Por JORGE SENIOR
Imagine que usted es un niño campesino y andando por la vereda encuentra unas piedras extrañas que se convierten en su juguete preferido, hasta que un buen día descubre que son los juguetes más valiosos del mundo: fósiles marinos del período devónico. Estamos hablando de 400 millones de años atrás. La vida, con sus avatares, termina convirtiéndolo en líder de un proyecto fantástico: transformar a su pequeño municipio en patrimonio de la humanidad y espectacular destino de turismo ecológico y cultural, gracias a la riqueza del territorio en fósiles, restos arqueológicos precolombinos, paisajes, gastronomía, artesanías, flora, fauna y hasta meteoritos. Esa es la historia de Luis Becerra, quien en Floresta, Boyacá, construyó el Museo de la Vida, epicentro de muchas dinámicas de divulgación científica, festivales, muralismo, producción artesanal. Ahora la propuesta es hacer un ecogeoparque para llevar la economía turística al siguiente nivel y brindar lo mejor al visitante. Yo no sé usted, estimado lector, pero yo sí pienso ir a conocerlo algún día.
Historias de vida como la de don Luis hay muchas en Colombia y tuve oportunidad de admirar algunas la semana pasada gracias a la invitación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación al Encuentro Nacional de Divulgadores Científicos, primero de una serie que ya tiene programado el Gobierno del Cambio. Elisa Chaparro y su equipo de Minciencias fueron los exquisitos anfitriones.
Por ejemplo, conocí una ingeniera que enseña robótica a niños especiales en Pasto, un profesor que no enseña sino que aprende astronomía con niños indígenas en Leticia, una chica que promueve “ciencia pa’l pueblo” (ese es su lema) desde el Guaviare hasta el Catatumbo, un “cerebrote” que a través de Youtube enseña a miles de sus colegas docentes a usar herramientas informáticas, un loco que obtuvo más visualizaciones que la NASA con sus videos de experimentos porque un día se le ocurrió elevar un globo con cámara a la estratósfera para fotografiar la curva del globo terráqueo. He ahí la creatividad del colombiano en todo su esplendor.
Decía Carl Sagan que cuando uno está enamorado, quiere contárselo a todo el mundo. Esto para señalar que es la misma pasión del divulgador enamorado de la ciencia: compartir con todos la emoción de asombrarse ante las maravillas del universo y atisbar la hazaña mayor que es la gran aventura del conocimiento humano.
De Tumaco hasta La Guajira, desde el Chocó hasta Barrancabermeja, de la Tatacoa hasta la tierra de la Titanoboa y el Perijasaurus, de Cali a Barranquilla, es increíble la cantidad de personas y colectivos organizados que hacen (hacemos, porque debo incluirme) divulgación de la física y la astronomía, la educación ambiental y la biología, la paleontología y la geología y así toda la gama de las ciencias naturales y sociales. Ni las matemáticas ni las neurociencias se salvan. Y en mi caso, meto hasta la filosofía, porque ciencia sin cosmovisión es como café sin cafeína.
Unos hacen su trabajo de popularización de la ciencia en las comunidades, directo con la gente, en los territorios. Otros colonizan las redes sociales o lanzan podcasts para llegarle al público hispanoparlante global, ya sea desde la identidad regional o en lengua universal. Y aunque llegan a todas las edades, no hay duda que los niños son el público preferido.
Algunas universidades como Eafit, CES, El Bosque, la Nacho, los Andes, la Gran Colombia (que fue sede del evento), hacen comunicación pública de la ciencia, difundiendo sus resultados de investigación no sólo a pares sino al público abierto. Es una lástima que Aupec, de mi querida Univalle, ya no exista.
Y están también los que hacen periodismo científico en medios de comunicación. Por ejemplo, Ximena Serrano, actual directora de la Asociación Colombiana de Periodismo Científico (ACPC), quien estuvo presente en un panel junto a Ángela Bonilla, de larga trayectoria en Colciencias impulsando Publindex, la base de datos de las revistas científicas colombianas.
Además de planetarios, zoológicos y jardines botánicos, Colombia tiene también importantes centros de divulgación científica como Maloka en Bogotá, el Parque Explora en Medellín y el que se está construyendo en Cali bajo la administración de Jorge Iván Ospina. Barranquilla, que es puro cemento, por ahora tiene que conformarse con el Planetario privado que un grupo de ciudadanos fundamos hace 28 años con el apoyo clave de una caja de compensación.
Entre las muchas iniciativas que se despliegan en todos los departamentos, además de las mencionadas, están las siguientes: La mecedora de Darwin, Encefalina, Entrespecies, Geófila, Divulga Colombia, fundación Stellam, Ciencia Sumercé, Aurora, Ciencia Tropical, Fractales, ScienCES, El Microscopio podcast, Cinde. Muchos jóvenes entusiastas y algunos veteranos como Germán Puerta o el suscrito que llevamos décadas en esta gesta persistente. Y por supuesto, debo mencionar a mis cómplices de la astronomía: Apolinauta, Astrofanáticos, ACDA, Asasac, Asafi, Rato Astronómico, Astro-Sagan, Urania-Skorpius, Mitote y decenas de grupos que pertenecemos a la Red de Astronomía de Colombia (RAC) que nació junto al mar, en Solinilla-Salgar-Puerto Colombia, el 18 de agosto de 1997.
Siguiendo los pasos de la RAC y de Divulga Colombia, ahora estamos en el proceso de enredarnos, es decir, crear la red de divulgadores que le imprima sinergia y escale nuestro accionar comunicativo para democratizar la ciencia en el país de la belleza y potenciar la cultura científica. Ya nos reconocemos y conectamos. Coincidimos en que la experiencia más hermosa es cuando nos encontramos con alguien que nos recuerda que alguna vez impactamos en su ser y transformamos su proyecto de vida. Así es esta maravillosa labor que, a veces, raya en lo quijotesco y enfrenta en el día a día el duro reto de la sostenibilidad.
Enhorabuena por Minciencias que convocó a estas iniciativas variopintas para la apropiación social de la ciencia. Ojalá RTVC se ponga en sintonía con el ministerio para que Colombia sea verdadera potencia mundial de la vida y del conocimiento.