Por GERMÁN AYALA OSORIO
En reciente bombardeo a un campamento guerrillero el Ejército de Colombia y el Estado que lo respalda exhibieron sin pudor alguno el grado de descomposición moral al que puede llegar un actor armado, cuando el único objetivo de su interés es producir bajas. En esta ocasión, de acuerdo con Holmann Morris, por lo menos 4 menores de edad cayeron en el bombardeo con el que se buscaba asesinar al disidente de las Farc alias ‘Gentil Duarte’.
Estamos ante una clara violación del Derecho Internacional Humanitario, al parecer desconocido por el ministro de la Defensa, Diego Molano. El jefe de la cartera castrense legitimó ante la prensa el operativo militar y señaló que los que murieron en el bombardeo no fueron menores o niños, sino “máquinas de guerra”. Con este señalamiento Molano, exdirector del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), despreció la vida de los jóvenes cuya presencia en ese campamento obedecía a que fueron reclutados de manera forzada por quien comanda las disidencias de las Farc.
Este tipo de operaciones militares deben estar respaldadas en acciones de inteligencia que confirman o niegan la presencia de los disidentes y de su estructura de seguridad, y la valoración de esa información termina por señalar el tipo de operativo recomendable. En este caso, se optó por el bombardeo. Y es allí donde se debe centrar la discusión, sin soslayar el hecho de que en la acción militar cayeron menores de edad.
Detrás de la decisión de bombardear un campamento está la valoración del impacto militar, moral y político que garantizará. Molano y la cúpula castrense buscaban mostrarle al país, pero sobre todo a las disidencias, la capacidad militar. Pero sobre todo, la indeclinable decisión de usar en extremo la fuerza para producir un resultado operacional que pudo ser igual si la decisión hubiera sido dar un golpe de mano en el campamento, a partir de la llegada de tropas en tierra. El bombardeo adquiere un carácter ejemplarizante y vindicativo, en virtud de las acciones criminales cometidas por la gente de Gentil Duarte en días pasados. Pero también conlleva una intención política, la de seguir macartizando y deslegitimando el Acuerdo de Paz con las Farc.
De lo dicho al diario EL ESPECTADOR, el exdirector del ICBF y ahora ministro de la Defensa se puede colegir que la orden de bombardear el campamento no solo buscaba golpear a las disidencias, sino establecer un tipo de responsabilidad política en los negociadores que en nombre del Estado y las entonces Farc-Ep firmaron el fin de las hostilidades y la reincorporación a la vida social, política y económica de los guerrilleros.
“Lo que uno tiene que preguntarse es por qué estaban esos jóvenes combatientes allí y es porque en el Acuerdo de Paz no hubo una discusión frente al tema de reclutamiento de jóvenes, entonces las disidencias siguen reclutando porque saben que se les permitió. No avanzaron las investigaciones y quedaron en impunidad todos aquellos que reclutaron jóvenes y los convirtieron en combatientes (…). Yo no podría decirle que hay un niño de nueve años porque eso no es la estructura que protege a un narcoterrorista como Gentil Duarte, lo que está claro es que había jóvenes combatientes. La información que han sacado las organizaciones deben ser verificadas por nuestra Fiscalía y Gentil Duarte es la mayor amenaza que tiene Colombia en esa región.”
En cuanto a los efectos morales del bombardeo, estos se explican porque dentro del Ejército aún subsisten oficiales, suboficiales y soldados que simpatizan con la salida política y no militar a las acciones de guerra perpetradas por las disidencias y por los frentes del ELN. De esa forma, se “sube la moral de la tropa” cuando sus miembros notan que la decisión de lanzar bombas sobre un campamento se toma sin ninguna reflexión en torno a la presencia de menores de edad en el campamento. Puede pensarse que existe la intención de los militares y del Estado mismo de evitar el crecimiento de las disidencias y del ELN. Es posible que así sea, pero la experiencia indica que los militares troperos necesitan mantener con vida al enemigo interno y por ese camino consolidar el poder y la capacidad de presionar al Ejecutivo y a la sociedad, para mantener y extender en el tiempo gabelas y beneficios. Por ello, el bombardeo al campamento de Gentil Duarte tiene unas características y circunstancias especiales sobre las que Molano y Zapateiro deben dar explicaciones al país, pues el resultado operacional, a partir del objetivo trazado, claramente indica que se trató de uso excesivo de la fuerza.
Quizás a lo que estamos asistiendo en Colombia es a un enfrentamiento entre <<máquinas de guerra>> sin mayores consideraciones morales y éticas. Una vez borrados los límites y desestimadas las reglas de la guerra, solo nos queda asistir a la consolidación de la barbarie.