La insoportable levedad del joven indignado

Por JORGE GÓMEZ PINILLA

Un fantasma recorre a Colombia: el fantasma del descontento. Esto se palpa por igual en los millones de personas que han salido a las calles a protestar, en los bloqueos a ciertas vías, incluso en los jóvenes que ardiendo de indignación destrozan estaciones de Transmilenio u otros medios de transporte.

Hablando de indignados, brilla con luz propia el Mayo del 68 en Francia, poderoso movimiento de protesta iniciado por jóvenes contrarios a la sociedad de consumo, que en cosa de dos meses (mayo y junio) pusieron en jaque al gobierno de Charles de Gaulle y al que se unieron grupos de obreros industriales, y finalmente los sindicatos y el Partido Comunista Francés. Fue la más numerosa revuelta estudiantil y la mayor huelga general de la historia de Francia, y posiblemente de Europa Occidental, secundada por más de 9 millones de trabajadores, pero fueron aplastados por el éxito porque en ningún momento se plantearon la toma del poder (ni siquiera el Partido Comunista consideró esa salida), y el grueso de las protestas finalizó cuando De Gaulle convocó a elecciones anticipadas, que tuvieron lugar el 23 y 30 de junio de ese año.

Mayo del 68 porque es prueba fehaciente de cómo se pasó de “seamos realistas, pidamos lo imposible”, a tener que admitir que se quedaron sin el pan (o la baguete) y sin el queso. Y sirve para constatar que el masivo movimiento de indignación nacional iniciado el pasado 28 de abril podría estar condenado a correr la misma suerte, por no decir una peor, pues a diferencia de las protestas galas –cuando contaron con el apoyo de numerosos sindicatos y de una parte de su clase política- los jóvenes colombianos indignados de hoy se distinguen por lo indistinguible: una masa amorfa de personas que se ponen de acuerdo para reunirse cada cierto tiempo en un sitio determinado a protestar, pero de ahí no pasan.

Mientras no se organicen y se presenten como alternativa de poder, estarán condenados al fracaso. Foto tomada de Eldia.com

¿Estamos acaso frente a un movimiento ‘pequeñoburgués’, de raigambre más emocional que racional? En todo caso, su talón de Aquiles podría estar en que denigran por igual de los políticos y de los gobernantes, pero desconocen que en la práctica necesitarían de los políticos y de sus partidos para canalizar su indignación, si quieren que en realidad sus protestas conduzcan a cambios efectivos en lo económico y en lo social. Les gusta tan poquito la política, que no comprenden que es precisamente convirtiendo el suyo en un movimiento político como podrán hacer realidad sus anhelos de cambio. En otras palabras, mientras no asuman y se presenten como alternativa de poder, estarán condenados al fracaso.

De otro lado, si de algo adolece este movimiento masivo de indignación nacional -ante todo juvenil- es de ausencia o escasez de líderes. Podría tratarse de una clase de rebeldía que por ahora escapa a nuestro conocimiento, pero cuesta trabajo creer que tengan algún futuro si no hay quién o quiénes encarnen o representen sus expectativas de transformación. Esto sería consecuencia del individualismo que impone la Internet, donde todos se están viendo en simultánea, pero cada uno de ellos está inmensamente solo.

Si buscáramos un resquicio para el optimismo, encontraríamos que quizá podrían transformarse mediante la cohesión de sus postulados en la expresión de una rebeldía que contagie a los demás colombianos y permita dilucidar, así sea a mediano o largo plazo, una Colombia mejor.

“¿Qué hacer?”, se preguntó Vladimir Ilich Lenin en algún momento álgido de su revolución bolchevique, y la respuesta que encontró fue decisiva para el triunfo, pero hoy podría espantar a más de un joven indignado que aspire a cambiar el mundo desde la comodidad de su celular: “organizarse y luchar”.

Son reivindicaciones que hoy parecen cosa del pasado, pese a que nunca antes como ahora se habían hecho tan necesarias.

@Jorgomezpinilla

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