Por JORGE GÓMEZ PINILLA
En columna reciente puse el ojo analítico sobre una declaración que el exmagistrado y político conservador Jaime Arrubla le concedió a Noticias Caracol, donde daba a entender que la Corte Suprema de Justicia se ha demorado en elegir a la nueva fiscal por tres razones básicas: porque la terna no es clara (o sea que es oscura), porque está integrada no por señores respetables sino por señoras, y porque dichas señoras no son personas prestantes sino mujeres que cual secretarias “están enseñadas a llevar expedientes”. (Ver columna).
Lo que no sabíamos era que anda en feroz campaña mediática para promover su visión retrógrada, elitista, machista y misógina, pues unos días después se le vio en complaciente entrevista con la directora de Semana, Vicky Dávila, afirmando esto: “si es una buena terna, rápido sale el fiscal. Pero si es una terna envenenada, porque el presidente quiere alguien cercano pa’ poder manipular, es una elección que se enreda”. (ver entrevista).
En este contexto, Arrubla asume que lo que tiene la Corte no es un deber o una obligación patriótica (considerando además el peligro representado en que la señora que quedó al frente de la Fiscalía está seriamente cuestionada por proteger a ciertos narcos), sino una franquicia para elegir cuando les dé la regalada gana.
Aquí entra a terciar el concepto -este sí jurídico- del abogado y columnista Ramiro Bejarano en entrevista con Daniel Coronell, quien considera que “lo que tienen los magistrados de la Corte no es una prerrogativa sino una función constitucional, la de proveerle al país un fiscal en propiedad. No hay una norma que diga cuándo deben elegir, pero de acuerdo con la estructura del Estado se colige fácilmente que, si el período del fiscal se venció y la terna la tenían cinco meses atrás, los magistrados tendrían que haber cumplido esa función antes”.
En la columna citada mencioné que para Arrubla el problema está en la calidad de las ternadas, y en tal medida conviene analizar también la calidad jurídica de quien profiere tan deleznables argumentos. Allí conté que Arrubla fue el secretario jurídico de la Presidencia de Andrés Pastrana, luego quiso buscar la alcaldía de Medellín por el Partido Conservador y quedó de último, pero en 2004 se hizo elegir magistrado de la Corte Suprema, de la que fue su presidente en 2010.
Pero lo que no sabíamos, y un pajarito nos contó, es que en realidad Arrubla no fue presidente de la Corte por un año, sino que primero lo encargaron unos meses porque su apellido le permitió asumir esa responsabilidad, ante el vencimiento del período de Augusto Ibáñez, y debido a que sus colegas no se pusieron de acuerdo en elegir a un remplazo en propiedad. Así que en diciembre de 2010 Arrubla y su competidor, Pedro Munar, hicieron un acuerdo vergonzoso, que patrocinaron sus colegas: decidieron que se nombrara a Arrubla por unos días, quien renunciaría para que enseguida asumiera Munar, de manera que ambos quedaran con la condición de expresidentes y así poder gozar de pasaporte diplomático, que es por lo que se matan los ‘lagartos’ que mediante mañas acceden a la presidencia de alguna alta Corte.
Estamos hablando entonces de un fulano que tiene más caletre de político que de exmagistrado de la otrora honorable Corte Suprema de Justicia. Arrubla es básicamente una punta de lanza del expresidente Andrés Pastrana dentro del más alto tribunal de Justicia. Y vaya coincidencia, el mismo Ramiro Bejarano nos recuerda en columna para El Espectador que su actual presidente, Gerson Chaverra, es también “cercanísimo amigo”… adivinen de quién: exactamente, de Andrés Pastrana. En otras palabras, Dios los cría y ellos se juntan.
¿Y se juntan para qué? Para impedir a toda costa que haya una elección dentro de los términos fijados por la Constitución. Estamos entonces, como lo dije en la columna de marras, ante una arremetida del Establecimiento conservador colombiano contra cualquier intento de cambio en el manejo de la justicia que pretenda salirse de su control. Arremetida por cierto sintomática de una situación que se ha prestado para ser calificada de ruptura institucional, y de algún modo ligada al golpe de Estado blando en el que poderosos medios de comunicación parecen estar colaborando de manera entusiasta.
Publíquese y difúndase. Chao.