asesinato de líderes sociales sigue siendo la noticia cotidiana y las medidas adoptadas por la Comisión de Paz del Congreso que lidera el senador Iván Cepeda no han dado resultados; las masacres se multiplican afectando comunidades campesinas, indígenas, afros y sectores muy pobres; hay desplazamientos masivos de familias en el sur del pacifico, en el Chocó y en los Llanos Orientales; el neoparamilitarismo está muy activo en muchos territorios (Meta, Caquetá, Putumayo,  Magdalena Medio, Cesar, Bolívar, Arauca, Catatumbo, Guaviare) con la complicidad de sectores militares de la Fudra Omega, la IV Brigada de Medellín, la 3 Brigada de Cali, el batallón de la selva del Putumayo, el batallón de Granada (Meta) y con el apoyo de altos oficiales de la policía, todos ellos involucrados en el negocio de las drogas, especialmente en el área del transporte y las exportaciones de cargamentos hacia el mercado internacional.

Las guerrillas todavía actuantes (Eln, Farc-EP, Nueva Marquetalia y Epl) fortalecen su presencia territorial y, aunque han mostrado cierta condescendencia con el liderazgo del presidente Petro, recelan de sus movidas políticas. En resumen, hoy el país asiste atónito a la explosión de una nueva violencia en las regiones.

Los recientes escenarios de sangre en el Putumayo (Puerto Guzmán) y el Cauca (Buenos Aires/Munchique), en que las guerrillas de la resistencia agraria han sido el actor protagónico en hechos lamentables, conmocionan a la sociedad. La violencia en el Cauca es delirante: todos los días caen lideres indígenas, comunitarios, afros, jóvenes y mujeres. En el triángulo del Telembí, Nariño, la guerra no para y se extiende hasta Tumaco y el sur del Pacifico. En el Chocó y el norte de Antioquia no paran los desplazamientos como consecuencia de la acción de los urabeños (paras), integrados y dirigidos por oficiales del Ejército y la Policía; en Arauca ya no hay palabras para describir la cadena violenta; en el Putumayo todo está servido para que se repita un nuevo hecho sangriento que bien puede desatarse desde una unidad militar descontrolada o infiltrada (Puerto Leguizamo) por la mafia de la Araña, Gárgola y el Alacrán: los señores del dinero y el poder de las drogas en ese territorio amazónico; y en el espacio comprendido por el sur del Meta (Guayabero), Caquetá (Yarí) y Guaviare bien puede desatarse una confrontación violenta dada la prepotencia de la Fudra Omega empeñada en la erradicación forzosa empujados por el afán de la riqueza y el saqueo de los predios de los campesinos, sus cultivos y pequeñas ganaderías.

Mi opinión es que el gobierno nacional encamina su estrategia de Paz total sin un conocimiento científico de la nueva violencia colombiana. Ese fenómeno ha sido objeto de varios estudios en los últimos 60 años, desde las investigaciones de Monseñor Guzmán y Fals Borda para explicar el ciclo del choque armado bipartidista de los años 50 del siglo XX; pasando por los documentos de los violentólogos de los 80; la abundante literatura politológica de los 90 y principios del siglo XXI, con ocasión de la desmovilización del M19 con otras guerrillas menores y de los diálogos del Caguán; hasta los análisis de expertos para la Mesa de negociaciones en la Habana con las Farc.

No desconozco el peso de la violencia desatada desde la configuración del Estado y sus gobiernos en los distintos niveles. El Estado en su actual organización, mafiosa y corrupta, es un factor central de la violencia por el papel de los clanes políticos en Valle, Cesar, Santander, Quindío, Bogotá, Barranquilla, Cali, Popayan, Meta. Hay que ver lo que es el Fondo Mixto del Deporte en el Valle del Cauca, un parapeto de la señora Dilian Francisco Toro y de la actual gobernadora de su cuerda, la señora Roldán, en el que se han perdido billones de pesos de la paz y de las regalías para engordar las cuentas bancarias de estos dos nombres delincuenciales y sus roscas parásitas.

Nada ganamos con los avances de la Paz total, ciertos y correctos, si no entendemos la naturaleza del actual conflicto social y armado. Todo nos puede estallar en la cara, como ha ocurrido en el Putumayo y el Cauca, pues no sabemos a ciencia cierta cuál es la esencia de la problemática que quiere trascender el “significante vacío” (Paz total) al cual está aferrada desde la fría Bogotá la dirigencia progresista del gobierno.

No estoy sugiriendo parar todo y dejar que nos trague la muerte. Hay que seguir, pero con más claridad y agilidad; lo del Cauca y lo del Putumayo se pudo evitar si desde el lado presidencial y sus asesores se hubiese dado una mayor apertura mental a la capilaridad local y regional empática con el mensaje del actual jefe de la Casa de Nariño. Los actores locales y regionales del conflicto dijeron sí a la Paz total pero se quedaron con la palabra en el aire regresando con mayor ímpetu el demonio de la guerra, como lo estamos viendo. Asumir cada mensaje, cada manifestación empática de los actores subalternos de la violencia con una lectura de gabinete, cargada de cierto desdén erudito, no acierta en la consolidación de la paz total. Lo que se está generando es una tremenda confusión y un “cruce de cables” que puede apalancar nuevos episodios de violencia por la reyerta entre las organizaciones guerrilleras que ejercen el control territorial y societal.

Hay “confusión gubernamental” en la gestión de la paz total como consecuencia de la insuficiencia epistemológica y científica en la percepción de la violencia y del nuevo modelo de paz que se quiere concretar. Esto hay que corregirlo sin mucho trámite burocrático centralista.  No hay que confiar en tanto estudio bogotano del problema, hay que ir a las regiones, a las localidades, a las comunidades, al seno del mundo campesino, indígena, afro y popular para encontrar salidas pacifistas, con todo el rigor y la responsabilidad, sin charlatanería de aventureros en plan de enriquecerse en el juego de la repartija burocrática en pleno auge.

@HoracioDuque8

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