Meridiano de sangre: inhumano, demasiado inhumano

Por GABRIO MENDOZA

Brutal, es el adjetivo que surge por antonomasia para describir esta novela. Dentro del mundo que propone McCarthy nunca estuvo Dios, o si lo estuvo fue castigado por su osadía. Si La carretera, novela del mismo autor, es el escenario postapocalíptico que muestra la debacle de la humanidad, Meridiano de sangre es el génesis de la desolación, la incubación del absurdo como doctrina irrebatible.

Violenta y árida desde sus cimientos, nos sitúa en la frontera entre Estados Unidos y México a mediados del SXIX, período de posguerra, donde un grupo de paramilitares tiene el encargo de exterminar al mayor número de indios y despojarlos de sus territorios. Se nos va narrando la travesía sangrienta de esta expedición por distintos parajes desérticos que trasmiten a partir de las descripciones, rústicamente poéticas del paisaje, la sensación de una orfandad irreversible y absoluta, pues se asocian al espacio interior de los seres que comparten la tragedia como destino único de sus existencias. Es precisamente esta clase de personajes la que brinda una complejidad innegable a la obra.

Siguiendo este último apartado, se erige en la totalidad de la novela la negación misma de los personajes por encarnar una idea o condensar una corriente de pensamiento clara, una voz disidente que se presente como oponente del caos y la anarquía. Sencillamente ningún personaje es la afirmación viva del heroísmo al no representar valores comunitarios, patrióticos, ni tan siquiera humanos, o establecer ruptura alguna frente al declive de toda esperanza. Los personajes de Meridiano de sangre son seres arrastrados por una sed destructiva sin una motivación manifiesta, homúnculos carentes de toda convicción como existencias regidas por un apetito por la destrucción. Sin duda alguna, no poder delegar el mínimo concepto de héroe a ninguno de los protagonistas, nos dirige a las acciones de estos como centro del relato, que en conjunto vendrían a ser una sola: la violencia que no se contiene y degenera en una espiral de múltiples masacres que, como una gran bestia surgida de la más escabrosa imaginación, regenta como un dios y va exigiendo cada más más cuota de sacrificios sin distinción: hombres, mujeres, niños, animales, nada sacia su voracidad.

Toda gran obra literaria, independiente su género, nos conecta en menor o mayor medida a un punto de la realidad y por supuesto, esta sangrienta obra de McCarthy no es la excepción. Por lo tanto, la novela se convierte en un medidor del lector en el sentido de cuan cercana o lejana esté de su relato. Para quienes crecimos con noticias fatídicas sobre tomas guerrilleras, falsos positivos, masacres paramilitares, encontraremos una horrorosa mímesis entre lo narrado y lo recordado y es que a cierta distancia del conflicto es fácil hacerse a ideas simples basados en la información presentada por observadores nada imparciales del festín de la carnicería. Pero desde adentro, que es la óptica del narrador de la novela, los juicios de valor se disuelven; ergo, si no hay héroes, el concepto de villano también pierde soporte, no puede asimismo argumentar su existencia, lo que deduce que la vida solo recorre un sendero hacia lo inevitable: matar o morir como principio único a través de la guerra: “Da igual lo que los hombres opinen de la guerra, dijo el juez. La guerra sigue. Es como preguntar lo que opinan de la piedra. La guerra siempre ha estado ahí. Antes de que el hombre existiera, la guerra ya le esperaba. El oficio supremo a la espera de su supremo artífice”.

De manera evidente, la novela traza una ruptura no menor frente a los modelos de análisis que suelen usarse para abordar desde perspectivas formales las obras narrativas. Por ejemplo, un esquema actancial se compone por categorías que coadyuvan o se oponen para el desarrollo de la trama, caso de benefactores y contradictores del héroe en la consecución del objeto de deseo. Como hemos visto, hay una problematización en la figura protagónica y más aún, en el objeto de deseo. Si el desarrollo de un personaje consta de una evolución progresiva mediante acciones en los que ejerce un intercambio equivalente : asume pérdidas a medida que va acercándose a ese objeto de deseo, porque nadie gana algo valioso sin perder algo de igual o aproximado valor en la estructura clásica de la narración; en Meridiano de sangre, asistimos a la pesadilla kafkiana donde la falta de propósito es paradójicamente el músculo generador del incansable absurdo transmutado en violencia ciega y el incordio permanente que duerme en los corazones.

Sin embargo, esta ausencia de motivos ideológicos no es gratuita, de hecho, es el vacío de poder que resulta de la guerra, la debilidad institucional y descrédito de toda fe en un porvenir. Personajes como El Chaval, cuyo sino es el apego a una vida que desprecia; el mismo juez, una especie de filósofo tétrico; y una cuadrilla de asesinos desarraigados son el sedimento de una era donde las banderas son un trapo desteñido ondeando, ya sea en el día o la noche de gélidos aullidos, lejos de los vítores de las muchedumbres colmadas de sentimientos nacionalistas huecos.

En términos Kantianos los personajes adolecen de cualquier atisbo de imperativos categóricos ya que no existen principios rígidos de carácter moral o éticos que tengan alcances de universalidad a los que puedan acudir los personajes: es tan fácil que se presente lo impresentable, que las realidades más execrables se vuelven paisaje: el asesinato de menores, la violación, la sevicia contra los animales, el abuso a discapacitados. Todo es posible, ya que en “este desierto en el que tantos y tantos hombres han perecido es inmenso y exige de cualquiera un corazón grande, pero a la postre también está vacío. Es duro y estéril. Su naturaleza es la piedra.”

La novela de McCarthy es incómoda de leer, porque nos enrostra la falta de límites al mancillar lo intocable, lo más puro en nuestra significación subjetiva de la vida y sus formas. Nos ubica en la frontera donde cohabitan nuestro miedo y la ruina de sentir que compartimos la misma raíz: lo humano, lo demasiado humano con toda aquella prole que apela a nacer y tomar un lugar en la masacre como víctima o como asesino que espera su hora para volver como un cadáver atrozmente asesinado a la tierra que despojó o de la fue despojado. “El mundo nace y florece y muere, pero en los asuntos de los hombres no hay mengua, el mediodía de su expresión señala el inicio de la noche. Su espíritu cae rendido en el apogeo de sus logros. Su meridiano es a un tiempo su declive y la tarde de su día.” No obstante, la obra contiene, en su densidad macabra, su punzante brillantez, su capacidad de movernos y desgarrarnos, de sacarnos de visiones asépticas sobre la estética de la violencia y nos invita a asomarnos al abismo porque de una u otra forma, este no nos será por siempre eludible.

@GabrioMendoza

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