Cuatro razones de peso para proscribir el uribismo

Hay una tarea pendiente en Colombia, por la salud mental y emocional de la nación: superar y proscribir lo que se conoce como uribismo, si se quiere como un reto cultural, por tratarse de un movimiento político soportado sobre un pérfido ethos mafioso que -como en los ‘mejores’ años del nacionalsocialismo alemán- condujo la vida política y económica de millones de colombianos trastornados u obnubilados por el carácter autoritario de quien enfrentó como su mayor némesis a las también dañinas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc.

Baste recordar las famosas ‘chuzadas’ o escuchas ilegales contra opositores, periodistas y magistrados valiéndose del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), al que el entonces presidente Álvaro Uribe convirtió en instrumento de persecución política. O lo sucedido con los subsidios de Agro Ingreso Seguro para los ricachones financistas de la campaña presidencial de Andrés Felipe Arias; o el genocidio encarnado en los más de 6.402 ‘falsos positivos’; o el multimillonario robo descarado de los dineros de la Paz; y de más reciente data, la confesión de Óscar Iván Zuluaga de haber recibido miles de millones de pesos de Odebrecht para su campaña presidencial.

Ese conjunto de antivalores y de prácticas corruptas está atado al proceder inmoral y delictivo de Álvaro Uribe Vélez, en hechos que se hicieron públicos y que se expresaron de manera patética en actos de habla con un enorme poder de legitimación de dichas prácticas mafiosas. Hablo de cuatro ocasiones en las que se expresó de este modo: (1) “Proceda, doctor Cadena”. (2) “Donde lo vea le doy en la cara, marica”. (3) “Los jóvenes desaparecidos de Soacha fueron dados de baja, no fueron a recoger café”. (4) “Más y mejores resultados operacionales”.

Estas cuatro frases comparten un mismo contexto propositivo: desconocer al otro, desvirtuarlo, minimizarlo o deshumanizarlo. En el primero se parte de la idea de que todo el mundo es sobornable, que todos tienen un precio. La acción de ofrecer dádivas para torcer testimonios está fundada en un profundo desprecio por quienes fueron receptores de esas “ayudas humanitarias”.

La segunda frase conlleva una poderosa y violenta carga homofóbica, acompañada de una inocultable superioridad por parte de un Macho que no solo está en la capacidad de golpear a quien considera inferior, sino que sabe que su vocabulario soez será aplaudido por millones de colombianos acostumbrados a resolver las diferencias y los conflictos como bestias. Esta expresión da cuenta, además, del premoderno universo simbólico en el que está instalado no solo su emisor sino buena parte de la población ‘masculina’ colombiana.

La tercera frase da cuenta de un evidente desprecio por la vida de quienes terminaron convertidos en víctimas de la política de seguridad democrática, como en su momento lo fueron los millones de judíos inmolados en el holocausto nazi. En el caso que nos ocupa, los comandantes militares de todas las brigadas del Ejército en marco institucional de la directiva ministerial 029 de 2005 se vieron obligados a acatar las órdenes de “dar más y mejores resultados operacionales”, lo que al final derivó en las exigencias del general Mario Montoya a sus subalternos de entregarles “litros no, ríos de sangre”.

Y la cuarta frase o acto de habla acto de habla comparte con las anteriores el desprecio por la vida. Producir muertos en el marco de un degradado conflicto armado interno no era precisamente un valor humanitario. Por el contrario, promovía la deshumanización de todos los actores armados.

Estamos entonces frente a un enorme reto cultural, que tiene en los “uribistas arrepentidos” a un eslabón importante para el proceso de cambio que de manera incipiente comenzó a andar en el país de la mano del derrumbamiento de la imagen que hoy acompaña al sub judice ciudadano y expresidiario Álvaro Uribe Vélez.

@germanayalaosor

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