Quienes nacimos en el trópico, donde no hay estaciones, aunque llevemos muchos años en Europa, donde sí las hay, con la llegada de cada una de ellas seguimos maravillándonos por los cambios que vemos en los siguientes tres meses.
El pasado 21 de junio fue el día más largo del norte del planeta: el solsticio de verano, con los primeros rayos del sol que aparecieron antes de las 5 de la mañana y se ocultaron para dar paso a la seductora luz de la luna, pasadas las 22h00. La mayoría de los seres vivientes que habitamos este lugar de la tierra, tuvimos ese día unas 17 horas de claridad. ¡Diecisiete horas! Durante el invierno hay sitios del planeta que únicamente gozan de entre dos y cuatro horas de luz al día, mientras que en la temporada de verano nuestros días son extensos y las noches cortitas. Por ello es que las vidas de los humanos se tornan fiesteras durante esta estación.
En las ciudades podemos ver a todo el mundo en las calles y en las terrazas de bares y restaurantes, celebrando por recibir las caricias que el sol nos había negado, específicamente desde mediados del otoño y hasta comienzos de la primavera. En el verano llega el desenfreno a nuestras vidas. El vino, oh, bebida de los dioses, y la cerveza, la de los monjes y toda la parroquia, llenan nuestras lindas panzas hasta conseguir que los cerebros se tornen poco pudorosos y decidan exponer ante los otros todo eso que nos hemos reservado bajo llave y bien protegido durante la larga temporada del frío. Incluidos, por supuesto, parte de nuestros encantos físicos.
Ya no hablo ni del mar ni de la playa, ni tampoco de los excesos del veraneo en la vida de cada uno. No. Eso depende de la concepción que cada uno tenga de sus vacaciones. Lo que adoro de esta temporada es que los humanos aparcamos en el frío muchos de nuestros temores, abriéndole paso a toda la energía que nos caracteriza como seres que gustan de los placeres y nos empuja con desenfreno hacia ellos: el del ocio es uno de los más privilegiados y del que públicamente se puede hablar. ¡Bella temporada para reencontrarse con toda la tropa!
En mi terraza ya he dispuesto un mobiliario especial para recibir a todos cuanto quiero y extraño. ¡Tod@s a llamar al timbre, que dispongo de vino como agua tiene el mar!
OLGA GAYÓN/Bruselas