Barro eres y en humano te convertirás

Por Olga Gayón/Bruselas

Primero fuimos barro, pero no moldeado por las manos de un dios supremo. Éramos arcilla en las manos de esas mujeres y hombres milenarios que parieron, gracias a este acariciador material húmedo y a la pasión envolvente del fuego, una criatura que se convirtió en recipiente para almacenar alimentos y bebidas, y en cuyo interior nació la noción de conservar los productos cosechados. Ellos experimentaron con las tecnologías punta de entonces y como individuos nos dieron la forma que nos hizo grandes como parte de una colectividad. Fueron los alfareros que a partir del barro convirtieron nuestra ausencia de fuerza en un torrente de creación, imaginación y poderío.

Quizás, hace unos 12.000 años, en épocas neolíticas, nuestros hacedores de hombres y mujeres para la posteridad, no pensaron en que gracias a la perpetuidad del barro fusionado con el fuego, nos convertirían en seres dotados de la prodigiosa capacidad de la invención…

Y mientras que con sus manos nos daban forma como civilización, encontraron en el junco la posibilidad eterna de no perder nuestro rastro. Ataron con el cáñamo, el esparto, el yute, la lana, la seda y otros lazos, la posibilidad de trascender hasta otros mundos. La soga sirvió para unir nuestros pedazos desperdigados y proyectarlos hacia ese futuro que ahora somos.

La cerámica y el junco no han sido otra cosa que el óvulo fecundado por el semen para perpetuarnos como hombres y mujeres que emplean su inteligencia en busca de no diluirse en esa cosa insensata que algunos han denominado «extravío».

Hay veces, y muchas, en las que la inteligencia ha sido el sendero seguro hacia el florecimiento de las sociedades que impiden que el futuro sea aniquilado.

Obra de Glen Marin Taylor.

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