En realidad no es la otra yo, sino la misma yo.
Esa que algunos días es apenas una brizna, hoy se me ha presentado como un tupido tejido en el que ni siquiera la punta de una aguja puede atravesarlo.
Esta misma -que no otra- hay días en que se despierta en blanco y negro. Pero no te creas que por la ausencia de color se encuentra enfundada en la tristeza; no.
Son mañanas, tardes y noches en las que la austeridad, el silencio, la calma y la reflexión llaman a mi puerta. Y yo las invito a que se queden en mi salón para debatir con ellas algunas sinrazones de mi existencia… O aquello que yo creía que eran solo incertidumbres; ellas, mis amigas de la no estridencia, se encargan de hacerme saber que mi vida es una amalgama de instantes en los que el bajo perfil que me suministran estos colores opuestos, sin matices, consiguen que me vea mi alma con tal claridad, sin filtros vistosos que me distraigan.
Cuando hay un estallido de color como el que hoy me envuelve, estoy ahí para recibirlo y hacer de mi vida una partícula que se mete y compenetra en los corazones de los otros, de modo que en grupo disfrutemos de la alegría que trae consigo la diversidad.
Olga Gayón/Bruselas