Por YEZID ARTETA*
En la tragicomedia sueca El triángulo de la tristeza, ganadora de la Palma de Oro en Cannes 2022, un puñado de ricachones y celebridades se divierten en la cubierta de un crucero de lujo. Sus excentricidades son satisfechas por empleados que acatan las órdenes sin rechistar. El capitán de la embarcación –interpretado por el versátil actor estadounidense Woody Harrelson (True Detective)– bebe en su camarote mientras escucha La Internacional. Renuncia a dirigir un barco ocupado por una banda de haraganes. Se avecina una tormenta. El crucero naufragó. Los sobrevivientes se organizan en una isla. Una mujer se pone al frente. «Eres la encargada de los retretes», le dice un ricachón que ostenta una enorme panza. «No –contesta la mujer–. En el yate, era la encargada de los retretes. Aquí soy la capitana».
Luego de dos años, la oligarquía bogotana no ha entendido que el capitán es Gustavo Petro. Vive en una burbuja. Ajena a la realidad. Realizando foros y pseudo encuentros gremiales en los que se escucha y aplaude entre sí. Lo demás no existe. Considera a Colombia y sus instituciones como una especie de coto de caza privado. Hace con las reglas democráticas lo que le viene en gana. Los órganos y funcionarios de bolsillo obstaculizan la gestión de gobierno. Ningunean al presidente Petro. Lo persiguen. Crean, mediante sus aparatos de propaganda, un relato catastrofista sobre la marcha del país, cuando han sido incapaces como gobernantes de reducir la obscena brecha social, resolver el problema agrario y levantar una aceptable infraestructura vial, ferroviaria, sanitaria y educativa que permita el desarrollo de las regiones e incremente la competitividad de cara al comercio local y global.
Los que ahora critican no se caracterizaron por su talante democrático y eficacia ejecutiva. Convirtieron los aparatos de inteligencia en un instrumento de persecución y supresión de la oposición. Los falsos positivos dañaron la reputación de las fuerzas militares. Coparon la geografía nacional con innumerables obras inconclusas o mal hechas. Nombraron en el servicio exterior a mandaderos para que atendieran los negocios y las vacaciones de sus familias. Enfrentaron la protesta social a balazos. Saquearon las arcas públicas y desaparecieron sumas astronómicas en los paraísos fiscales. Legislaron en favor de intereses minoritarios. Cercaron a las instancias oficiales con cientos de burócratas y funcionarios incompetentes para que hicieran fiesta con los millones de dólares que la comunidad internacional destinó para la implementación de los acuerdos de paz. Mientras Juan Manuel Santos no fue capaz de montar un miserable campamento para acoger a los reincorporados de las Farc, el gobierno de Petro ejecutó con el más alto estándar de excelencia la COP-16 en Cali, una compleja y sofisticada operación logística que nada tuvo que envidiarle al llamado primer mundo. Todo esto es bueno saberlo, Viejo Topo, de cara a los comicios de 2026.
El establecimiento ha soltado, antes de que se escuchara el pistoletazo de salida, sus maltrechos caballos para tomar de nuevo el Palacio de Nariño. María Fernanda Cabal, Miguel Uribe Turbay, Paloma Valencia, Vicky Dávila y Germán Vargas Lleras son, por ahora, los corceles en liza. Nada nuevo bajo el firmamento. Una amalgama de viejos conocidos. Una síntesis del obsoleto país que nunca asimiló la derrota de 2022. Una suma de operadores políticos que no acaban de entender la nueva realidad y los cambios culturales que fluyen por la cabeza de millones de colombianos. Vamos a deconstruir, como dijo un argelino, a los candidatos y candidatas de marras.
Empecemos, Viejo Topo, por María Fernanda Cabal. Mientras su marido se frota las manos vendiéndole tierra al gobierno de Petro y toneladas de carne a los comunistas chinos, ella sigue atrapada en una campaña de memes. Unas veces aparece fotografiada con el húngaro Víktor Orbán –el azote de la Unión Europea–, y en otras con Santiago Abascal, abanderado de la ‘Iberoesfera’, una estrafalaria causa en la que los latinoamericanos aparecemos como menores de edad frente a España. La Colonia, señora Cabal, fue derrotada en el Campo de Ayacucho en 1824. Las relaciones con España y el resto del mundo son en igualdad de condiciones. Vis a vis –divertida serie–, como lo hace el actual gobierno que usted, como apátrida, no reconoce.
Germán Vargas Lleras es un redomado operador político que al igual que Fausto, el personaje de Goethe, les ha vendido el alma a los peores demonios de la política colombiana. Sus aduladores dicen que el país le cabe en la cabeza. Una frase de cajón que no aplica para estos tiempos de incertidumbre global. La complejidad de Colombia no cabe en ninguna cabeza. Menos en la de un exalto cargo que nunca entregó una vía férrea, un puerto moderno, una línea de metro, un aeropuerto de primer nivel, un avanzado hospital público, una universidad pública con estándares internacionales o vías secundarias y terciarias que destrabaran a la provincia colombiana. El exvicepresidente y exministro de todas las carteras exige cada domingo en sus columnas del periódico El Tiempo que el gobierno de Petro haga en dos años lo que él no pudo hacer en veinte.
Quien comienza trampeando termina trampeando. El niño Miguel Uribe Turbay, a través de una encuesta hecha a su medida, quiso trampear a sus camaradas de extrema derecha. No puedo imaginarme a un pelado de estos tomando a Colombia como un mero juguete. Sus asesores de marketing le están robando la plata cuando tratan de ofertarlo como la versión rediviva del lunático Bukele.
La divertida Paloma Valencia reivindica el pasado familiar. Un retrógrado y fracasado político, pero brillante poeta como su bisabuelo Guillermo Valencia Castillo, amén de su abuelo Guillermo León Valencia, un borracho que presidió al país. Con una mano, Guillermo Valencia escribía bellísimos poemas y con la otra alzaba el látigo con el que castigaba a los indios paeces que trataba como esclavos, entre ellos a Quintín Lame. Guillermo León Valencia, por su parte, ordenó la tristemente célebre Operación Soberanía contra la comuna campesina de Marquetalia, fallido acontecimiento militar que desencadenó la guerra de la que desafortunadamente aún no hemos podido salir.
Vicky Dávila dirigió una de las operaciones periodísticas más ruinosas: transformar a la reputada revista Semana en un panfleto. Lo puede hacer también con Colombia. Alguien me habló de Abelardo de la Espriella, un espantajopos, como dicen en Barranquilla, mi ciudad. Personajes que cuando salen de la frontera de Colombia no son más que un ‘don Nadie’. Pobres diablos, como yo.
Sobre el llamado ‘Centro’, no digo nada. Llevan dos años haciendo de espantapájaros. Un muñeco vestido con ropas demasiado anchas para la paja que llevan por dentro.
Sobre los aciertos y yerros del gobierno del cambio, Viejo Topo, diré algunas cosas en la próxima columna. Mientras, aprovecha las rebajas de fin de año, ahora que la economía está mejor que antes. La revista The Economist no miente. Míralo.
Tomado de Revista Cambio