Por DIEGO OTERO PRADA
“Peor que la pandemia es el hambre”, la frase aparece en muchos carteles a lo largo del país y refleja por qué salen millones de colombianos a las calles y rompen todas las normas de la “gente de bien” en esta sociedad panóptica.
Esto lo deberían aprender nuestros gobernantes, la alcaldesa de Bogotá y el alcalde de Cali, otro tibio de los Verdes, Jorge Iván Ospina. Los llamados de la señora Claudia López a que las protestas fueran virtuales y por las redes sociales, o su llamado el 5 de mayo a las 2 de la tarde para que nos fuéramos a la casa, y la suspensión del Transmilenio a las 3, fueron decisiones para desmontar las protestas. Lo mismo que el toque de queda en Cali ese día a la misma hora. Pero se encontraron con una ciudadanía que no respeta las reglas de nadie, que prefiere salir a la calle a protestar contra todos los poderes establecidos: “peor que la pandemia es el hambre”. ¡Qué desubique tan tenaz el de estos gobernantes!
Hay dos hechos políticos recientes en la escena internacional. Primero, la derrota estruendosa del PSOE y Podemos en las elecciones de Madrid, por su insistencia en los encierros a toda costa, contra una derecha que pedía bares y restaurantes abiertos. Segundo, la batalla de Alberto Fernández en Argentina contra el alcalde derechista de Buenos Aires por la apertura de los colegios, defendida por este último. Esto le causó un gran daño a la imagen del presidente de Argentina.
En todas partes hay rebelión contra los confinamientos, la gente está cansada de que los sigan asustando con la pandemia, están agotados de que hayan convertido a las ciudades en verdaderos panópticos. En Colombia ahora la policía usa drones para vigilar a los ciudadanos, algo desde todo punto de vista ilegal, que va contra los derechos humanos, pero muy propio de la política de vigilar y castigar, características de un panóptico.
La líder mundial del encierro, la autócrata alcaldesa Claudia, así como la apocalíptica directora del Instituto Nacional de Salud (INS) Marta Ospina, y los espantosos medios de comunicación al servicio del sistema y los políticos, todos deberían leer El fracaso de las élites, del filósofo francés Michel Maffesoli, y ver la corta entrevista que le publicaron en el Espectador el 10 de mayo de 2021. (Ver entrevista).
Todos estos confinamientos, restricciones de todo tipo, pico por cédula y toques de queda han traído consecuencias desastrosas. En Bogotá la tasa de desempleo se incrementó fuertemente y el aumento en la pobreza fue sustancial. Cuando salgan las cifras regionales, la economía mostrará que Bogotá fue una de las regiones que más cayó.
Según artículo de Oscar Murillo en El Tiempo del 9 de mayo, la pobreza aumentó de 27,20 por ciento en 2019 a 40,10 por ciento en 2020, para un total de 3’357.585 ciudadanos. Específicamente, 1’110.734 bogotanos cayeron a la pobreza en este año. Y la pobreza extrema subió de 4,20 por ciento a 13,30 por ciento, para un total de 1108.836 afectados. Es una situación terrible, a ver si la alcaldesa entiende su responsabilidad.
Dice el filósofo Mafessoli:
“La pandemia, o mejor la utilización de la pandemia, ha hecho que varios países hayan buscado encerrar a la gente y aniquilar todo connato de reunión, sea de protesta o no. …Otros países menos autoritarios han intentado hacer lo mismo, abusando del miedo para imponer el confinamiento. La necesidad de reunirse, de enfrentar la finitud y la muerte, de estar juntos y retomar los lazos de proximidad, está más viva que nunca. Es como una olla de presión que estalla y produce manifestaciones violentas, más aún cuando son prohibidas.”
“Pero las élites que detentan el poder, aquellas que tienen el derecho de hacer y decir, no saben responder a esas necesidades. ¿Por eso utilizan palabras que ya no dan sentido, que son simple hechizo; democracia, partidos, reforma, etc.”
“Los policías rasos se ven “forzados” a intervenir y, por supuesto, a exacerbar la violencia. La orden es no tratar a los manifestantes como semejantes, pues se abriría la posibilidad de pactar con ellos”.
“Se estima que un año de confinamiento impuesto, o recomendado apelando al miedo, provocará un deseo irreprimible de reencontrarse, ¡cueste lo que cueste!”.
Qué palabras tan sabias para nuestros gobernantes autoritarios y para todos esos comités epidemiológicos que nombran los ministros y alcaldes en busca de justificar sus medidas panópticas. Y luego se quejan de que la gente salga a la calle a protestar con rabia, “cueste lo que cueste”, como dice el filósofo francés.
Infortunadamente el autoritarismo, la arrogancia y el poder fascista colombiano no aceptan nada, solo quebrar al oponente, abusar, balear, violar y matar al que proteste.