Por OLGA GAYÓN/Bruselas
Durante el gobierno anterior, el del representante de la extrema derecha Iván Duque, el Ejército bombardeó niños y los asesinó bajo el pretexto de que pertenecían a la guerrilla. Esos pequeños habían sido secuestrados por un grupo guerrillero. El ministro de Defensa de entonces, Diego Molano, sabía que en ese campamento de la insurgencia había niños que no estaban allí por su propia voluntad. Y en lugar de intentar salvarlos de sus captores para regresarlos a sus hogares sanos y salvos, lanzó bombas sobre ellos que, efectivamente, los mataron. Los asesinaron. No hubo ninguna protesta fuerte por parte de los medios de comunicación, solo la oposición y voces de la sociedad civil se levantaron contra esos crímenes. Y ni el ministro ni el gobierno de Duque han sido investigados, menos llevados ante la justicia para pagar por semejante atrocidad. Para esa extrema derecha los niños, literalmente, eran “máquinas de guerra”, como lo aseveró alto y claro ese infame ministro.
Con el cambio de gobierno y la llegada al poder del izquierdista Gustavo Petro, los militares ya no lanzan bombas sobre los niños: lanzan comida desde helicópteros. Durante más de un mes siguieron el rastro de los cuatro infantes indígenas extraviados en la espesa selva. Y para conseguirlo, esos militares buscaron e incorporaron a representantes de los pueblos indígenas de la zona. El gobierno dio la orden de no detener la búsqueda hasta encontrar a los cuatro niños. Jamás se pensó en el dinero que costaría intentar salvar las vidas de los cuatro pequeños que sobrevivieron al accidente de avión en el que murió su madre. Ellos solos deambularon por la selva, hasta que un equipo de rastreo los encontró vivos: sanos y salvos.
Los soldados en medio de la noche, desde las aeronaves recogieron a los niños en cestas, ayudados por los integrantes de la guardia indígena que los habían encontrado. Tras llevarlos a la ciudad más cercana del lugar de la selva donde habían sido rescatados, los pusieron en un avión militar medicalizado para trasladarlos a Bogotá, al hospital militar, donde ahora se encuentran; seguro que allí acabarán de curarlos para regresarlos a la civilidad.
¡Cómo se siente el cambio en Colombia! Ahora el gobierno de Petro defiende a los niños como el tesoro más preciado del país. ¡Para eso votamos más de once millones de colombianos!