Nicolás Petro Burgos acaba de dinamitar el proyecto político de su padre. En la explosión (¿o implosión?) confluyeron el distanciamiento familiar entre Nicolás y su papá, que inició con la frase lapidaria “yo no lo crie”, con la que el presidente tomó distancia de su vástago; además, las fuertes presiones de la Fiscalía sobre el imputado y por supuesto, la ya común práctica mafiosa que rodea de tiempo atrás a todas las campañas políticas en Colombia, de la que participan millonarios contratistas, paramilitares y narcotraficantes.
No creo que Nicolás Petro sea consciente del enorme daño político que le hace a su progenitor y mucho menos, el que le hace al proyecto de la izquierda y del progresismo que representa Gustavo Petro. Lo cierto es que al reconocer que entraron dineros de oscuros personajes y de millonarios contratistas del Estado a la campaña Petro presidente, Nicolás puso a su papá en los mismos niveles de sospecha que en su momento soportaron las campañas de Pastrana, Samper, Uribe, Santos y Duque.
A la campaña de Pastrana, los Rodríguez Orejuela aportaron millonarias sumas de dinero; a la de Samper, igualmente, los líderes del Cartel de Cali hicieron lo propio con la de Samper. A la de Uribe, el confeso paramilitar, Salvatore Mancuso reconoció ante la JEP que las AUC aportaron dinero y camisetas, a lo que se sumó las presiones indebidas al electorado para que votara por político antioqueño; a las de Santos y Duque, entraron dineros de Odebrecht, multinacional mafiosa que enredó a varios presidentes en América Latina.
Desde esa perspectiva, con el escándalo político en ciernes, estamos ante una realidad política, social, económica y cultural: para hacerse con el Estado, hay que aliarse con financiadores y contratistas de toda laya.
Justo cuando cumple Petro un año en el gobierno, el fuego amigo hace implosionar el proyecto político con el que se pensó en varios sectores de la sociedad, que era posible hacer política de otra manera. Pero no fue así. Colombia parece marcada y en particular la costa Caribe, por un ethos mafioso que guía la vida política de todos aquellos que deseen gobernar al país desde la Casa de Nariño.
Las consecuencias políticas de lo que está cantando Nicolás Petro son impredecibles. Muy seguramente, la derecha buscará arrinconar al presidente, tratando de reeditar lo hecho contra Samper. Entonces, Petro dirá a su manera, “fue a mis espaldas y aquí estoy y aquí me quedo”. Aunque no creo que los gringos se atrevan a quitarle la visa, como sucedió con Samper Pizano, la gobernabilidad y la credibilidad quedan en entredicho. Tratarán de abrirle un juicio político, para declararlo inmoral, figura que, aunque no tiene anclaje constitucional, sí tendría un alcance político al que podrían sumarse actores económicos de la sociedad civil que no comparten las ideas del presidente.
Es posible que intenten tumbarlo o que exijan una transición del mando, parecida a la que le habrían ofrecido participar a Álvaro Gómez Hurtado, en los tiempos del Proceso 8.000. Al final, esa circunstancia terminó con el crimen del líder político conservador.
Ya veremos cómo trata de salir el presidente Petro de semejante implosión. Lo cierto es que se trata de un golpe duro que le cae como anillo al dedo a una derecha que desde el 7 de agosto venía buscando cómo crear desazón, incertidumbre y miedo en la sociedad. Nicolás Petro les hizo la tarea.
@germanayalaosor