La insoportable levedad de una adaptación al cine

Para no desentonar con el momento, quiero dejar sentada mi percepción sobre los ocho primeros capítulos de la gran novela de GGM. No quiero entrar en la discusión de si la película acaba destruyendo la imagen que idílicamente y con tanto ingenio nos habíamos inventado de nuestros personajes. Igual ocurre en la vida real con las novias de nuestra infancia a las que dejamos de ver un tiempo: años después no las reconocemos y hubiéramos preferido mantenerlas intactas en el pensamiento.

Es cierto que libros como este, donde priman las imágenes contadas por el narrador antes que los diálogos, son muy complicadas para llevar al cine. “Las imágenes son demasiado impositivas”, decía Gabo. Sin embargo, los directores de la puesta en escena de la serie llegaron a una fórmula conciliadora: prestar una que otra frase a sus protagonistas y usar un narrador en off para llenar los vacíos que los lacónicos diálogos de sus personajes no llenan. “Dejemos un margen de creación al lector”, insistía el Nobel. No obstante, en la serie de Netflix dicha fórmula salvadora carece del tono y la contundencia que uno esperaría en una voz autorizada para contar dicha epopeya. Ahora entiende uno porqué Disney paga tanto dinero a grandes actores para que encarnen la voz de una caricatura.

Sin ser un experto en literatura, siento que se dejó de lado la parte más profunda y universal de su autor para concentrarse en lo obvio y provincial. En términos cinematográficos no estamos mejor. Aparte del casting de algunos actores, es evidente una falencia en el encuadre de muchas escenas. José Arcadio Buendía, quien luego de darle más de 60 vueltas al mundo llegó convertido en un proto hombre, musculoso y avasallador, no alcanza aquí el promedio de estatura de sus paisanos. El actor seleccionado, si bien tiene la fiereza exigida en su rostro, es frecuentemente filmado con una cámara frontal, con una leve contrapicada, que le muestra mirando hacia arriba a sus interlocutores, haciéndolo parecer más pequeño. Algo deberíamos aprender de las películas de Tom Cruise, quien con sus 1,69 casi siempre es de menor estatura que sus coprotagonistas. Sin embargo, el espectador no lo percibe.

Capítulo aparte merece la fotografía. El manejo de la luz es lamentable, las escenas de interiores se hacen planas, ininteligibles, difusas. Por todos es sabido que el éxito de las películas en blanco y negro radicó en el óptimo manejo del claroscuro. Sin la contundencia de esas imágenes silenciosas del cine mudo, aquello hubiese sido un fracaso. Y quizá la historia del cine fuera otra. La luz focalizada sobre rostros y objetos permitía una lectura certera de sus gestos y emociones, aunque en ocasiones solo la música de fondo nos guiaba. Todo estaba en el manejo del claroscuro. Pero en Netflix encontramos recuadros y planos en absoluta penumbra, que ni siquiera la voz del narrador salva. Si bien la selección de objetos de época es acertada, su esfuerzo se ve truncado con esos paneos desprolijos que pasan de la luz a las sombras sin un orden estético aceptable.

En conclusión, para ser la producción más costosa de Netflix en Latinoamérica, su resultado, cinematográficamente hablando, deja mucho que desear. No se equivocaba GGM con su deseo póstumo de no publicar En agosto nos vemos. Razón tenía también cuando dijo que su novela cumbre había que dejarla a la literatura y sus guiones de cine al cine. (F)

@FFscaballero

Sobre el autor o autora

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial