Por JORGE SENIOR
Hace un mes le recomendé a un amigo un nuevo restaurante de comida típica de la región Caribe. Le conté que había disfrutado de un exquisito sancocho de guandú y un servicio impecable. Un par de semanas después nos reencontramos y de entrada me obsequió un madrazo, procediendo a narrarme que había ido al establecimiento de marras y que, aparte de recibir un pésimo servicio, se había intoxicado.
-¿Cómo sabes que la intoxicación fue producto de lo que comiste en ese restaurante?- Le pregunté un tanto a la defensiva.
-Porque a las pocas horas de almorzar allí tuve retorcijones estomacales y diarrea
En realidad su informe fue más descriptivo, pero no quiero entrar en detalles escatológicos. Enseguida detecté la falacia post hoc ergo propter hoc (“después de… luego… a causa de”). Decidí entonces pasar a la ofensiva y sembrar la duda metódica haciendo un ejercicio que técnicamente se denomina “control de variables” (como cuando a uno se le daña un viejo aparato eléctrico y lo desbarata para examinar que pieza se dañó). Entonces le pregunté:
-¿Y qué más comiste ese día?
-Bueno, me zampé un par de empanadas de Doña Juana- dijo
-¿Y cómo sabes que no fueron las empanadas las causantes del mal de estómago?-, seguí inquiriendo.
Él lo pensó un momento, negó con la cabeza, y me reconfirmó su hipótesis que señalaba al restaurante como culpable, pues llevaba años comiendo esas empanadas. Iba a decirle que aún así no podía descartar esa posibilidad, pero en ese momento llegó otro amigo, la conversación giró hacia la política y nos pusimos a debatir la polémica columna de Jorge Gómez Pinilla sobre el triunvirato.
En este caso la diarrea no mató a mi amigo y ni siquiera diluyó nuestra amistad. Pero cuando se trata de la pandemia el asunto es a otro precio. Uno puede recomendar un restaurante, un bar o una marca sin por ello arriesgar la vida de nadie ni cometer una falla ética. Pero recomendar un tratamiento clínico basado en simples evidencias anecdóticas es una irresponsabilidad de marca mayor con unas consecuencias impredecibles que podrían incluir la muerte de la persona o de sus allegados si pisan la cáscara de seguir nuestra recomendación. En este caso ambas partes, el que recomienda y el que acepta, pueden tener buenas intenciones, pero sus errores de razonamiento se traducen en afectaciones graves a la salud, cuando no son letales. Incluso un seudo-tratamiento inocuo causa daño indirecto, pues el enfermo deja de acudir al médico o retrasa la utilización de un tratamiento efectivo hasta que, quizás, sea demasiado tarde.
Durante el 2020 el nuevo coronavirus tuvo en la cultura popular un gran aliado, llamado “a mí me funcionó”. Se trata de la milenaria costumbre del “voz a voz”, presente en todos los pueblos, y hoy amplificada por el whatsapp y demás redes. Todo ello facilitado por el hecho de que nuestro sistema educativo no enseña pensamiento crítico. Así, como cualquier chisme, se difunden las fake news, las seudo-teorías conspiranoicas, los seudo-tratamientos mágicos o simplemente los tratamientos en prueba, quizás prometedores, pero cuya eficacia no ha sido probada aún.
Supongamos que usted, amable lector, tiene gripa y yo le recomiendo comer una uva verde todos los días exactamente a las 3:15 de la tarde durante 10 días. Usted sigue mi “tratamiento” y al cabo de 10 días me informa que está curado y yo reclamo mi “victoria clínica” diciendo “funcionó mi tratamiento”. Nadie que lea lo anterior se tragará el cuento de que la curación se debió a la uva diaria y menos al horario. Pero la situación es lógicamente similar a cualquier recomendación del tipo “a mí me funcionó” o “en mi familia todos tomamos la sustancia X y nos recuperamos enseguida”. Se trata de un frecuente error de razonamiento pues infiere una relación causa – efecto de una simple sucesión en el tiempo, sin controlar el montón de variables que pueden influir en el resultado, empezando por el propio sistema inmunológico del enfermo.
Los animales no humanos se enferman por agentes patógenos, a veces mueren y otras veces se curan sin tomar medicinas. Entre los agentes patógenos como virus, bacterias, hongos, parásitos, y los sistemas inmunes de todos los seres vivos ha habido una carrera armamentista durante millones de años. Ambos evolucionan en función de sus antagonistas en una lógica de defensa y ataque. Los humanos somos animales y también nos curamos sin medicinas. El 85% de los infectados de covid se cura solo y otro 10% con atenciones simples, sólo el 5% se complica y un 3% fallece.
Como otras especies tenemos un complejo y fascinante sistema inmune interactuante con el entorno y siempre cambiante. Es el único sistema de nuestro organismo que no corresponde a una estructura anatómica, pero es tan real como el sistema cardiovascular, digestivo o nervioso. Más allá de esa defensa natural, en los últimos dos siglos el sistema sanitario y la medicina científica, han logrado duplicar la longevidad humana, minimizar de manera asombrosa la mortalidad infantil y de mujeres parturientas, erradicar o controlar enfermedades letales como polio, viruela, sarampión, sífilis, lepra, fiebre puerperal, peste bubónica y tuberculosis, que asolaron a la humanidad durante milenios y que nunca fueron solucionadas por los “saberes ancestrales”, las medicinas tradicionales o el voz a voz de los remedios populares.
Si el “a mí me funcionó”, que es puro chisme y simple evidencia anecdótica, tuviera validez, esos grandes resultados históricos de la medicina científica se hubiesen producido siglos antes. No harían falta médicos profesionales, grandes laboratorios, ni costosos y demorados ensayos clínicos. Un ensayo clínico debe ser aleatorio, controlado, sistemático y replicable, por eso demora y cuesta (para mayor claridad sobre esta exigencia ver aquí). La evidencia anecdótica no tiene ninguna de esas características y por eso falla al inferir tratamientos clínicos eficaces a partir de unos cuantos casos no controlados.
Es entendible la desconfianza en un sistema de salud neoliberal que convierte la salud en negocio. El ciudadano colombiano no se siente respaldado ni protegido por un sistema de salud eficiente, así que es comprensible que instintivamente recurra a las recomendaciones milagrosas del voz a voz. Pero al hacerlo agrava el problema. Una falsa solución que aumenta las estadísticas de fallecimientos, donde cada cifra es una tragedia familiar. La solución es política, pues implica cambiar el sistema de salud y el sistema educativo, y eso pasa por votar bien el día de las elecciones.