Alemanes en Colombia: reportaje por aire, río y tierra

Artículo ganador del Premio Nacional de Periodismo convocado por la Embajada de Alemania en 1997, con el tema La presencia de Alemania en Colombia.

La noticia es tomada de un folleto de divulgación de la Embajada de Alemania y obliga a caer en un lugar común: aunque usted no lo crea, la bebida de mayor consumo en ese país no es la cerveza, sino el café. Colombia, de otro lado, debe a ellos su indus­tria cervece­ra. Esto explicaría por qué Alemania es el primer país europeo comprador de café colombiano, o por qué a alemanes y colombianos los une algo más que el gusto mutuo por el café y la cerveza.

1. HUMBOLDT, EL VISIONARIO

No tienen fama de románticos, pero en un principio no llegaron a América en busca de nego­cios, sino de paisaje. El pionero fue el barón Alexan­der von Humboldt, quien en el curso de cinco años, del 16 de julio de 1799 al 9 de julio de 1804, caminó y dejó su huella por Venezue­la, Cuba, Colombia, Ecuador, Perú, México y Estados Unidos. Y en ese orden. En Bogotá se hospedó en la casa de la Expedición Botánica, donde vivía el sabio José Celestino Mutis. A su regreso a Europa se reunió varias veces en París con Simón Bolívar, según lo cuenta el propio Humboldt en una de sus cartas: “su entusiasmo por las creaciones de brillante fuerza imagina­tiva me dejaron entrever en él a un soñador. Nunca lo creí el diri­gente de una cruzada americana”.

La versión literaria de Gabriel García Márquez en El general en su laberinto es cercana a la de Humboldt. A Bolívar le sorprende la belleza física del barón, “como no había visto otra igual en una mujer”, pero lo que más llama su atención es la certidum­bre de Humboldt de que las colonias españolas de América estaban maduras para la independencia. Y una frase de éste: “lo único que falta es el hombre”. Según el Nobel colombiano, “cada vez que se hablaba del barón, (Bolívar) lo aprovechaba para rendirle tributo a su clarividencia: “Humboldt me abrió los ojos”.

2. LENGERKE, LA LEYENDA

Humboldt también abrió los ojos a sus coterráneos: durante la segunda mitad del siglo XIX, después de la independencia por él avizorada, el país fue testigo y huésped de sucesivas migracio­nes de alemanes. Entre ellos llegó Geo von Lengerke, hacia 1852, con la idea de establecerse en Bucaraman­ga. Treinta años después habría de morir en la tranquila y solariega población de Zapatoca, seducido por la comarca. Su tumba aún se conserva, y constituye uno de los principales atractivos turísticos de esa población.

Lengerke venía en busca de negocios pero se quedó -como Humboldt- por el paisaje. Y por sus mujeres, en quienes según la leyenda regó su semilla. Cerca de Zapatoca construyó la mayor de sus haciendas, El Florito, desde la que administraba “la inuti­lidad de las cosas que no tienen importancia”. Esas cosas eran la quina, el tabaco, el cacao, la tagua y el caucho, que sacaba a los mercados extran­jeros y pagaba “con holguras y larguezas”.

Todas las versiones coinciden en vincular a Lengerke con el progreso de Santander. En especial el de Barran­cabermeja, cuya vida económica se inició cuando unió al puerto con el inte­rior del depar­tamento a través un camino empedrado. Fue él además quien envió a Berlín las primeras mues­tras de petróleo y asfalto obtenidas en el campo de Infantas, para despertar entre los capitalistas alemanes el interés por los hidro­carburos. A juzgar por la influencia que hoy ejerce la industria petro­química alema­na en el mundo entero, lo logró.

3. ELBERS, A TODO VAPOR

Mientras Lengerke abría caminos al comercio con Europa, un compatriota suyo de la provincia del Rhin, Juan Bernardo Elbers, adoptaba la causa independen­tista y ayudaba a proveer a los ejércitos patrio­tas. Luego de la victoria, presentó cuenta de cobro: quería sacar adelante la navegación por el Magdalena. Tarea que, según Sal­vador Camacho Roldán, era “el complemento de la Independencia: una victoria de tanta magnitud como Boyacá y Ayacucho”.

