Esta chica es una de las miles de Olga que en noches insomnes o en bellos atardeceres, sentada frente al mar con la mirada perdida en el horizonte, mi ficción ha fabricado. Todos, algunas o muchas veces hemos deseado poder llegar a darle vida dentro de nuestra vida a un personaje que físicamente conserve las formas humanas pero que se proyecte hacia otros mundos soñados o desconocidos. Y yo, en esta figura que conserva características femeninas me veo sabiamente concebida.
Que de mi cerebro brote la naturaleza casi indómita reemplazando mi cabello, es un verde regalo de quien así me ha creado. Me ha dotado de un sinnúmero de posibilidades para que de mi máquina de pensar se alimenten diversas formas de vida, y eso lo valoro. porque quien así me ha pensado, me ha sabido evaluar. Y ya ni hablo de mi traje de otra galaxia ni de esas enormes uñas rojas que nunca he tenido pero que cuando veo en otras mujeres, admiro; sobre todo, porque llevan una vida normal con ellas. Hacen de todo con sus manos y esas larguísimas extensiones de los dedos no se lo impiden, y lo más inverosímil: no se quiebran.
Y mis brazos. ¡Qué prodigio! Cada uno en materiales opuestos. El izquierdo, bello como siempre, conserva algo muy parecido a mi piel humana y quizás por ello es que lo mantienen encadenado. Para que no se crea poderoso. Han previsto, sabiamente, que en un ataque de grandeza embista toda esta creación y la destruya. El derecho, intuido para que yo misma pueda sentir amenas rugosidades al tocarlo y tal vez, para que los otros, me tomen de él para guiarme a nuevos universos, y yo entre tanto, pueda negarme a ello o dejarme conducir, muy segura de que no me veré sola ante el peligro.
Y mi cuerpo tan delgado y esbelto como nunca lo he tenido. Culmina en un cuello largo, fino, sensual y muy provocador. Vamos, la Olga nunca vista. Ay, esos labios. Solo los puedo concebir en esta yo que alguien ha construido. En la realidad, en mi día a día, no puedo imaginar que sean los que veo en el espejo del cuarto de baño antes de pasar a la ducha. Si de verdad fuesen así, pues no me lavaría nunca por el temor a que con el agua se me borrasen.
En cuanto a la tez de mi rostro, me encanta porque todo parece menos una piel humana. En mis sueños, en mis divagaciones para que en mí surja la vida de otros seres distintos al humano, mi principal deseo es que cuando alguien me acaricie note que vengo de un mundo lejano: de ahí mis ojos, que para los terrícolas serían una gafas. Y no; de ellos se copiaron los diseñadores del planeta tierra para patentarlas, robándole los derechos de autor a mi adorable creadora.
Obra de la creadora digital Blake Kathryns