El descrestador título de esta columna no envuelve misterio alguno. Es sólo la imaginaria síntesis literaria de tres centenarios que celebramos en este 2024 que ya casi agoniza.
El primero corresponde a la cruda novela La vorágine, de José Eustasio Rivera, abogado de la Universidad Nacional, en la cual denuncia la explotación inmisericorde de las poblaciones amazónicas por parte de la Casa Arana para producir el precioso coloide extraído de los árboles de caucho: el látex. Recientemente la Universidad de los Andes publicó una edición cosmográfica, elaborada por Margarita Serje y Erna von der Walde, la cual le agrega a la novela artículos de diferentes especialistas que dan una visión poliédrica de la dolorosa historia real que subyace a la obra literaria.
Un hecho curioso es que no hay una versión única de la obra, pues Rivera introdujo cambios en ediciones posteriores a 1924. Tiempo después, en 1928, sobrevino su misteriosa muerte en Nueva York cuando apenas frisaba los 40 años, dejando inconclusa su siguiente novela, La mancha negra.
Un siglo después de la trágica historia del caucho, Colombia aún no ha podido escapar de esa vorágine de violencia que ha marcado su devenir como nación casi fallida.
Un segundo centenario nos traslada de la selva a París, para apreciar el inicio de una asombrosa vorágine intelectual como nunca se había visto: el nacimiento de la mecánica cuántica. El príncipe Louis de Broglie nació en 1892, cuatro años después de Rivera, y su hazaña de 1924 también fue una obra escrita, que no era novelesca: su tesis doctoral en física teórica. A punto estuvo el joven príncipe de dedicarse a la diplomacia -como Rivera- pero la influencia de su hermano lo llevó por las trochas de la física matemática. Por su aspecto parecía más un actor cómico del cine mudo que un científico. Sin embargo, su mente rigurosa fue capaz de producir una revolución al concebir a los electrones como ondas. La dualidad onda–partícula es una de las características más extrañas de la mecánica cuántica. Ese fue el resultado teórico de su tesis doctoral, basada en los trabajos de Planck y Einstein y sustentada a finales de 1924 bajo el título Investigaciones sobre la teoría de los cuantos. Una consecuencia práctica de ese enfoque fue la posibilidad de construir microscopios electrónicos mucho más potentes que los ópticos.
Lo que vendría después de la mano de Bohr, Heisenberg, Schrödinger, Born, Dirac y otros genios de la época -entre 1925 y 1927-, rompería todos los esquemas de nuestra visión familiar del mundo. Debajo de los fenómenos cotidianos a los que estamos acostumbrados subyace una realidad que desafía los límites de comprensión del ser humano.
Por último, viajamos a la Rusia de 1924, que era el corazón de la Unión Soviética de Vladimir Ilich Lenin, quien había fallecido a comienzos de ese año. Aleksandr Oparin nació en 1894, dos años después que de Louis de Broglie y a los 30 años publicó su libro El origen de la vida, con el cual abrió un camino para explicar el surgimiento de la biosfera en un marco darwiniano. Su hipótesis, ahora centenaria, enfatizaba el rol de los coacervados en la “sopa primigenia” como un posible mecanismo para la evolución prebiótica de las moléculas necesarias para la vida.
Traducido al inglés y luego al castellano, el texto tuvo un impacto notorio en todo el mundo, incluyendo Colombia, donde los maestros lo consideraron un texto necesario para la educación básica y media. Yo diría que esa acogida fue excesiva, puesto que se siguió utilizando en los colegios décadas después de haber perdido vigencia. Sin duda fue un aporte valioso y, en general, marcó un derrotero fértil para investigar el surgimiento de la vida en el planeta Tierra, pero nuevos conocimientos en biología molecular y genética reemplazaron las ideas de Oparin. Hoy por hoy recomiendo otros textos para abordar este tema fascinante, por ejemplo, el libro La cuestión vital de Nick Lane.
Y ya que estamos en la URSS, recordemos que en diciembre de 1924 el ruso Alexander Friedmann, contemporáneo de Rivera, publicó en Zeitschrift für Physik, un artículo en el cual por primera vez un teórico encontraba soluciones a las ecuaciones de la relatividad general de Einstein, que mostraban modelos cosmológicos de universo material en expansión. Al año siguiente Friedmann murió. No alcanzó a ver que en esa misma década, el trabajo observacional de Hubble y Humason en Monte Wilson y la aproximación teórica de Lemaitre evidenciaron que en efecto nuestro universo real es finito y se expande. Un par de décadas más tarde George Gamow y su equipo generarían los primeros modelos de big bang.
Termina aquí este viaje por la literatura, la física, la bioquímica y la cosmología, recordando las hazañas de cuatro jóvenes en 1924. Oparin y de Broglie tuvieron la fortuna de envejecer, no así Rivera y Friedmann, quienes vieron truncarse su ciclo vital. No obstante, todos dejaron las huellas que un siglo después podemos apreciar.