El vasto océano de la vida

Por RAFAEL NARBONA*

Según Emil Cioran, «estamos todos en el fondo de un infierno donde cada instante es un milagro». Si aceptamos que el destino del universo es la muerte térmica, solo nos queda celebrar el instante, pero el instante, ¡ay!, no puede satisfacer el anhelo de plenitud de nuestra conciencia. ¿Es posible admitir que todo se perderá, que las notas de la novena sinfonía de Beethoven, los poemas de Emily Dickinson y los cuadros de Vermeer desaparecerán sin dejar huella, sin desembocar en la frustración y la angustia? Filósofos marxistas como Bloch, Horkheimer y Benjamin han postulado la esperanza para salvar al mundo del absurdo. La esperanza no es una ilusión, sino una apertura a posibilidades que fluctúan en los inciertos límites del conocimiento humano.

Leonardo Boff sostiene que el término Dios expresa «la utopía suprema de orden, de armonía, de conciencia, de pasión y de sentido supremo que mueven a las personas y a las culturas». Las religiones han banalizado ese término para ajustarlo a su ambición de poder y a los mitos del inconsciente colectivo. El ateísmo ha aprovechado esa deformación para convertir a Dios en un ente, sin comprender que Dios no pertenece al orden de los entes, sino al campo de las interrelaciones y las conexiones que están en el origen de todo lo existente. El universo no es un caos, sino un conjunto de procesos complejos con una impecable lógica. La muerte no existe. Solo es una transición hacia nuevas formas de vida. Como afirmó Heinseberg, uno de los padres de la mecánica cuántica, «el universo no está hecho de cosas sino de redes de energía vibratoria, emergiendo de algo todavía más profundo y sutil».

El ser humano solo ve cosas, entes, sin comprender que la materia solo es energía que se organiza en campos y redes. Nuestra especie es una plasmación complejísima, sutil y extremadamente interactiva de energía, no materia limitada por el tiempo y el espacio. La ciencia no ha logrado explicar qué es esa de energía de fondo que se manifiesta bajo tantas formas. Solo ha aventurado metáforas, como que esa energía de fondo, anterior al espacio y el tiempo, es una especie de útero infinito donde se hallan todas las posibilidades y virtualidades de ser. Otros prefieren hablar de un vasto océano sin márgenes, ilimitado, inefable, indescriptible y misterioso.

Solo concibo una salida a ese infierno del que habla Cioran: la posibilidad -en palabras de Leonardo Boff- de «entrar en contacto consciente con esta energía. El ser humano puede invocarla, acogerla y percibirla en forma de vida, de irradiación y de entusiasmo». La filosofía oriental prefiere hablar del Tao en vez de energía, pero el concepto es similar: «El Tao es vacío, imposible de colmar, y por eso, inagotable en su acción. En su profundidad reside el origen de todas las cosas y unifica el mundo». Cioran, demasiado apegado a lo inmediato, no fue capaz de concebir algo más allá del instante, salvo una nada aterradora. Sin embargo, la esperanza es posible y más racional, pero no consiste en augurar el regreso al orden de los entes, formas efímeras, sino en vislumbrar una plenitud basada en una conexión profunda, consciente e ininterrumpida con la fuente originaria del ser.

* Tomado de la cuenta de X de Rafael Narbona

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