Comencemos por reconocer que venimos de una cultura patriarcal machista, cuyo precedente histórico se ubica en la Biblia de los católicos que ordena a las mujeres sumisión total al varón, con una consecuencia cultural clara: muchas mujeres todavía aceptan resignadas que por mandato de origen divino el hombre es superior a ellas.
Digamos a continuación que las mujeres son las mayores víctimas de violencia intrafamiliar, y en tal medida es justa, conveniente y necesaria tanto la solidaridad masculina como la sororidad femenina hacia las víctimas. En este contexto no tengo inconveniente en declararme feminista, en apoyo a las justas luchas de tanta mujer maltratada, humillada o subvalorada por esa cultura patriarcal machista. Además, soy consciente de la necesidad de establecer relaciones de igualdad.
Ahora bien, lo anterior no es obstáculo para constatar que de un tiempo para acá, y en aras quizá de impedir que ciertas expresiones masculinas de acoso o abuso queden en la impunidad, algunas feministas radicales caen en conductas abusadoras o acosadoras contra quienes han sido señalados de tal clase de actos, pese a que la Fiscalía o los jueces o una justa valoración de los hechos los ha sobreseído de condena punitiva o de sanción social.
Aunque abundan los ejemplos, aludo en particular a lo que le ocurrió -o le volvió a ocurrir- a Hollman Morris en un foro sobre la reforma a la salud, cuando la señora Jennifer Pedraza anunció a voz en cuello que se retiraba del recinto porque consideraba que “es una persona denunciada por violencia de género”.
Para demostrar la utilización política que en medio de una campaña electoral hizo esa congresista -del Partido Dignidad de Jorge Robledo-, ubiquémonos sobre un escenario hipotético en el que tiempo atrás Morris hubiera sido acusado no de maltrato o abuso sino -por ejemplo- de estafa, y la justicia le hubiera declarado inocente. ¿En tal circunstancia, habría alegado la congresista que se retiraba del recinto porque “es una persona denunciada por el delito de estafa”? ¿Verdad que no?
En una entrevista-interrogatorio que sostuvo ese mismo día con Mañanas Blu Radio, y donde Camila Zuluaga brilló por su objetividad, Hollman aclaró que en ese foro fue interrumpido por la congresista Erika Tatiana Sánchez (del partido de Rodolfo Hernández) cuando quiso explicar que su referencia a la salud mental obedecía a que “yo vengo siendo víctima de un matoneo que ha tenido repercusiones sobre la salud mental de mi familia, y que acabó con la vida de mi padre”.
Lo cierto es que la entrevista con Blu Radio no fue del agrado de Sara Tufano, otra enemiga declarada de Morris, quien en columna titulada Lo personal es político (¿confesión de culpa?) se despachó contra Camila Zuluaga porque “introdujo un notable sesgo cuando preguntó hasta cuándo va a durar la “cancelación del señor Morris, compadeciéndose así del victimario y revictimizando a las víctimas”.
Esta cita es conveniente porque, si ha habido una constante entre las feministas que atacan por igual a Hollman como a cualquier otro hombre al que hacen blanco de su justicia mediática, es que actúan sin compasión alguna, creyéndose con la potestad de armar tribunales de inquisición para dañarles la vida y el prestigio, solo porque se creen dueñas de su propia verdad, una verdad pontifical no sujeta a los cánones de la justicia terrenal.
Es aquí donde conviene preguntarse si frente a eso que el feminismo radical señala de misoginia (o sea aversión a las mujeres), no estaría operando más bien un fenómeno de misandria, entendida como aversión a los varones. No entraremos por supuesto al terreno sicoanalítico donde Freud habla de “la envidia del pene”, pero sí es imperativo recalcar que en algunas feministas radicales se percibe una especie de rencor visceral contra toda expresión de masculinidad.
Mejor dicho, la misandria viene a ser la versión femenina de la misoginia, y se expresa cuando un varón se atreve a criticar algo de otra persona y salen entonces con que “respete a las mujeres” por el solo hecho de que el objeto de la crítica recae sobre una mujer, y entonces queda el fulano como si hubiera querido atacar en conjunto a todo el género femenino.
De esta situación yo también he sido “víctima”, y traigo a colación una columna para El Espectador titulada Queríamos tanto a Nany, donde denuncié en diciembre de 2021 que la entonces directora de Comunicaciones de Colombia Humana, María Antonia Pardo (quien por cierto venía de criticar a Petro y de apoyar a Carlos Fernando Galán a la alcaldía de Bogotá en 2019), aprovechó su privilegiado cargo para descabezar de la lista a la Cámara en Atlántico al abogado Miguel Ángel del Río y meter ahí a su exesposo, Agmeth Escaff.
En aquella ocasión actuó lo que se conoce como la sororidad femenina, pues se vinieron lanza en ristre incluso amigas mías para acusarme de “misógino”, siendo que solo quise evidenciar algo que me pareció tráfico de influencias de una señora para poner ahí a su preferido. Lo que se negaban a entender es que si hubiera sido un señor, igual habría hecho lo mismo.
Es más, allí mencioné una actitud claramente machista del señor Escaff, cuando en desarrollo de un Reinado de la Ganadería conoció a una periodista y producto de ese encuentro ella quedó embarazada, y él justificó su infidelidad (pues estaba casado con la señora Pardo) alegando que todo fue “bajo los efectos del alcohol”, algo “sin importancia en mi vida amorosa”. ¿Cómo se habrá sentido la chica embarazada cuando se enteró de que según el donjuán seductor, fue algo sin ninguna importancia? Pero no, debido a que yo había escrito sobre una persona que no era hombre sino mujer, como un rayo cancelador me cayó el feminismo radical colectivo: ¡misógino, misógino, misógino!
Volviendo al caso de Hollman Morris, el propósito de esta columna es brindar claridad en que siempre ha habido un propósito político en la persecución que le montaron, pues su prestigio había permanecido intacto hasta que tomó la decisión de buscar la alcaldía de Bogotá, luego de haber sido el director de Canal Capital durante la alcaldía de Gustavo Petro. No es casualidad que justo para la ocasión apareció el abogado uribista Abelardo de la Espriella representando a la exesposa del candidato en una denuncia por maltrato, ni que en llamativa coincidencia la periodista María Antonia García se hubiera acordado de que once años atrás en un bar de Madrid se había presentado un supuesto intento de besarla en medio de unos tragos. ¿Por qué no lo había denunciado nunca antes, por ejemplo en el momento de la ocurrencia del hecho?
La duda razonable persiste, antes y ahora que ha vuelto a ser funcionario del gobierno de Gustavo Petro.
@Jorgomezpinilla1