En principio era el Huevo, y el Huevo era con Yo, y el Huevo era Yo. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada fue hecho. En Él está la vida y la vida era la luz en la oscuridad. Y ahora la luz es él, el Huevo.
El Huevo como gran Hacedor del Universo. Sin él, créanme, ni las gallinas hubieran calentado los Huevos, ni los gallos hubieran pisado para ayudar a fecundar los Huevos. El Huevo, como lo podéis ver, es Femenino y Masculino, porque a pesar de llamarse Huevo con mayúscula no habría podido ser hecho Huevo, sin la Cáscara, la Clara y la Yema. Tres componentes distintos y un solo Huevo verdadero. Tres Mayúsculas para darle vida, fuerza, sentido y divinidad al misterio de la Santísima Fecundidad. El Gran Huevo, el Gran Ser Supremo, es el resultado de la juntanza de tres mágicas Féminas con mayúsculas, que decidieron que solo unidas podrían ser las creadoras del universo.
Ellas tres el Séptimo Día rechazaron crear a un hombre solo, aburrido y obediente de un dios omnipedante dentro un paraíso en el que nada, aparte de someterse a ese odioso dios, podía hacerse. Por tanto decidieron, con la gran sabiduría que siempre las ha caracterizado (a ellas, la Cáscara, la Clara y la Yema), que ni arcilla ni costillas ni serpientes ni árbol prohibido ni manzanas ni edenes ni pecado original ni pecado terminal: fusiones muy pero muy placenteras, para darles belleza a los prolegómenos de la vida y eliminar para siempre las hojas de parra y la vergüenza por ese grito efusivo a la hora exacta de la creación de la criatura que luego habría de llegar para perpetuarse.
Amén.
Por OLGA GAYÓN/Bruselas