Petro, el pedagogo ambiental

Por RUBÉN DARÍO CÁRDENAS*

La habilidad del presidente Gustavo Petro para convertir las palabras en dardos que inquietan el pensamiento es sorprendente. No acude a ningún texto y sus intervenciones son piezas ejemplares de elocuencia. Sus disertaciones nos llevan de la mano por la historia, la filosofía, la economía política, por los relatos de personajes de nuestras comunidades y por los problemas que aquejan al mundo. No lo mueve el afán retórico de sorprender al auditorio, sino el propósito de construir un mensaje que toque fibras y sea asequible a cualquier persona. En esto nuestro presidente es todo un pedagogo. Su capacidad para poner en diálogo a los pueblos, a los dirigentes mundiales, y de enfrentar las problemáticas que tienen al planeta en llamas, lo han encumbrado como un líder de talla universal. No tenemos en nuestro pasado inmediato a un personaje de tal envergadura.

Petro aporta una lectura del mundo que rompe con la estrechez ideológica de las dicotomías: derecha o izquierda, socialismo o capitalismo. El problema –lo dijo en su última intervención en la Asamblea General de la ONU- no es enarbolar la bandera roja, sino proponer una defensa de la vida, tejer una bandera multicolor que sea levantada por todos los países. Petro le dice con claridad a todo el planeta que estamos permitiéndole al 1% de la población que precipite la tierra en la hecatombe. Ese porcentaje minúsculo es la “poderosa oligarquía global” que tiene en sus manos los grandes capitales, las armas, los ejércitos y los avances de la tecnología que, dado su mal manejo, nos han sumido en el abismo del cambio climático.

En su discurso ante la UNAM se detiene en el análisis de cómo la crisis del calentamiento global se ha ido agudizando –con peligro de que lleguemos a un punto de no retorno- y es inadmisible seguir esperando que los líderes mundiales, enceguecidos por el poder, decidan actuar: es la hora de los pueblos, de las comunidades que rompen el monopolio de la energía eléctrica para transitar hacia la energía solar. Es el momento de las comunidades protectoras de los ecosistemas, de las que practican procesos productivos que privilegian la preservación de los bosques y de los acuíferos. Hoy por hoy, la lucha es entre quienes sostienen la bandera de la destrucción, insistiendo en seguir hurgando en las entrañas de la tierra para darle combustible a unos cuantos y quienes esgrimen la bandera de la vida, el giro ineludible y urgente hacia un modelo de desarrollo que privilegie la salud del planeta, que es la salud de quienes lo habitamos.

¿Cómo hacerle entender al ciudadano de a pie, de Bogotá o de cualquier ciudad del mundo, que la escasez del agua tiene que ver con algo que es distante como la selva amazónica? Petro acude a una imagen que permite visualizar la prodigiosa conexión entre hilos que parecen sueltos: “…y al dejar de llegar los ríos voladores al páramo, el circuito que hacía que las pequeñas plantas del páramo tomaran del vapor de agua las nubes en la altitud, el vapor de agua y lo volvieran líquido y eso era el agua para nueve millones de habitantes, dejó de fluir.” Los “ríos voladores” qué metáfora tan hermosa y didáctica para señalar el daño irreversible que seguimos consintiendo contra el pulmón del mundo. Petro no se anda por las ramas, lo repite una y otra vez: la humanidad está en “una fase de extinción… lo ha dicho la ciencia, cada vez más alarmada”.

Para quienes hemos atizado en el aula, los hornillos donde se aquilata el pensamiento, que es la lámpara y la brújula del trasegar humano, Petro reafirma la capacidad revolucionaria de las ideas y de su poder para estremecer estructuras y romper paradigmas enquistados. Una de sus propuestas más audaces es la del pago de la deuda ecológica como acto de justicia con el planeta. Hemos caído en una visión bastante ladina de la economía, se nos ha convencido de que la tierra es una fuente inagotable de recursos gratuitos para quienes la explotan. Ante tamaña mezquindad, Petro denuncia y controvierte al decir que la tierra es un préstamo del tiempo y de la evolución, es matriz y aula de la vida humana y no humana, morada y alimento de la humanidad pasada y futura.

