La invitación que el presidente Petro les hizo a sus funcionarios de evitar referirse al ELN como organización narcoterrorista, o usando cualquier epíteto que desconozca el carácter “revolucionario” o “rebelde” de dicha organización armada ilegal, resulta interesante y quizá necesaria en el complejo contexto de los diálogos de paz. Pero el desescalamiento del lenguaje debería de ir de la mano de distender las operaciones militares. Hay que decir que el llamado a desescalar el lenguaje no es nuevo. Santos lo hizo en su momento, durante las negociaciones de paz con las Farc-Ep.
La directiva presidencial que invita a “desescalar el lenguaje” confirma la preponderancia que en Colombia tienen los odios y viejas animadversiones entre la derecha democrática y la izquierda armada. Se trata de la resolución 194 del 8 de julio de 2023, con la que se ratifica al ELN como una organización armada rebelde y se deja en firme su estatus político. Qué bueno sería que el ELN emitiera una “directiva” para que sus frentes de guerra dejen de afectar la vida comunitaria y secuestrar civiles y militares.
Pero resulta paradójico que mientras el gobierno de Petro invita a “respetar” al ELN, esta agrupación subversiva declara un “paro armado” en el Chocó, afectando la vida colectiva de campesinos, afros e indígenas. Con esa acción político-militar, el ELN irrespeta y viola los derechos humanos de las comunidades confinadas por la declaración de guerra emitida por la dirigencia de esa guerrilla.
Los adjetivos con los que se descalifica al ELN hacen parte de las narrativas y las discursividades que circulan y gravitan alrededor de un conflicto armado que, por su duración, termina agobiando y cansando a la población civil afectada. Entonces, de la mano de ese cansancio, el ELN pierde legitimidad social y política, circunstancia esta que de inmediato activa actos de habla que no pueden verse exclusivamente como descalificaciones. Por el contrario, dan cuenta del agotamiento de la paciencia de analistas, funcionarios y comunidades.
Las negativas representaciones sociales que del ELN se construyen alcaldes, gobernadores, ciudadanos del común, analistas y demás colombianos pasan por supuesto por los intereses de cada uno, pero también dan cuenta de los altos niveles de postración e impotencia que se siente ante la terquedad y el anacronismo de la lucha “revolucionaria” de una guerrilla mesiánica que al saber que no se va a poder tomar el poder a tiros, convirtió su accionar en una tenebrosa bolsa de empleo para centenares de jóvenes confundidos ideológicamente.
En el largo y degradado conflicto armado colombiano los lenguajes castrense y político sirven de tiempo atrás para atizar el fuego fratricida. Igualmente, de la mano de los procesos paz adelantados entre el Estado y las diferentes guerrillas, el lenguaje fue un factor clave para la instalación de mesas de diálogo y la construcción de confianza y respeto entre las partes.
Bien por el llamado del presidente Petro, pero se necesita que el ELN haga el desescalamiento militar, que es la fuente que alimenta el lenguaje hostil con el que los colombianos, “mamados” de la guerra, se refieren a su accionar político-militar.
El respeto no se impone, señores del ELN, se gana. Y todos los negativos adjetivos que recaen sobre el ELN están soportados en errores políticos y sobre todo hoy, por la incapacidad de comprender el momento histórico por el que atraviesa el país, representado en el ejercicio del primer gobierno de izquierda.
@germanayalaosor