A mitad de mandato, Petro desafía la tormenta

Por HUBERT ARIZA*

Mientras en los estadios de Estados Unidos la selección colombiana de fútbol une al país, y James Rodríguez renace y se eleva a las alturas como el mejor jugador, con una zurda maravillosa y una genialidad sin par, y el país sueña con alzarse con la Copa América, en Colombia la política hierve, incendia, polariza, enajena y condena a la nación a la incertidumbre, la frustración y el miedo a que el futuro se desvanezca y la democracia se fracture.

El presidente Petro ha llegado a la mitad de su mandato en medio de muchas tormentas, y como en La piragua, la inmortal cumbia del maestro José Barros, a pesar del bajón en su popularidad, que apenas sobrepasa el 30% de favorabilidad, se muestra seguro capoteando el vendaval e impasible desafía la tormenta.

Una tormenta que ha generado él mismo con su estilo confrontacional de gobernar, retando al establecimiento y el statuo quoatacando a la prensa, en negociaciones con guerrillas y paramilitares en medio de la guerra, que no auguran un buen final; impulsando reformas bloqueadas por el Congreso, desnudando la incapacidad de reacción de una oposición inane e inocua que está tres pasos atrás de la dinámica política y, sobre todo, por su voluntarismo de convocar el poder constituyente y promover una nueva Constitución, sin que el país se sume a esa cruzada, porque no entiende las razones de fondo para andar ese camino lleno de sobresaltos.

Para enfrentar el desafío de su propia agenda, el mandatario ha hecho un recambio de su gabinete, sacando fusibles fundidos o desconectados del circuito petrista, o a algunos ministros invisibles que pasaron sin pena ni gloria, como la de Vivienda, Catalina Velasco, que fue incapaz de reactivar el sector y congeló los sueños de millones de ciudadanos en la pobreza que votaron por Petro, confiados en que tendrían un lugar donde meter la cabeza y solo consiguieron promesas vacuas y sonrisas postizas.

Para rearmar su gabinete el presidente se ha rodeado, como se había previsto, de gente sacada de sus propias canteras. Hombres y mujeres leales a su doctrina reformista, que lo han acompañado en su brega política y en su lucha por el poder. Gente obediente que se acomoda a su estilo, sus formas, su estética, sus silencios y sus delirios. A su manera de gobernar por Twitter y confrontar a todo el que decida contrariarlo. A gente como Daniel Rojas, surgido de la barriada, a quien ha encargado del ministerio de Educación y ha sido sometido al más exigente examen de ortografía y buenas maneras, y desde ya lo han condenado al paredón los fanáticos de la urbanidad de Carreño.

Con ese nombramiento Petro ha demostrado que está decidido a poner en la primera línea a los más fieles escuderos, sin importar su experticia en los temas, y que la educación tendrá al frente a un líder polémico que le hablará al oído a su jefe, quien lo considera presidenciable. “Me parece que perfectamente un joven salido de las comunas populares de Medellín, que haya vivido su barrio, su resistencia, puede llegar no solo a ser ministro de educación sino presidente”, trinó Petro al respecto.

Tal vez esa reacción se dio por el fuerte rechazo de los medios a la salida de la ministra Aurora Vergara, experta en el sector. Quizá para compensar la balanza el presidente se vea obligado a nombrar un equipo asesor de alto nivel en el campo de la educación, una especie de Comisión de Sabios, para que el funcionario entrante pueda cumplir las ambiciosas metas del Plan Nacional de Desarrollo, como incluir 500 mil nuevos cupos en educación superior y garantizar el derecho a la educación con calidad, pertinencia e infraestructura de avanzada, con un enfoque territorial, étnico y de género.

En el gabinete el ministro del Interior, el liberal Juan Fernando Cristo será diferente. Viene de otra cantera. Tiene otra historia. Repite el cargo que ocupó en el Gobierno Santos, cuando participó en las negociaciones de paz en La Habana, impulsó la JEP, y se batió en el Congreso por afianzar una agenda legislativa que garantizara que la paz no la fundiera en el camino la extrema derecha. Después de liderar el partido En Marcha, que perdió la personería jurídica y está en camino de disolverse, vuelve a tratar de hacer milagros, a hacer posible lo que parece imposible a los ojos de la opinión pública: lograr un acuerdo nacional que permita convocar una Asamblea Nacional Constituyente, siguiendo el cauce constitucional, sacando la reelección del camino, mientras el presidente impulsa en los territorios el poder constituyente y las negociaciones con el ELN y las disidencias, atraviesan un campo minado, la población indígena del Cauca vive en medio del terror, y los acuerdos se ven lejanos.

El ministro Cristo, que tiene un tono conciliador, es paciente, conoce los vericuetos del Congreso y sabe de comunicación política, debe tener claro que esta vez ha aceptado cargar una cruz sin saber cuántas estaciones le esperan antes de ver abrirse el mar para llegar a la tierra prometida del acuerdo nacional y la Constituyente. Mientras el presidente impulse el poder constituyente, un concepto del filósofo marxista italiano Antonio Negri, la desconfianza marcará la política colombiana, precisamente porque no es claro el mensaje de lo qué se busca. Para la extrema derecha el poder constituyente es la revolución permanente, apoyada por el ELN y las disidencias de las Farc; para el resto del país quizás sea una utopía revolucionaría que se convertirá en una narrativa petrista que terminará cuando se elija un nuevo presidente en 2026.

El mandatario, precisamente, el pasado 10 de julio trinó en Twitter: “A mi no me interesa si el poder constituyente se concreta en mi gobierno o después, eso lo determina la gente misma; me interesa que se convoque ya, que el pueblo se declare en poder”. ¿Cómo se conjuga ese mandato presidencial con la gestión de un acuerdo nacional que despolarice a Colombia y le trace una ruta de profundas transformaciones y el fin de la guerra? El poder constituyente es, en sí, una amenaza a la clase política tradicional, incapaz y culpable de la falta de liderazgo que afecta la democracia, un deseo presidencial aún no dimensionado, y un concepto elevado de participación ciudadana que el país no comprende o no identifica en medio de tanto discurso de odio y narrativas fatalistas.

En un clima de tanta desconfianza el ministro Cristo tendrá que jugarse a fondo para convencer al país de que el acuerdo nacional sí es posible y no tiene como objetivo reelegir a Petro, ni viabilizar una Constituyente saltándose los cauces constitucionales. Resulta paradójico que cuando se habla de un acuerdo nacional, la extrema derecha crea que ha encontrado una mina para expandir su narrativa de la venezolanización de Colombia, con la activación del poder constituyente.

En el universo petrista la revolución del poder constituyente ha comenzado. El país incrédulo aún no dimensiona el alcance de ese proceso que, según los teóricos, deberá transformar todo a su paso. Lo concluyente es que a mitad de su mandato Petro ha redoblado su apuesta y está jugando más duro, saltando hacia adelante, poniendo todo su capital político sobre la mesa, demostrando que lo suyo es la búsqueda incesante del poder constituyente que desafía la tormenta.

@HubertAriza

* Tomado de El País América

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