Nuestros abuelos negros del Pacifico, herederos y guardianes de la sabiduría del África antigua, lo dicen con palabras de oro: la tierra no la heredamos de nuestros padres, nos la prestaron nuestros nietos.  Ellos nos recuerdan que cada individuo en su tiempo, es apenas un eslabón en la inmemorial cadena de la existencia y que cada ser está obligado a preservar, para las generaciones venideras, las condiciones para que la vida y la felicidad sean posibles. Petro, apoyado en la ciencia, vislumbra el futuro en condiciones cada vez más hostiles. La promesa de un progreso ascendente y pleno ha caído estrepitosamente y ahora el futuro se yergue colmado de sombras amenazantes. Cada vez tenemos menos tiempo, pues el verde pulmón de la Amazonía empieza a ser un desierto, pronto los ríos tendrán el color y el hedor de las cloacas, y los organismos en los que la evolución invirtió millones de años como el picaflor, las orquídeas y las abejas serán, para los futuros niños, fósiles disecados expuestos en los museos de historia natural.  

La élite global se ha negado a escuchar, pero Petro no se rinde ante la impotencia de no ser escuchado por quienes podrían cambiar el rumbo del mundo, sabe que es la hora del protagonismo de los pueblos y convertirnos en pioneros en la defensa de la vida es el mejor regalo que nos ha hecho a los colombianos. William Ospina –tristemente opacado por sus miopías electorales- reclamaba en sus célebres ensayos la necesidad de un relato de país que rompiera con siglos de exclusión, violencia e inequidad; un relato que fracturara esa Colombia bipartidista y su maridaje con el narcotráfico. Pues bien, Gustavo Petro ha venido hilando delgado para darnos una visión diferente de lo que somos, de lo que queremos y de la manera como deseamos ser reconocidos ante el mundo.

Ya no es solo Petro quien habla. Ahora Colombia entera interroga su pasado. Es una  alegoría  de nación que busca sanar, reparar y reconciliar a los colombianos, es un nuevo pacto social que exige dejar de construir sobre lo putrefacto y edificar con la fresca y futurista visión de los jóvenes que han demostrado ser incluyentes con las comunidades vulnerables, con los eternos desplazados de sus territorios. Es un relato de país que vuelve su mirada al campo, que empodera a las comunidades como cuidadoras del planeta y plantea un modelo de desarrollo distinto: “El libre mercado no era la libertad, como decían, sino la maximización de la muerte”.

Petro nos ha regalado un relato de nación que nos inquieta como lectores, que aviva nuestro espíritu crítico, un relato que estamos escribiendo entre todos en la medida en la que cada uno aporta al cambio que Colombia y el mundo necesitan. Una epopeya de país, con una visión humanista impregna nuestro ser, el mundo empieza a identificarnos como el país de la belleza, el emporio de la vida, los cuidadores del planeta a través de los principios de fraternidad que se sobreponen a los supremacismos, a la xenofobia, a la desigualdad: “Resulta que el pueblo de Dios no era el pueblo de Israel, no es el pueblo de los Estados Unidos de Norteamérica, sino que el pueblo de Dios es la humanidad toda.”

Cuando se escucha a Petro se siente orgullo de ser colombiano. Puede ser la pelea de David contra Goliath, pero no importa; es el arrebato de la inteligencia, la sensibilidad de lo humano, enfrentando a los paladines del consumismo y de la guerra. Sin embargo, no es la piedra en la cabeza del gigante, es la fuerza de los argumentos, el ímpetu creativo de las comunidades, la revolución de lo local: millones de hormigas que trepan para hacer caer al gigante y convertirlo en hierba, árbol, piedra o río.

@ruben_dario1958

* Rubén Darío Cárdenas nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

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