Por CARLOS G. AGUDELO
Por estos días de parto electoral, el fantasma de Hillary Clinton recorre a Estados Unidos. Hace cuatro años la candidata demócrata perdió las elecciones ante Donald Trump, un hecho crucial que, dadas sus consecuencias, nadie se atreve a olvidar. En efecto, han sido cuatro dolorosos y traumáticos años para el país que muchos envidiaban, hoy enfrascado en una de las coyunturas sociales y políticas más extrañas y preocupantes en la historia del mundo moderno.
Nadie podría haber predicho que una pandemia salida de la China habría de asolar el mundo y que después de meses de incertidumbre, cuarentenas, bloqueos y cientos de miles de muertos, infectados y víctimas físicas y económicas, el monstruo microscópico siguiera vivo y continuara esparciéndose por el planeta. Tampoco era fácil predecir que el cambio de poder en el país más poderosos del mundo se diera en medio de tal cataclismo y que el resultado sea una puesta en escena trágicamente descomunal, cuyo personaje principal no se lo habría podido inventar ningún escritor.
Aún hoy, a pocos días de que termine la jornada electoral, Donald Trump sigue esparciendo el coronavirus adonde quiera que va, proclamando en cada acto multitudinario de fanáticos enardecidos que no usan máscaras, que él ya pasó por eso y por consiguiente es inmune. ¡Todos los demás, que se jodan! También proclama a grito herido y mandíbula batiente que la pandemia está a punto de acabarse; de hecho, afirma que a partir del 4 de noviembre no se hablará más de eso, lo que quiere decir que el virus que está infectando 80.000 personas diarias y matando a más de 1.000 sólo en EE.UU., es una especie de conspiración urdida por los demócratas para que pierda las elecciones.
Lo cual nos conduce al fantasma de Hillary otra vez. A pesar de que prácticamente todas las encuestas dan a Trump por perdedor, y que la realidad entera de su país está conspirando para que se acabe la pesadilla que ha significado su paso por la Casa Blanca, muy pocos se atreven a predecir sin ambages una victoria de Joe Biden. Si Trump ganó las pasadas elecciones contra todos los pronósticos, ¿por qué no puede hacer lo mismo ahora? Tanto en medios como en redes sociales los comentaristas y expertos se explayan explicando las diferencias entre entonces y ahora, incluyendo desde luego los cuatro años de Trump, especialmente el último. Pero al parecer ninguna explicación es suficiente para anular el maleficio. Es como cuando uno dice qué bonito está el día y empieza a llover…
Lo curioso de esta situación es que la simple posibilidad de que Trump sea reelegido depende de la existencia de una base electoral mayoritaria que sigue creyendo en el tipo, sin importar sus más de 22.000 mentiras documentadas; las docenas de libros reveladores sobre su conducta, pasado y carácter; los testimonios de docenas de funcionarios que han descrito con lujo de detalles su absoluta incapacidad e incompetencia para desempeñar el cargo para el que quiere ser reelegido; sus sospechosas y controversiales decisiones en política internacional; el uso desvergonzado de su oficina para lucrarse a sí mismo, a su familia y a sus compinches; no pagar impuestos; el pago por favores sexuales, el racismo y la homofobia, entre muchas razones para que la reelección no ocurra.
Pero Trump va a perder. Y por mucho. Y eso tampoco importa, porque ya se sabe que las elecciones van a ser impugnadas por los republicanos, que tienen todas sus esperanzas puestas en la Corte Suprema de Justicia, que gracias a la inoportuna muerte de Ruth Bader Ginsburg ahora tiene una mayoría conservadora. De hecho, este es como otro fantasma que funge sobre el país, pues no sería la primera vez que la Corte decida quién va a ser el presidente, como ocurrió con el segundo Bush.
Dicho lo anterior, la situación es potencialmente explosiva porque, además de la pandemia, buena parte del país sigue enardecido por las manifestaciones del racismo latente expresado en el asesinato continuo de ciudadanos negros por la policía; y por la presencia de milicias de extrema derecha, armadas hasta los dientes, que ya han mostrado de múltiples formas que pueden aparecer violentamente en el escenario electoral y postelectoral; algo que el mismo Trump no ha descartado.
Lo cierto es que soplan vientos de tormenta. Literal y figuradamente. Hasta ahora, cinco huracanes han tocado tierra en el norte del golfo de México esta temporada y se predice un invierno frío que contribuirá aún más a regar el coronavirus, haya o no elecciones o. En todo caso, la gente no se atreve a descartar que la epidemia de Donald Trump continúe por otros cuatro años, en cuyo caso la realidad en Estados Unidos se podría convertir en un doloroso cataclismo, permanente y continuo.