Las marchas convocadas por la oposición el sábado 23 de noviembre no fueron tan multitudinarias como esperaban los líderes de la derecha que las convocaron. Se puede hablar de un rotundo fracaso, que bien se puede atribuir a varias razones a saber: la primera y quizás la más sólida es que hay un evidente cansancio de los ciudadanos que no necesariamente están conectados con los políticos, periodistas y activistas de la derecha, pero que en anteriores manifestaciones salieron a expresar su descontento con el gobierno de Gustavo Petro. Eso sí, esos insatisfechos podrían haber sido víctimas de la desinformación, noticias falsas, exageraciones y la mala leche de medios como Blu Radio, La FM, La W, El Tiempo, Semana, El Colombiano, El País de Cali y los noticieros privados de RCN y Caracol
La segunda razón puede estar atada a una fractura entre los dirigentes más visibles de la oposición y aquellos que desde el siempre fantasmal “centro” están pensando seriamente en “desmarcarse” de la derecha radical que insiste en el ya manido discurso de que hay que “salvar a Colombia” porque “nos vamos a convertir en Venezuela y que al país llegó para quedarse el castrochavismo”. Ese distanciamiento está mediado por la coyuntura electoral que se avecina en el 2026 y que ya arrancó con los “foros-reinados” del uribismo y la candidatura de Vicky Dávila, apoyada y patrocinada por los clanes Gnecco y Gilinski.
Es posible también que las débiles manifestaciones del 23N estén asociadas al trabajo informativo que viene adelantando el sistema de medios públicos (RTVC), con el que logran desmentir a los medios hegemónicos. Dedicarse también a mostrar las ejecutorias del gobierno en particular en materia de reforma agraria, control de la inflación y de los precios de la canasta familiar puede estar dando resultados positivos en las audiencias.
Es posible también pensar que el trabajo de los activistas progobierno (Youtuber e influencer) está impactando positivamente a los sectores de la opinión pública que antes seguían a pie juntillas a las empresas mediáticas tradicionales e incluso, a los propios activistas de la oposición.
Eso sí, el fracaso de las movilizaciones del 23N no pueden asumirse como un triunfo electoral y político, que haga pensar en que hay una total comunión con lo hecho hasta el momento por la actual administración y las audiencias. No se puede desestimar el poder que aún mantienen los medios hegemónicos. Las elecciones de 2026 demostrarán a unos y otros qué tan buenos y efectivos en sus tareas. Veremos si quienes le apostaron a desinformar y generar miedo fueron lo suficientemente convincentes; y sabremos si los activistas petristas fueron realmente eficientes y eficaces a la hora de contrarrestar a las empresas mediáticas que se la jugaron por hacer oposición política, usando el espectro electromagnético del Estado.
@germanayalaosor