Por CARLOS GUILLERMO MARTÍNEZ GÓMEZ – Periodista
Si usted nació a mediados del siglo pasado, o un poco más atrás, y tuvo su etapa hippie de Beatles, guitarra y pelo largo, y se gozó el amor libre, la utopía y el ateísmo trascendental; si su rumba corrida no terminaba en botellazo sino en un abrazo, y no perreaba sino que bailaba chachachá para estremecer el alma e invocar las ganas; si se gozó ese mundo de ron con coca cola, maracachafa y minifalda, cuando se le podía hablar a las mujeres y era permitido enamorarlas, pues también sabrá lo que fue el horror, la guerra, la desaparición, la muerte, la barbarie apocalíptica que nos esperó en la esquina de los setenta, para atracarnos y atrasarnos.
Fue a partir de ahí que nos vencieron los violentos, los corrompidos, la vulgaridad y el miedo, y tuvimos que volver a tomar partido, porque la balaca, la camisa abierta, el collar y el pelo largo eran un happening freudiano, pero también una pancarta política para llamar a la paz con flores, sin medias tintas, por el amor libre y contra la muerte tumultuaria en Vietnam, cuando lo regaban de ignominia y napalm. Pero aquí unos salvajes nos robaron el futuro a golpes y se sostuvieron en el poder entrándole a machetazos a todo el que no comulgara con sus sagradas escrituras.
En medio de esa debacle, mantuvimos nuestra posición y logramos lo que antes nos arrebataron: llevar un presidente progresista a la silla del gobierno para que mande a nombre del pueblo, pero, mientras se esperaba y se combatía la tropelía de la ‘oposición inteligente’, el hecho de participar del poder presidencial por primera vez, hizo que el Partido Verde no pudiera ocultar por más tiempo su insignificancia ideológica, sus divisiones internas y su incapacidad moral, y su desplome hizo que, en la elección de la última directiva en el senado, pasáramos del desastre a la catástrofe.
En el Partido Verde se dio un proceso iracundo y opaco que se llevó por delante a Inti Asprilla y de rastras a Angélica Lozano, para dejarnos frente a otro de los tantos pecados de ese centro político vestido de querubín: su connivencia con ciertos especímenes corruptos que anidaron en ese partido y se camuflaron con su plumaje multicolor hasta mostrar su verdadera identidad de ave rapaz, esta vez en la cara y el cuerpo de un Name, que bien podría estar bajo las alas de Gaviria, en los aleros de Cambio Radical, o en alguna jaula del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC).
Cuando se abrió la caja de Pandora del Partido Verde, nada bueno salió y sólo quedó la vergüenza, la incompetencia y la presidencia del congreso en las garras de la oposición.
@cayemo
* Tomado de la revista Encuentros.