Por YEZID ARTETA*
No creo en una vida ascética, alejada de los placeres. No creo en santones. La ética calvinista puede funcionar en lo económico, pero tornarse débil y aberrante ante el placer. Tras la fachada de un individuo progre o alternativo existe, como en la saga de Star Wars, un lado oscuro, siniestro, que usa su poder para enriquecerse o pasar por encima de los demás. La máscara de un “empresario de bien” puede ocultar el rostro de un asesino que, al igual que el yuppie de American Psycho, se entrega a la cocaína, la sangre y el alcohol.
El hedonismo domina este periodo existencial. Los efectos devastadores de la pasada pandemia hicieron que el individuo se sometiera al presente sin importarle el futuro. Cuando se te va la olla, derrochas en un fin de semana el salario de un mes. El lunes te levantas con una cruda, existencialmente vacío, deprimido y con ganas de lanzarte desde el balcón de la casa. Siempre hay una tarjeta de crédito que te impide quitarte la vida. Vivir al crédito es una alternativa en un mundo que se disuelve en el aire, como diría el autor del Manifiesto. Este es el mundo en que se mueven los operadores políticos. Un mundo asentado en el individualismo, la mediocridad y el conformismo.
El problema, Viejo Topo, es que en estos tiempos los asuntos personales ocupan la mayor parte de la política. Cuando un dirigente político imparte lecciones sobre la lucha contra la corrupción, por ejemplo, debe guardar un comportamiento ejemplar al respecto. La vara con la que se mide a un eremita no es la misma que se aplica a un libertino. Entre más aleccionamientos promuevas entre la gente, más te exigirán sobre los mismos. Fue lo que ocurrió con Iñigo Errejón en España. Pasó de ideólogo de izquierda a incriminado por acoso sexual. Perplejidad. “He llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona”, escribió en una extemporánea carta de dimisión el portavoz de la agrupación Sumar. Cualquier político de izquierda debe tomarse en serio su vida personal. Tomen nota en Colombia.
La política está cada día más devaluada. Las ideas fallecen frente al abuso, la vulgaridad y la mentira. Un disparate se vuelve programa electoral. Se festeja y premia la chabacanería. Acaba de pasar en las recientes elecciones locales en Brasil. André Fernandes, candidato del ultraderechista Jair Bolsonaro a la alcaldía de Fortaleza —cuarta ciudad de Brasil— enseñó a los electores a través de YouTube cómo rasurarse el culo. Ese fue su programa electoral. Perdió la alcaldía por menos de un punto con el candidato del Partido de los Trabajadores. Por otro lado, un buscapleitos como Javier Milei festeja con su fanaticada la gaseada de los antidisturbios a los abuelos y abuelas argentinas que han visto reducir su pensión por los recortes gubernamentales.
Uruguay, en cambio, está dando una lección de politización sana. El pasado 27 de octubre fue la primera vuelta para elegir presidente. Yamundú Orsi, del centro izquierdista Frente Amplio (43,3%) se impuso sobre Álvaro Delgado (26, 4%) del centro derecha y demás candidatos. Habrá segunda vuelta. Fue una campaña sin bronca, sin ataques personales, con absoluto respeto entre los rivales. Los charrúas han construido una democracia estable y un régimen de seguridad social proteccionista. José Mujica —el Pepe—, el exguerrillero y exprisionero tupamaro ha sido uno de los artífices del modélico Uruguay. Pepe no se aferró al poder. No se enriqueció. No cambió de casa. No cambió de vestuario. No cambió de carro. Volvió a sembrar flores en su chacra. Es probable que Pepe Mujica sea el expresidente más modesto del planeta. Un baremo muy alto para Colombia, país donde la codicia y el arribismo carcomen el cerebro de la mayoría de operadores políticos.
En el gobierno que pilotea Gustavo Petro hay gente que sabe hacer su trabajo. Sin ruido, pero con eficacia. Mostrando resultados tangibles. Asimismo hay granujas que afean al gobierno. Aprovechados que cobran por no hacer nada y tratar mal a sus subalternos. Acosadores. Por higiene política el gobierno del cambio debe separar el trigo de la cizaña. Amamantar, Viejo Topo, con el dinero público a parásitos es una incongruencia.
* Tomado de revista Cambio Colombia