El 11 de agosto de 1823, un día antes de su matrimonio con Susana Sanz de Santamaría y Baraya, Elbers firma el contrato por el cual el Congreso le concede, durante veinte años, “privilegio exclu­sivo para la navegación del río Magdalena y sus ramificacio­nes”. Pensando en cumplir con el compromiso de iniciar operaciones antes de un año, trae de los Estados Unidos el steam schooner Fidelidad. Logra vencer Bocas de Ceniza y hace tres viajes hasta San Pablo y Mompox, pero seis meses después es devuelto a Nueva York: su excesivo calado lo hacía demasiado grande para las necesidades de la época.

Elbers debió enfrentarse no sólo a un río cuyas condiciones hidrográficas eran desconocidas, sino a las trabas y pugnas inter­nas de los sucesivos gobiernos, desde la Nueva Granada hasta la Gran Colom­bia. Todo ello atentó de uno u otro modo contra el proyec­to. Para poner un solo ejemplo, mientras Santander defendía la concesión del monopolio fluvial (lo que despertó suspicacias), Bolívar era partidario de la libre navegación.

El 28 de enero de 1937, catorce años después de la concesión, el gobierno de José Ignacio Márquez declara cesado el privilegio sobre la navegación fluvial. Elbers logra una indemnización del Congreso, que al final no le es cancelada. Su cuenta de cobro a la República le salió costosa. Fracasó en su propó­sito de conso­li­darse como armador, pero fue el pionero de la navega­ción por el río Magdale­na, al abrir caminos de conoci­miento y expe­riencia.

4. KOPP, LA CERVEZA

A finales del siglo XIX el panorama cervecero del país era desalentador. Funcionaban pequeñísimas pero numerosas fábricas, que en realidad era industrias caseras, muy rudimentarias y empíricas. Sólo dos en todo el país, para las distancias de la época, ofrecían cerveza de buena calidad: la cerve­cería Clausen de Floridablanca, fundada en 1887 por Christian Peter Clausen Fangel, y La Bavaria en Bogotá. La primera continuó en manos de la familia Clausen hasta el primero de abril de 1958, fecha en la cual fue vendida a la segunda, el Consor­cio de Cervecerías Bavaria.

La Bavaria original fue obra de otro alemán, Leo S. Kopp, a quien el día de la inauguración de su cervecería en Bogotá se le escu­chó decir: “Al daros las más expresivas gracias por la honra que me habéis hecho al aceptar esta invitación, os suplico me acompañéis a tomar este vaso de cerveza a la salud del excelentísimo señor Presidente de la República y por mi segunda patria, Colombia”. La conformación del Consorcio, que involucró a distintas cervece­rías en todo el país, hizo que el sabor de la misma marca fuera diferente en cada región. La solución a este inconveniente la aportó el maestro cervecero Wilhelm Schmitt Stadler, a quien con motivo de la Segunda Guerra le correspondió, según Kopp, la “vertiginosa tarea” de prepa­rar cerveceros colombianos.

5. KAEMMERER, ALAS DE PROGRESO

Sabor de hazaña -ya no de cerveza- tuvo la participación alemana en el ‘despegue’ de la aviación comer­cial. El 5 de diciembre de 1919 es fundada en Barranquilla la Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos (SCADTA), con un capital de cien mil pesos oro y ocho socios. Se recuerdan los nombres de Werner Kaemmerer, Stuart Hosie, Alberto Tietjen y Ernesto Cortissoz, bajo la presidencia del primero.

Kaemmerer trajo de su país dos Junkers F-13 en medio de innume­ra­bles riesgos, porque el Tratado de Versalles le impedía a Alemania fabricar, vender y exportar equipo de vuelo. Con los aviones entre huacales llegaron el piloto Fritz Hammer y el ingeniero aeronáu­tico Wilhelm Schnurbusch, ambos exoficiales de la Marina. Ellos, sólo ellos, se dieron a la tarea de armar el primer avión.

La anécdota es ésta: como no habían previsto la calidad de la gasolina colombiana, el encendido se dificultaba y se recalentaba el motor. Decidieron desmontar el radiador del auto de Stuart Hosie (sin que él lo supiera) y adaptárselo al motor del avión, e hicieron un vuelo de prueba a Puerto Colombia, que quedaba a 18 kilómetros, y remataron la gesta lanzando sobre la plaza del pueblo sacos con cartas llegadas del interior. Los habitantes recibieron esas cartas entre el asombro y la dicha, según los cronistas “como si fueran palomas mensajeras”.

“Envalentonados con el éxito” -cuenta Alberto Farías Mendoza- “el 19 de octubre de 1920 volaron hasta Girardot siguiendo el curso del río Magdalena. Allí los esperaba el presidente Marco Fidel Suárez con miembros de su gabinete, prelados de la Iglesia y generales de la República. Todos viajaron en tren desde Bogotá para presenciar el histórico acontecimiento”.

