Por JORGE GÓMEZ PINILLA
A raíz de la publicación de mi última columna para El Espectador, titulada Vicky Dávila, “el jefe acosador” y el jefe violador, recibí una dura admonición de un periodista reconocido, a quien conozco hace una buena cantidad de años y tengo en el más alto aprecio y admiración. Mantengo en reserva su nombre porque fue una comunicación privada, pero juzgo legítimo transmitir en forma de diálogo el cruce de opiniones que con él se dio. Yo terminé por darle razón, pero me pareció que debía expresar mis puntos de vista. Llamaré a mi interlocutor SH, yo seré JG.
SH: No quiero que parezca una intromisión indebida, pero déjeme decirle que no me gustó para nada su última columna. Creo que excede los límites de la libertad de expresión. Ese tipo de opinión, llena de pareceres personales para atacar personas y dejar sucias sugerencias, no es el tipo de periodismo que me gusta.
JG: ¿Cuáles sucias sugerencias? Yo señalé a quien por simple descarte se advierte como el único sospechoso de haber violado a una periodista, según denuncia de ella misma. Además, el propósito central era mostrar la doble moral de Vicky Dávila cuando pretende crear todo un paredón mediático contra reales o supuestos jefes acosadores, pero omite referirse a un caso aún más grave, el del supuesto jefe violador al que ella tanto admira.
SH: Ese tipo de opinión, que usted viene practicando de manera cada vez más frecuente, se conoce como character assasination. Es algo que da mucho tráfico y es apetecido por portales que gustan de promover informaciones Fake, pero no es el tipo de información que yo esperaría encontrar en ese medio tan serio y respetable donde usted escribe, como es El Espectador.
JG: Yo solo sé que ese sujeto sub judice -porque lo es- al que señalé en la columna que a usted no le gustó, le está haciendo un daño terrible a Colombia. No es solo el asunto ese de la violación. Es que, viéndolo a calzón quitado, “Él” nos está violando a todos.
SH: Usted tiene derecho a pensarlo, eso o lo de la supuesta violación a una dama. Pero mientras no tenga cómo probarlo, debería guardarlo en su fuero interno.
JG: Me pone frente a una encrucijada porque, si llegara a acoger las objeciones que usted plantea -y que suenan razonables-, tendría que autocensurarme y no escribir la próxima columna…
SH: ¿Por qué, de qué se trata?
JG: Pues pensaba titularla, con signo de interrogación: ¿Un expresidente pedófilo?
SH: Puede plantear el interrogante, si tiene cómo respaldarlo. Pero suena a repetitivo. Es más, creo que usted ya había escrito sobre eso.
JG: Así es, pero en las averiguaciones que adelanté a raíz de la detención de quien fue la novia -y al parecer proxeneta- del pedófilo Jeffrey Epstein, surgió un elemento nuevo: según un Confidencial de Semana fechado en marzo de 2007, con motivo de una reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en Cartagena, “el expresidente Andrés Pastrana invitó a dos magnates de las comunicaciones, Theodore Waitt, propietario del emporio de tecnología de Sistemas, Gateway Inc., y la inglesa Ghislaine Maxwell, heredera del conglomerado Maxwell Communication, a conocer Ciudad Perdida en el Parque Tayrona”. (Ver Confidencial).
SH: ¿Y eso qué tiene de raro?
JG: Es que el nombre del expresidente Andrés Pastrana apareció en la bitácora del avión privado de Epstein, conocido como el Lolita Express (usado para transportar mujeres menores de edad a su isla privada en Las Bahamas) en un vuelo del 20 de marzo de 2003. Según le dijo Pastrana a Univisión, se trató “de un viaje mío en su avión a Nassau, Bahamas, para trasbordo al destino final de La Habana, Cuba, invitados por el presidente Fidel Castro. El señor Jeffrey Epstein salió de Cuba uno o dos días después. Yo permanecí en la isla”.
SH: ¿Y?
JG: Pues que Pastrana afirmó haber conocido a Epstein en Irlanda “cuando fui homenajeado en la Cumbre de los Logros en Dublín”, en 2002. Ese homenaje en efecto lo hubo, y se supondría que gracias a que ahí se conocieron y a que ambos fueron invitados por Fidel Castro a Cuba el año siguiente, Pastrana se subió a ese avión. Pese a que, como anotó Gerardo Reyes en investigación para Univisión, sobre ese vuelo “no hay registro de vuelos de llegada ni salida a Cuba”.
SH: ¿Usted a dónde quiere llegar?
JG: A que Pastrana quiere dar a entender que fueron esos dos los únicos encuentros que tuvo con el famoso pedófilo. Y que después de Cuba, ni más. Pero cuatro años después aparece en escena nada menos que Ghislaine Maxwell, la novia y al parecer proxeneta de Esptein, acompañando a Pastrana en Colombia por la época en que, según el documental de Netflix Asquerosamente rico, este andaba en el mayor desenfreno de su pedofilia. ¿Esto no le parece concluyente?
Concluyente no, aunque sí llamativo. Pero con eso usted no está probando que Andrés Pastrana también sea un pedófilo. Es tan solo una insinuación. Además, torva.
JG: Torva no, razonable.
SH: Pero no probada. Ahora bien, si quiere llegar a buen puerto, lo que le corresponde en lugar de hacer señalamientos torvos, es formular interrogantes y tratar de encontrarles respuesta. Por ejemplo: ¿fue Pastrana quien le formuló invitación personal a Maxwell para asistir a la reunión en Cartagena, o la invitación provino de la SIP? ¿Era ella en efecto una “magnate de las comunicaciones”, o apenas heredera de algo en lo cual no tenía participación? ¿Cuánto tiempo permaneció en Colombia, cuáles ciudades visitó, en dónde se hospedó?
JG: ¿O sea que tendría pertinencia periodística si en el título me refiriera a esa misteriosa visita de Ghislaine a Colombia y preguntara “¿a qué vino?”.
SH: Tendría pertinencia, sí. Pero no haga ningún señalamiento o insinuación que no pueda probar.
JG: Así se hará, cuente con eso. Y gracias por la lección.