Preocupaciones de un maestro rural

Por RUBÉN DARÍO CÁRDENAS*

“La escuela tiene que enseñarnos a amar, a convivir, a leer los gestos, a bailar… a formarnos para la vida”. Julián De Zubiría

En agosto de este año se completarán dos años del gobierno del CAMBIO. Dos años en los que el presidente ha tenido que soportar toda suerte de tropiezos, no solamente por los palos a la rueda que, de manera despiadada y mezquina, lanzan los sectores de la oposición sino por miembros de la coalición de gobierno que no han estado a la altura de los retos que exige una verdadera transformación del país. Lo ha repetido Petro en todas las reuniones con funcionarios de la administración pública: es urgente demostrar la capacidad de gestión y ejecución. Una vez detectadas las problemáticas de cualquier región, ¿por qué tanta demora para atenderlas y resolverlas? Se percibe una sensación de impotencia y frustración en las palabras del presidente. Parafraseando su sentir es como si dijera: “Somos gobierno… ¿por qué seguir en medio del fango y de los enredos burocráticos si es posible acometer tareas que son inaplazables?”.

Esa misma parsimonia la vengo sintiendo en el sector educativo del que hago parte. Se ha repetido a mil voces que la escuela es el puntal de las grandes transformaciones. Sin embargo, el cambio no ha llegado, el sacudón anunciado en la calidad educativa no asoma, y aún prospera el abandono y la postración heredados de las administraciones pasadas. Lamentable, pero cierto, aspectos claves permanecen, hasta ahora, intocables: estructura curricular, Programa de Alimentación Escolar (PAE), transporte escolar, infraestructuras educativas y legalización de predios.

En el calendario A estamos iniciando año escolar y, de nuevo, nuestros estudiantes tendrán que verse sometidos a 13 o 15 asignaturas. Un intricado rompecabezas de conceptos estériles y anacrónicos que hacen añicos el conocimiento.   No es gratuita la deserción escolar y los bajos resultados en las pruebas estandarizadas: Pruebas Saber y Pruebas PISA. Si el propósito de la escuela es preparar a nuestros niños y jóvenes para la vida, ¿por qué dilatar esta tarea con áreas inconexas entre sí, con la ausencia de proyectos aplicados a la solución de problemáticas de su entorno, con la carencia del apoyo a talentos y habilidades, que es posible identificar desde la primera infancia, y que deberían ser el foco de todas las acciones educativas?

Después de tanta agua corrida bajo el puente, todavía la escolaridad funciona distante de lo que nuestros jóvenes quieren hacer con sus vidas. El asunto es de organización curricular y pasa por convertir a las escuelas en verdaderos escenarios para la paz. Seguimos reproduciendo el ambiente de intolerancia y violencia que se observa en las calles de las grandes ciudades. Las peleas entre bandas, el acoso escolar, el microtráfico, la discriminación, la adicción a los dispositivos electrónicos y las situaciones de maltrato intrafamiliar son la comidilla en nuestra cotidianidad. ¿Es un ambiente formativo para nuestros niños y jóvenes? La escuela debe ser un espacio de protección, de cuidado y respeto mutuo. Este es un precepto del que no podemos ufanarnos. ¿Tiene relación la disgregación curricular con la apatía y la falta de fe en el futuro que expresan nuestros estudiantes?

¿Ya se pusieron los primeros ladrillos de las universidades rurales? Esta ha sido una bandera del Gobierno del Cambio, una reforma anhelada por la población más golpeada por el conflicto armado y la violencia. ¿Están adjudicados los predios y asignados los presupuestos? Sería el primer sorbo de futuro para los jóvenes del campo, hasta hoy devorados por las fauces del narcotráfico y el reclutamiento forzoso.  El solo inicio de su construcción generaría empleo y trasladaría recursos a las economías locales; su mayor aporte sería arrebatarle población cautiva a las economías ilegales que sirven de soporte a los actores armados, un requisito indispensable para cimentar la paz. 