El avión escogido fue el Colombia, Guillermo Schnurbusch fue el capitán y Hellmuth von Krohn el piloto. Este último, quien había hecho parte del temible Escuadrón de la Muerte que comandó Manfred von Richtofen (El Barón Rojo), pereció cinco años después al lado de Ernesto Cortissoz en un infortunado accidente aéreo en las mismas calles de Barranqui­lla. La ofrenda de sus vidas no fue en vano: con el tiempo SCADTA llegó a ser la primera aerolínea de Colombia y de América, y la segunda en el mundo. La ayuda de los alemanes fue además decisiva en la guerra con Perú, porque el avión era el único medio de transporte posible hasta el Amazonas… y la mejor arma de ataque.

6. DE LAS GRANADAS A LA GRANADILLA

De no haber sido por la intromisión de la Segunda Guerra en las relaciones colombo alemanas, hoy la historia se contaría de otro modo. Hacia 1938 el número de alemanes en Colombia oscilaba entre 2.500 y 2.900, pertenecientes a diversos grupos de origen: los judíos alema­nes, los alemanes antifascistas y los propiamente nazis, pocos en número. Si bien en sus comienzos la lejana guerra europea no representó mayores cambios en la vida cotidiana de los alemanes, la radica­lización del conflicto entre Estados Unidos y Alemania tuvo graves repercusiones económicas en los países bajo su influencia.

El 18 de julio de 1941 Estados Unidos emite su primera Lista Negra (de las muchas que irían apareciendo) con los nombres de casi 1.800 personas y empresas que desde América Latina comercia­ban con ese país, 218 de las cuales operaban en Colombia. Según Enrique Biermann Stolle, hijo de inmigrantes alemanes, esto “significó la ruina económica para muchas empresas dirigidas por alemanes, y también por numerosos colombianos”. 

El 18 de diciembre de 1941, diez días después del ataque a Pearl Harbor, el presidente Eduardo Santos declaró rotas las relacio­nes diplo­máticas con los gobiernos del Eje. De allí en adelante, hasta 1944, se promulgaron numerosos decretos que afectaron las propiedades de los alemanes. Muchos se vieron obligados a regresar a su país en medio de la guerra, con las manos vacías.

El fin del conflicto armado dio paso a una nueva etapa en la relación entre las dos naciones. Pragmáticas ambas por la misma evolución histórico-política, hoy sustentan su amistad en lazos comercia­les: Alemania es el segundo comprador de productos colombianos, el café es como ya se dijo la bebida de mayor consumo en ese país, y las frutas colombianas son las más apetecidas, en particular el banano y la granadilla.

Después de las norteamericanas, la mayoría de fábricas con capital extranjero en Colombia son alemanas: Bayer, Basf, Ferrostaal, Hoechst, Siemens, Schering y Merck, entre otras, generan aquí capital y trabajo. La cooperación bilateral en programas de desarrollo se sustenta en ayuda financiera o técnica, orientada al fomento de las organizaciones no gubernamentales y a la promoción comunitaria, en ámbitos como el desarrollo rural, el uso racional de la energía, la protección del medio ambiente y los recursos naturales.

7. ABUELOS COLOMBO ALEMANES

En los campos científico y cultural, la presencia de alemanes en Colombia daría para una lista interminable. Son de grata recordación los nombres de Gerhard Masur, director hasta 1946 del departamento de Filolo­gía e Idiomas de la Escuela Normal Superior de Bogotá; Ernesto Guhl, geógrafo, quien siendo profesor de los departamen­tos de Sociología y Antropología en la Universidad Nacional introdujo las excursiones didácticas, temprana herencia de Humboldt; los pintores Guillermo Wiedemann y Leopoldo Richter, este último tan buen entomólogo como artista; y el librero Karl Bucholz, entre muchos otros.

La filosofía alemana tiene un digno representante en Rudolf Hommes, nacido en 1894 en Hannover y vinculado en 1946 como profesor de economía e historia universal al Insti­tuto de Filoso­fía de la Universidad Nacional de Colombia. Hommes, ya fallecido, es padre del economista del mismo nombre, ex ministro de Hacienda del gobierno de César Gaviria.

El epílogo de esta apretada historia obliga a caer en el mismo lugar común: ‘aunque usted no lo crea’, entre colombianos y alemanes sigue habiendo insospechados lazos familiares.

@Jorgomezpinilla

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