A los republicanos les tocó bailar con la más fea

Esta semana el mundo será testigo de uno de los realities más inmarcesibles de los últimos tiempos: la Convención Republicana que nominará a Donald Trump para ser reelegido como Presidente de Estados Unidos. Las circunstancias, como se sabe, son peculiares. El país se encuentra inmerso en la peor crisis económica de toda su historia, como resultado de una pandemia que se ensañó con sus habitantes y los está obligando a revaluar todo lo que daban por sentado, incluyendo ese elevado lugar en el concierto mundial que ahora está más o menos por el piso.

Todo es atípico, empezando por la misma campaña electoral en la que no solo se elige al Presidente sino a toda la Cámara de Representantes y a una tercera parte del Senado. Antes las convenciones eran una muestra de paroxismo político, una especie de carnaval de cuatro días donde pasaba todo lo que tenía que pasar, desde la decoración ultracargada de carteles, bombas (de fiesta), sombreros, luces, colores, música, gritos, aplausos hasta la nominación y proclamación triunfalista de la próxima gran esperanza para el futuro de la nación. Cada partido tiraba la casa por la ventana y el país, o por lo menos lo que mostraban los medios, entraba en una especie de trance circense en el que brillaban con luz propia todos los especímenes de la fauna política.

Ahora, sin embargo, debido a ineludibles circunstancias históricas, la Convención Republicana ha devenido en un acto de desesperación política donde el partido está obligado a mostrar lo mejor de sí, que es muy poco, y a poner en escena una propuesta basada en un solo e irremediable personaje: Donald Trump. Mientras que los demócratas hicieron lo propio con su Convención, y lo hicieron muy bien considerando las circunstancias, a los republicanos les ha tocado «bailar con las más fea». Y lo peor es que están improvisando, a tal punto que los estrategas del partido han tenido que acudir a los productores de El Aprendiz, el programa que Trump condujo en televisión, para convertir su Convención en un reality político. El evento, cuya localización ya fue cancelada dos veces, está siendo armado sobre la marcha, lo cual implica un riesgo enorme que podría fácilmente terminar en un fiasco.

El problema es que la fea del baile es cada vez más fea. Foto tomada de Us.as.com

El problema más grave, sin embargo, es que los republicanos tienen poco de qué hablar. Incluso desde antes de la pandemia el aparato ideológico del partido se estaba derrumbando, empezando por la supuesta disciplina fiscal, sepultada por un recorte de impuestos para los más ricos que incrementó notablemente el déficit presupuestal norteamericano. El relativo repunte económico, basado en una estrategia de concentrar aún más la riqueza de los pudientes, se derrumbó como un castillo de naipes a causa de la pandemia y con ello la estrategia de los republicanos para reelegir al peor presidente en la historia de su atribulado país. Los propios medios de comunicación tienen problemas para definir en qué puede consistir la plataforma política de la convención, y en saber qué hará Donald Trump en los próximos cuatro años si es reelegido. Una promesa segura es liberar al país del virus “chino” que tantos dolores de cabeza le ha dado, acabar la pared con México, suprimir la inmigración y convertirse en el adalid de la ley y el orden, la consigna con la que ha conseguido alienar a las minorías de su país.

Para defender lo indefensible, una larga lista de oradores aparecerán en las pantallas de televisión para justificar la catástrofe y formular una vez más una serie de promesas que inevitablemente sonarán huecas porque la misma realidad se ha encargado de contrariarlas. Una de ellas, la más importante, es afirmar que el partido y la nación tienen un líder en quién confiar, capacitado para sacarlos del atolladero en que los metió y conducir el país a un futuro mejor.  Todos ellos, de alguna manera, tendrán que alabar a Donald Trump, destacar las cualidades sobre las que construyeron su pedestal y contrastarlo con su rival Joe Biden, un candidato gris pero intachable, esperando desde luego que quienes los oyen no perciban la profunda hipocresía detrás de una narrativa que hace mucho tiempo dejó de ser creíble.

El problema es que la fea del baile es cada vez más fea. Esta semana se conocieron audios en los que Maryanne Trump Barry, hermana mayor de Trump, confirmaba lo que ya se ha dicho muchas veces sobre el personaje que logró montarse hace casi cuatro años en la oficina política más importante del mundo: entre otras perlas, la señora confirmó que el candidato de marras había contratado a alguien para que presentara el examen que le permitía ir a la prestigiosa Universidad de Pensilvania.  En su propia voz, la señora, quien fue juez y magistrada, dice cándidamente (no sabía que su sobrina Mary Trump la estaba grabando), cosas como “Estoy hablando muy libremente. Pero tú sabes. El cambio de historias. La falta de preparación. Las mentiras. Santa mierda”; “Él no tiene principios”; “Él no lee”; “Donald es cruel”; “No puedes confiar en él”.

Y hay más. Michel Cohen, quien durante muchos años le cubrió la espalda a Trump, está pagando una condena de cárcel precisamente por los servicios prestados al presidente-candidato. Cohen sabe mucho más que nadie sobre las andanzas y fechorías de quien sin duda será ungido como el candidato republicano y está aprovechando su estadía en prisión para escribir otro libro que acabará de cimentar la desastrosa reputación de su antiguo jefe. Para completar, Steve Bannon, uno de los arquitectos de la elección de Trump en 2016, fue arrestado por el FBI, acusado de lucrarse privadamente de la famosa pared que su presidente prometió construir en la frontera con México. Bannon entra a hacer parte de una larga lista de exasesores de Trump que han sido acusados, juzgados y eventualmente condenados por sus actuaciones dolosas.

Dadas estas y muchas otras circunstancias, el reality republicano promete ser un espectáculo fascinante, que formalizará la debacle del partido y pondrá en evidencia el profundo vacío ético y de poder en el que, con la ayuda del Trump, se ha hundido el gobierno. Como diría Joseph Conrad en El Corazón de las tinieblas, “¡El horror, el horror!”.

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