¿Ha habido mejora en el programa de alimentación escolar? Algo por lo que muchos niños son enviados, por las buenas o las malas, a la escuela. Por lo menos, dicen los padres, para que aseguren el bocado de cada día. Pero esto, ¡qué tristeza!, tampoco lo estamos cumpliendo. El PAE sigue tal cual: se ha convertido en una de las tantas tajadas apetecidas por alcaldes y gobernadores. El PAE es al sistema educativo lo que las EPS son al sistema de salud: ¡un engaño!

Compartí mis ideas –alineadas, por cierto, con las del gobierno- en un foro sobre el tema en Bogotá el 5 de diciembre del año pasado: el PAE debe ser manejado por las comunidades organizadas en cada una de las Entidades Territoriales Certificadas (ETC), debe prescindir de los empacados y comidas ligeras que ofrecen los operadores actuales y asegurar comida saludable, que incentive los proyectos productivos de familias y comunidades. Un PAE que acoja el discurso de soberanía alimentaria tantas veces defendida por Petro, como dinamizadora de nuestra vocación agraria y emprendedora. Un niño mal nutrido, un niño sin una dieta balanceada no tendrá disposición para el aprendizaje: son los niños que se duermen en las clases, los que tienen brotes de ira o llegan de mal genio porque vienen mal dormidos o, peor aún, sin haber desayunado. ¿Una madre de familia embolataría el desayuno o el almuerzo de un niño con un comestible soplado de grasas y azúcares saturados? ¡Jamás! ¿Nos vamos a quedar con este nido de corrupción que se lleva 3,4 billones de pesos cada año?

Por otro lado, en distintos escenarios nacionales e internacionales Petro viene defendiendo la transición energética como una manera de paliar los efectos del calentamiento global. ¿Por qué no tomar medidas vanguardistas para que la escuela sea ejemplo de vida saludable? Deberíamos empezar con el transporte escolar. En las zonas rurales, con el gozo del aire puro, el avistamiento de aves y con el disfrute de paisajes en todas las tonalidades del verde y el café terroso, ¿por qué seguir utilizando motorizados contaminantes cuando podrían adquirirse bicicletas para su uso masivo? Es una manera práctica de reducir la huella de carbono y motivar, de paso, hábitos de actividad física tan importantes para la salud.

Quienes disfrutamos de viajar en bicicleta sentimos el regocijo de nuestro cuerpo al pedalear por un camino de herradura o en medio de una arboleda, al subir una cuesta, encontrar un nacimiento de agua, detenernos a tomar aire puro o simplemente tomar la pausa para conversar con quienes nos topamos en la travesía. Incluso en las grandes ciudades, en las zonas de la periferia –pienso en las zonas aledañas a Siloé, al Distrito de Aguablanca, en Cali- en las urbanizaciones de suburbio que se han ido multiplicando en las afueras de los centros urbanos o de municipios pequeños como Candelaria y Jamundí, incentivar el transporte escolar en bicicleta reduciría los enormes trancones que vemos a la entrada y salida de las ciudades. Tendría que invertirse, obviamente, en ciclorrutas acompañadas por cinturones de árboles: todo un regalo de vida sana para nuestros niños y jóvenes.

En lugar de prestarse al juego de la intolerancia y de las bajezas a las que acude la oposición para desmeritar la gestión gubernamental, es fundamental responder con obras, con gestión pronta, transparente y eficiente. La educación sigue esperando el remezón: en planes de estudio que recojan el espíritu creativo y emprendedor de esta generación digital, en el mejoramiento de la infraestructura de muchos centros educativos, en el traslado de los beneficios del PAE a las comunidades y las regiones para que se garantice alimentación saludable a nuestros niños y jóvenes y en hacer realidad la creación de universidades rurales.

Es urgente hacer realidad los cambios prometidos que rompan la inercia de la educación oficial. ¡Todos somos protagonistas del CAMBIO!

@ruben_dario1958

* Rubén Darío Cárdenas nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido como mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

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