Hacer política en Pandora

Por JAIME DAVID PINILLA*

En Londres, un día de 1787, Edmund Burke llamó “el cuarto poder” a los representantes de la prensa que estaban en el recinto de la Cámara de los Comunes. Burke pronunciaba el discurso de apertura, y los periodistas estaban, en efecto, sentados en la cuarta banca, después de los lores espirituales (representantes de la iglesia), los lores temporales (la nobleza) y los comunes (los políticos). Ese hecho, aparentemente trivial, dejó claro para siempre, aunque muchos sigan en modo negación, que el propósito de la prensa no es precisamente el de informar. La objetividad nunca ha existido, los sesgos siempre han influido en el criterio para decidir qué es noticia y qué no, así como en el modo de representar la realidad. Solo que ahora, con la llegada de la tan mentada inteligencia artificial, ya ni siquiera se trata de lograr una representación; por el contrario, a veces parecería que la cosa es inventarse una realidad distinta, como hizo James Cameron con el planeta Pandora en su extraordinaria película Avatar.

Veamos algunos antecedentes. En enero de 2014 fue noticia una foto de Gustavo Petro en la plaza de toros La Santamaría. Se trataba de un burdo montaje hecho por estudiantes sin, al parecer, móviles políticos, sino con el propósito precisamente de suscitar reflexión y debate alrededor de los “ruidos comunicacionales”. De cualquier modo, aun si se trataba de una pieza pedagógica, varios medios reprodujeron la imagen como cierta. Dos años antes Petro había revocado el contrato de arrendamiento de la plaza de toros y decidido que en esta solo habría eventos culturales, así que la foto, con intención o sin ella, desinformaba. Era apenas una muestra de lo que vendría.    

Poco después, en 2015 y lejos de Colombia, el periodista británico Harry Davies, del periódico The Guardian, advirtió que Cambridge Analytica capturaba datos de los usuarios de Facebook para ponerlos al servicio de la campaña de Ted Cruz, candidato al Senado de los EE. UU. No tardó mucho para que saliera a la luz que esa empresa trabajó con los mismos cuestionables métodos de manipulación de la información para la campaña presidencial de Donald Trump.

Ahora, en 2024, nuevamente con Donald Trump como candidato, se han viralizado algunos videos muy realistas en los que este besa a Kamala Harris, los dos pasean juntos por la playa y hasta tienen un bebé.

Han pasado 10 años desde aquella foto de Petro en la plaza. Todos estos hechos, elegidos de entre muchos, parecen gritar que algo está pasando en nuestra manera de comunicar y de interpretar la realidad. Justamente en la anterior campaña de Trump (2016) se hizo popular un término que por allá a principios de los 90 había acuñado Steve Tesich, un dramaturgo serbio, a propósito de la guerra del Golfo Pérsico: posverdad.   

Y es que aunque las noticias falsas existen desde hace mucho (se tiene registro desde Macedonia), las nuevas tecnologías han aumentado exponencialmente las posibilidades de alterar la realidad y mostrarla como cierta. Antes de la tecnología digital, por ejemplo, la fotografía podía considerarse un documento histórico que, si bien polisémico y sujeto a interpretación, tenía un alto valor documental, y algunas piezas, como La muerte de un miliciano, tomada por Robert Capa en 1936, o La niña del napalm, captada por Nick Út en 1972, se convirtieron en clásicos, dramáticas obras de arte sobre cuya autenticidad nadie dudó. Ahora, cuando cada persona tiene una cámara en mano, nos vemos obligados a dudar de cada foto que vemos. Aunque la reportería de guerra y la fotografía en general siguen existiendo y producen piezas de gran valor, cualquier imagen pasa primero por el filtro de la duda: ¿será real? 

Gracias a su enorme capacidad de procesamiento de datos, la IA, que apenas despunta y de la que tenemos todo por aprender, tiene un potencial inmenso en la ciencia; en el arte; en la manera de enseñar, aprender y trabajar; en nuestra relación con las máquinas y, en general, en nuestra vida diaria. En la publicidad, por ejemplo, ya está empezando a mostrar verdaderas maravillas, como las que han hecho Volvo, Nike, Adidas y otras grandes marcas. También es sabido que hay modelos creadas por IA, como Aitana López, que producen ingresos bastante por encima de lo que lo hace el promedio de los mortales.

En la política, sin embargo —o para ser más exactos, en el marketing político— las cosas adquieren otro cariz. Aquí no se “venden” tenis, carros ni personas creadas con inteligencia artificial, como Aitana, sino seres reales, con familias, sentimientos, aciertos, errores y angustias propias. Además, en política es usual construir marca no a partir de las propias virtudes, sino de los defectos del contendor, y de las decisiones que surjan de la manipulación de las audiencias depende el futuro de naciones enteras y, por qué no, del mundo entero.

En Colombia, la elección del primer presidente de izquierda en poco más de 200 años de vida republicana ha mostrado la incomodidad de ciertos sectores que no han dudado un segundo usar el cuarto poder para desinformar.  Una revista en particular, otrora respetable, pero que ahora abusa de los adjetivos y todo para ella es “horroroso”, “indignante” o “bochornoso”, no ha tenido reparo alguno para mentir. Desde la portada “Exguerrillero o Ingeniero” que publicó el fin de semana de la segunda vuelta presidencial hasta la de “La plata era de Petro” o el tal escándalo de la criptoestafa y el avión, acusa siempre sin pruebas y con “fuentes anónimas” a las que hay que proteger; es el ejemplo perfecto de todo aquello que no se debe hacer, pero se hace, y sin responsabilidad económica, civil ni penal. 

El beso de Donald Trump y Kamala Harris es apenas el juego de algún creativo ocioso, pero da muestras de lo que podría llegar a hacerse. Usar la IA para hacer campaña política es como poner un arma en manos de un niño. Ante ella los alcances de Joseph Goebbels, el célebre propagandista nazi, también parecen un juego. Se vienen tiempos duros en los que el eslogan de El Unicornio empieza a tener más vigencia que nunca: la realidad supera la fantasía.

@cuatrolenguas

*Historiador de la Universidad Industrial de Santander. Corrector de textos para editoriales. Ha colaborado en publicaciones de la FAO y varias ONG. Fue presidente de la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo (Correcta), de la que además es miembro fundador. Formó parte del equipo editorial que tuvo a cargo la edición del Informe final de la Comisión de la Verdad.

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